Publicidad
Publicidad
Relacionado: La noche que a mi novia se le olvidó quién era yo
En la consulta, repetí el gesto que tantas veces había reproducido ya ante mis personas de confianza. Manos a ambos lados, pelo hacia atrás, cara compungida: "También aquí, mire, en la coronilla".—¿Estás muy estresada?—Bueno, últimamente he estado un poco nerviosa, sí.No era cuestión de ponerme a contarle al médico que hacía solo un par de meses que mi novio (el hombre con el que había compartido los cinco últimos años de mi vida) había desaparecido de casa de repente, y que desde entonces no pasaba por mi mejor momento.
Publicidad
Publicidad
Publicidad
Relacionado: Así es vivir con ansiedad severa
No puedo decir en qué momento algo cambió dentro de mi cabeza, pero de repente un día asumí que no me quedaba más remedio que volver a tomar las riendas de mi vida, que ciertamente no tenía la menor idea de si aquello iba a solucionarse y que no podía seguir postergando poner en marcha todo cuanto había parado a mí alrededor.Ahora cumplo 8 meses siendo semi calva y sigo jodida; no voy a engañar a nadie. Pero también es verdad que estoy mejor. El pelo está volviendo a crecer (aunque ni mucho menos con la fuerza ni la densidad de antes). He aprendido a "maquillarlo" y conozco las mejores posturas para que no me descubran cuando estoy cogiendo. Creo que en definitiva he aceptado que tengo este problema, tal y como me pidió esa sicóloga. ¿Significa esto que estoy contenta y feliz? No, no lo estoy: quedarse calva es una mierda sin analogía.