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Música

¿Acaso necesitamos muertos en la pista de baile?

"Justo porque no vamos a dejar de bailar, es el momento de hacerlo bien".
Esta columna hace parte de la edición impresa de junio de VICE.

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Este artículo se publicó originalmente en THUMP Colombia.

Ilustración por Daniel Senior

El 30 de diciembre de 2004 en Buenos Aires, 194 personas murieron y 1.432 resultaron heridas en la discoteca República Cromañón a causa de un incendio provocado por las precarias medidas de seguridad del establecimiento, que condenó a los presentes a la muerte por no cumplir con las normas de seguridad necesarias para operar. La tragedia es un fuerte antecedente que aún sigue latente, pues tuvo repercusiones que derivaron en un cierre masivo de espacios que, en gran medida, menguaron la vida nocturna en Argentina y afectaron seriamente al sector musical.

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Ahora hablemos de Colombia.

Aquí, más que evidente, es habitual que muchos espacios dedicados a la fiesta y a la música estén sobrevendiendo su capacidad. ¿No se ha hecho común, acaso, que entremos a un concierto o a una discoteca y no se pueda caminar? Al respecto, varias preguntas: ¿Por qué hemos asumido el hacinamiento, que en últimas representa una amenaza a nuestra seguridad, como algo normal? ¿Nos hemos preguntado si los lugares que frecuentamos para enfiestarnos cumplen con mínimas medidas de seguridad para garantizar nuestro bienestar? ¿Tienen los establecimientos los protocolos claros para reaccionar ante cualquier emergencia? ¿Saben cuántas y cuáles son las salidas de emergencia de su club favorito? ¿Por qué se ha hecho paisaje que la policía llegue a cobrar vacuna para que las discotecas puedan seguir la fiesta?

Y así, un largo etcétera…

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En la madrugada del 9 de octubre del año pasado, la escena electrónica local vivió un evento desafortunado, cuando parte del techo del ya desaparecido Billares Londres se desprendió sobre una pista de baile casi llena. Yo estaba presente. A menos de un metro, ahí al frente mío, minutos antes de tomar escenario el artista insignia del Detroit techno Carl Craig, se cayó el cielorraso. Vi cómo dos mujeres quedaban aplastadas contra el booth. El saldo final: alrededor de seis heridos y el cierre definitivo del bar. Increíblemente, no hubo víctimas mortales. De ahí que el escándalo durara poco y que los medios pasáramos a otros temas.

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Este antecedente, que me tocó de cerca, hizo que me preguntara si en realidad estamos bailando seguros en Colombia. Ahora, dicen los dueños de bares y clubes que la espesa burocracia en la tramitación de los permisos se ha convertido en una traba para que los eventos puedan suceder. De ahí que también se haya normalizado la tajada o la constante de las autoridades, y de los cierres.Pero el tema no es este. Sabemos que hay tensión entre los espacios nocturnos y las entidades públicas. Sabemos, también, que hay negocio. Que hay reglas que deben reevaluarse y abusos de poder. Pero en la mitad de la discusión nadie ha puesto por delante lo que es vital: nuestras vidas, que están en el centro de la pista.

Volvamos a Argentina: hace poco llegó la noticia reciente de que, debido a las cinco víctimas mortales del festival Time Warp por consumo de sustancias psicoactivas, se consideró un cierre parcial de las actividades comerciales de baile en el país del sur hasta que se revaluaran las normativas que cobijan los eventos de música electrónica. ¿Y ahí entonces qué? El público también está obligado a educarse y a aprender a consumir responsablemente. ¿Pero cuál es el papel de los gobiernos? ¿Y de los promotores? Quizá arriesgarse a una respuesta sea apresurado, pero creo que es hora de que todos los actores involucrados se hagan las preguntas necesarias sobre prevención, prohibición y baile en tiempos donde la vida también se define en la fiesta.

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Justo porque no vamos a dejar de bailar, es el momento de hacerlo bien. No necesitamos muertos para que se abra la discusión que tenemos pendiente.

A Juan Pablo lo encuentras por acá.

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