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Desde el Estadio Azul: Cruz Azul 3 - América 4

Cruz Azul es un círculo vicioso que lleva por diámetro un corazón roto
Foto: The Stadium Guide/Flickr

Nos enteramos que el Estadio Azul sería prontamente derrumbado, y de pronto fue menester escribir una nueva historia de amor, dolor y viceversa. Cruz Azul es una metáfora trágica, que no por asiduo andar en la cornisa de lo ridículo ha logrado insensibilizar a sus valientes feligreses; les sigue doliendo igual. Transitar por la escalinata del inmueble rumbo a la salida más próxima tras una voltereta que será tema de conversación durante lustros era francamente doloroso: miradas perdidas, alguna lágrima aislada; absoluta incredulidad. Perdieron un partido en el que vencían por tres goles.

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La fabulosa volea que empalmó Silvio Romero cuando al juego le quedaba minuto y medio agrietó corazones. La catarsis y el derrumbe. Uno no sabía cómo reaccionar: cómo había podido suceder esto. Aunque sería mentir el afirmar que cuando Michael Arroyo saltó a la cancha no olía a proeza: el tipo está hecho para noches así -quizá ayer no incidió directamente en el loco desenlace, pero pisando el campo tocó el nervio que había que tocar-. La grandeza del América es imparable e impostergable: el aluvión fue avasallador.

Christian Giménez arrancó el partido demostrando, a su vez, que su superioridad contra el Águila roza la obviedad. Lo del 'Chaco' y los azulcremas es un rencor extraño que se traduce en destrucción mutua: el argentino les rompe la red a la menor provocación; los amarillos le parten el corazón siempre que pueden. Giménez rompió en 2010 una maldición de siete años sin que los celestes derrotaran al gran enemigo, y desde entonces se ha tejido entre ambos un dignísimo western que, cuando termine, nos encontrará a todos mucho más viejos. Necesitados de una nueva historia.

La expulsión de Aldo Leao tiró por la borda un partido que La Máquina había encarrilado con sapiencia y placer. Por primera vez partieron a los vestuarios en el entretiempo aplaudidos por su público, y aquello al colombiano le pareció tan aburrido que vio oportuno apostar al infarto: tiró una patada tan insulsa como innecesaria y partió a las regaderas vociferando contra Tomás Boy. A mí ni me digas nada, que si no sufrimos no somos nosotros. Naturalmente, Boy se tiró atrás. Naturalmente, América se creció. Naturalmente, la jugada que reanudó el partido tras la infracción de Leao terminó en gol: nada nuevo bajo el sol.

La remontada se selló con anotaciones de Silvio Romero —un par, con un par— y Pablo Aguilar. El grito de Corona, desaforado, resume mil cosas. Cruz Azul es un círculo vicioso que lleva por diámetro un corazón roto.