FYI.

This story is over 5 years old.

Cultură

Me estoy quedando calva y es una mierda

Ocurrió más o menos de repente. No fue de esas cosas insidiosas que empiezan poco a poco y que no te permiten percatarte del problema hasta que es demasiado tarde.

Foto por Ariel Camilo.

Está mal que yo lo diga, pero la verdad es que siempre he sido una chica atractiva y con bastante pegue, y aunque nunca he valorado el hecho de tener éxito por mi físico, la cosa es que estaba malacostumbrada a gustar, a que se fijaran en mí, a tener que quitarme tipos de encima. Por eso, cuando de repente perdí uno de mis mayores encantos, el mundo se me vino encima: a mí, que siempre había sentido asco por la gente frívola.

Publicidad

Ocurrió más o menos de repente. No fue de esas cosas insidiosas que empiezan poco a poco y que no te permiten percatarte del problema hasta que un día ya estás bien jodida. Llevaba un par de semanas en las que el pelo se me caía más de lo normal, sí, pero tampoco le había prestado demasiada atención: tenía otros asuntos en la cabeza que necesitaba solucionar, como encontrar una casa en la que vivir después de que mi novio se diera a la fuga dejándome plantada en un departamento que yo sola no podía seguir pagando.

En la historia de mi alopecia femenina hay un día fatídico. Ese día me despertaba tarde como cada mañana, así que tenía que ir a toda prisa para no llegar tan tarde al trabajo, como cada mañana. Me metí en la ducha a toda prisa, salí, me envolví la toalla en la cabeza y cuando la desenrollé para cepillarme el pelo, los cabellos empezaron a caer uno tras otro. Uno tras otro, en puñados de diez, en puñados de quince: pelos y más pelos caían con cada pasada de cepillo. Como en una puta pesadilla, yo seguía cepillándome esperando a que dejaran de desprenderse de mi cuero cabelludo. Aquello no era algo normal, estaba claro. En diez minutos mi lavabo estaba completamente repleto de largos filamentos marrones, formando una plasta enorme que ocupaba toda la superficie. Los tomé con ambas manos e hice una bola grande que me quedé mirando atónita, que incluso olí.

El corazón me latía a mil por hora y con una mueca de horror en la boca me acerqué al espejo que tengo en la entrada de mi casa. Con ambas manos me eché hacia atrás todo el pelo. ¡Joder! Tenía una de las entradas completamente despoblada: el pelo nacía en ella por lo menos un par de centímetros más atrás que en la otra. No me había dado cuenta porque, debido a que tengo una gran frente, llevo flequillo desde que era una niña. Pero, a ver, ¿cómo podía caerse el pelo de una única entrada? ¿Y la otra qué pasa? Estas cosas funcionan de forma simétrica, ¿no es así como trabaja la naturaleza? Esto no podía ser real.

Publicidad

Llegué al trabajo medio llorando, mitad presa del pánico, mitad en shock por lo que acababa de presenciar. Con la esperanza de que todo aquello fuese una especie de alucinación, volví a echarme todo el pelo para atrás y le pregunté a mi compañera más íntima:

—¿Qué entrada ves más grande?

Tengo su cara grabada en las retinas, todo un poema.

—Mierda, la izquierda bastante más. ¿Qué te pasó?

Ni puta idea de lo que estaba pasando.

Lo que vino tras ese episodio fueron días de desesperación y angustia. En solo unas pocas semanas, mi antiguo y frondoso flequillo pasó a componerse por cuatro pelos, así como colocaditos en fila india , y la coronilla también empezaba a clarearse. Nada podía hacer por mí el complejo nutricional anticaída que me habían recomendado en la farmacia, ni el champú ni las ampolletas. Aquello iba a toda velocidad. Decidí a ir al médico.


Relacionado: La noche que a mi novia se le olvidó quién era yo


En la consulta, repetí el gesto que tantas veces había reproducido ya ante mis personas de confianza. Manos a ambos lados, pelo hacia atrás, cara compungida: "También aquí, mire, en la coronilla".

—¿Estás muy estresada?

—Bueno, últimamente he estado un poco nerviosa, sí.

No era cuestión de ponerme a contarle al médico que hacía solo un par de meses que mi novio (el hombre con el que había compartido los cinco últimos años de mi vida) había desaparecido de casa de repente, y que desde entonces no pasaba por mi mejor momento.

Publicidad

Su mirada, su tono de voz y sus palabras tan escogidas delataban compasión por la persona que tenía delante. Que una mujer se quede sin pelo, y más en la flor de la vida, es sencillamente una catástrofe de dimensiones épicas, una maldición. ¿Una mujer sin pelo? Una mujer sin pelo no es mujer. Me dijo que íbamos a pedir unos análisis para comprobar mis niveles hormonales, que lo íbamos a solucionar, que tranquila. Sí, claro, tranquila.

Los análisis no revelaron una anomalía descomunal en los niveles de andrógenos (hormonas masculinas), así que no debía tratarse de alopecia androgénica, lo cual habría sido una mierda porque significaría que el pelo que había perdido no iba a volver a crecer por mucho que le rezara. No podían darme otra explicación que no fuera el estrés, que sería una cosa transitoria, que aguantara mientras tanto. Que te digan que se te está cayendo el pelo por estrés, lo único que te provoca es más estrés. En serio. Es un círculo vicioso que casi te conduce a la locura. "Trata de tranquilizarte, que esto va a quedar en un mal sueño", te dices a ti misma, pero encontrarte impecables ovillos de pelo en la almohada, en la regadera, en el sofá, en el lavabo, en cada puto rincón de tu casa y espacio que habitas no ayudan precisamente a sentirte muy serena.

En mi universo ya nada podía ir a peor. Aquello se convirtió en una obsesión que no me dejaba pensar en otra cosa. Estaba deprimida, lloraba a todas horas, había dejado de salir y no quería relacionarme prácticamente con nadie. Invertía horas de mi día investigando en internet, participando en foros femeninos en los que otras infelices como yo explicaban lo desmoralizadas que estaban por esa condena que todas compartíamos. Buscaba con desespero algún testimonio que revelase la existencia de un producto milagroso y me aterrorizaba cuando descubría cuál era la solución a la tragedia: una peluca.

Publicidad

Cuatro meses después de aquel funesto día que relataba al principio, mi melena ya no era ni la sombra de lo que había sido. Había perdido más de la mitad del pelo y tenía la entrada izquierda bastante más avanzada que la derecha (algo a lo que nunca supieron darme una explicación). Por no hablar del área de aproximadamente 6 centímetros de diámetro en la coronilla que estaba completamente arrasada, en la que apenas sobrevivían, estoicamente, dos o tres pelos.

Probé mil formas de peinarme: con la raya a un lado para intentar tapar la entrada que había quedado a la intemperie, con coletas bajas ambombando los pocos pelos que tenía de forma que cubriesen las zonas desnudas, con recogidos que estratégicamente colocaba tapando la zona cero…

Para aquel entonces, yo seguía un tratamiento a base de Minoxidilm, llevaba dos meses tomando la píldora para equilibrar la pequeña descompensación de hormonas masculinas y me atiborraba con varios complejos vitamínicos. Intentaba comer lo más saludable posible, probé la meditación y hasta me decidí a acudir a sicoterapia. Cuando la sicóloga, en la primera cita, tras diez minutos de consulta, me dijo que debía aceptar lo que me estaba ocurriendo, no supe dónde meterme.

—Cierra los ojos y repítete que puede que esto no se solucione nunca. Hazle un hueco a lo que te hace sentir esa frase. Permítete sentir esa emoción.

Pero, ¿qué estaba diciendo esa zorra?

Publicidad

Salí llorando como una niña a la que le hubiesen dicho que sus padres acababan de morir en un accidente de tráfico. Aquello era la gota que derramaba el vaso. Hasta el momento no había pensado que efectivamente este horror pudiese durar para siempre. Lloré y lloré. Lloré tanto que me quedé sin lágrimas. Me quedé vacía. Tenía la sensación de que ya nada me importaba, de que nada merecía la pena y de que nunca volvería a ser feliz, y eso me entristecía muchísimo. Temí volverme loca.


Relacionado: Así es vivir con ansiedad severa


No puedo decir en qué momento algo cambió dentro de mi cabeza, pero de repente un día asumí que no me quedaba más remedio que volver a tomar las riendas de mi vida, que ciertamente no tenía la menor idea de si aquello iba a solucionarse y que no podía seguir postergando poner en marcha todo cuanto había parado a mí alrededor.

Ahora cumplo 8 meses siendo semi calva y sigo jodida; no voy a engañar a nadie. Pero también es verdad que estoy mejor. El pelo está volviendo a crecer (aunque ni mucho menos con la fuerza ni la densidad de antes). He aprendido a "maquillarlo" y conozco las mejores posturas para que no me descubran cuando estoy cogiendo. Creo que en definitiva he aceptado que tengo este problema, tal y como me pidió esa sicóloga. ¿Significa esto que estoy contenta y feliz? No, no lo estoy: quedarse calva es una mierda sin analogía.