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fútbol sudamericano

¿Cómo ha ganado dos Mundiales un país con tantos habitantes como Madrid?

A orillas del Río de la Plata existe un país minúsculo que seguramente haya reunido la mayor cantidad de talento por metro cuadrado de la historia del fútbol. ¿Cómo es eso posible?
Imagen vía Reuters

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Luis Suárez juega con Neymar y Leo Messi en Barcelona; Edinson Cavani comparte equipo con Zlatan Ibrahimović en París; Diego Forlán fue el gran socio del 'Kun' Agüero en Madrid. Los tres jugadores han sido —y en el caso de Suárez y Cavani, siguen siendo— garantía de gol, agresividad y competitividad: son futbolistas de absoluta élite.

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¿Qué les une? Pues que los tres vienen del 'paisito', como se autodenominan en Uruguay. En Europa se conoce poco esta pequeña extensión de tierra, ubicada en el lado norte de la enorme desembocadura del Río de la Plata. Sin embargo, en ella existe una industria potentísima, una fábrica sin chimeneas que exporta un producto de calidad superior a todo el mundo: futbolistas.

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Uruguay suma nada menos que dos Mundiales, dos medallas de oro en los Juegos Olímpicos y hasta 15 Copas América; de hecho, es la selección que más veces ha ganado el histórico torneo sudamericano. De Uruguay proceden, además de Suárez, Cavani y Forlán, otros jugadores de primer nivel como Diego Godín, José María Giménez, Martín Cáceres y una larguísimo etcétera.

¿De dónde salen tantos jugadores, si en Uruguay viven un poco más de tres millones de personas? ¿Cómo logra este país con la misma población que Madrid estar a la altura de los dos gigantes que le rodean, Brasil y Argentina?

Veámoslo.

La pelota en el ADN

Antes se solía decir que los uruguayos nacían con una pelota bajo el brazo. Desde que salió a la luz el tema del ADN, ya descubrieron que los Nasazzi, Varela, Schiaffino, Gigghia, Cubilla, Francescoli, Alzamendi, Ruben Sosa, vienen en ese mapa genético con cada nueva generación. Basta pensar que en la familia Forlán figuran tres nombres de tres generaciones seguidas que han sido campeones de América con Uruguay. Otros países de la región apenas si han ganado el torneo una sola vez en cien años…

Pensadlo: 3 millones de personas. De ellos, menos de un millón son menores de 15 años; a su vez, 360.000 son varones. De este (reducidísimo) universo salen las futuras estrellas del fútbol masculino. El 40% de la población total está en la porción más chica del territorio: su capital, Montevideo.

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Esta ciudad a la orilla del Río de la Plata es en realidad una de las claves del éxito del fútbol uruguayo. Quien más quien menos, todos los grandes futbolistas del 'paisito' han pasado por allí aunque nacieran en otras latitudes. Pongamos por ejemplo los casos de Luis Suárez y Edinson Cavani; ambos son de la ciudad de Salto, la capital del Departamento que lleva el mismo nombre. A los 6 años, el pequeño Luis se trasladó con su familia a la capital: Cavani, en cambio, se quedó en su municipio natal hasta los quince años. Fue entonces cuando dio su salto al club Danubio, también de Montevideo.

Montevideo, una capital colorida para un país pequeñito. Imagen vía usuario de Flickr Jimmy Balkovicius.

El reconocido entrenador uruguayo Sergio Markarian, ex seleccionador de Paraguay, Perú y Grecia —amén de técnico de un montón de equipos— quizás pueda explicar las razones detrás de todo esto. Para él, el éxito del Uruguay radica en el fútbol infantil, un entramado social que no permite que ningún posible talento se pierda: es casi imposible escapar a sus redes. Juega a favor el hecho de que en Uruguay la población es muy pequeña, y dentro de ella la mayoría es adulta: ser joven es toda una virtud.

Cuando un chaval —o "gurí", como se conoce a los niños— juega muy bien al fútbol, se convierte en objeto de valoración en el barrio. En muchos pueblitos del interior tal vez no haya educación secundaria, pero seguro que hay un campo de fútbol; si un cazatalentos le detecta, y es muy probable que ocurra, rápidamente se le fichará para algún equipo de la liga infantil. En Uruguay, uno de cada tres varones entre 5 y 13 años juega de manera federada en una de las ligas: tal es la obsesión del 'paisito' por el balompié.

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La casa en orden

En 1968, el Estado uruguayo puso el ojo en este gran movimiento que movía familias enteras y decidió darle forma a través de la Comisión Nacional de Baby Fútbol, donde se inscriben las diferentes ligas. Hoy este organismo se conoce como Organización Nacional del Fútbol Infantil, u ONFI.

"La ONFI organiza unos 2.000 partidos cada semana. Es un mega-evento nacional con padres, técnicos, árbitros y espectadores: más de 300.000 personas cada sábado y domingo", explica Alfredo Etchandy, subdirector de la Secretaría Nacional del Deporte, periodista deportivo y expresidente de ONFI.

"El país se divide en 8 regiones, con 64 ligas y 690 clubes", continúa Etchandy. "Cada fin de semana juegan 60.000 niños y 2.000 niñas de entre 5 y 13 años. Cada club puede inscribir equipos en hasta 9 categorías".

Es en los campos de césped quemado y barro donde realmente se forja el espíritu competitivo de Uruguay. Foto vía Futbolflorida.com.

¿Qué sucede después de los 13 años? Cada temporada tiene un recambio de aproximadamente 9.000 niños que dejan el fútbol infantil. De ellos, 3.000 siguen jugando en la Organización del Fútbol del Interior (OFI), y de 800 a 900 adolescentes pasan al circuito de clubes del fútbol profesional uruguayo para formar parte de sus divisiones formativas.

Los partidos de las categorías inferiores uruguayas, sin embargo, esconden muchos de los peores problemas del fútbol competitivo: gritos e insultos al árbitro, padres que presionan a sus hijos y al entrenador, líos administrativos entre clubes… las escenas más lamentables de los mayores se repiten en los campos donde juegan los pequeños. Todos se quieren salvar aprovechándose de un posible talento del "nene"… lo tenga este o no.

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Antes, los padres pedían que sus hijos estudiaran, que cogieran un libro y dejaran de jugar; hoy parece lo contrario. "¡Agarrá la pelota, que no muerde!", se oye una y otra vez en los campos. Sobre este tema, Etchandy es muy claro: la presión asumida en el juego en sí, en el deporte, es lo que ayuda a crecer a las personas… pero todo lo contrario sucede con la impaciencia de los padres.

Las enormes esperanzas que los niños —y especialmente los padres— uruguayos ponen en el fútbol causan infinidad de problemas. Muchísimos chavales abandonan los estudios año tras año para perseguir un sueño extremadamente complicado; aquel que logra continuar estudiando a base de redoblar sus esfuerzos muchas veces es visto como un 'bicho raro'. A todo este entramado, además, hay que añadirle otro siniestro grupo de personajes: los representantes.

¡Piratas al abordaje!

Los representantes, como en muchos otros países, son probablemente lo peor del fútbol de categorías inferiores en Uruguay. Los hay honestos, por supuesto, pero son escasos en una maraña de estafadores de medio pelo que prometen el oro y el moro a los niños y les hacen firmar papeles que les comprometerán durante toda su carrera a cambio de un dinero que no llega jamás.

No olvidemos que solo el 2% de los jugadores jóvenes de Uruguay alcanzan la Primera División; apenas una décima parte de estos logran un pase al extranjero.

La afición de Nacional justo antes de un partido de la Copa Euroamericana en el Estadio Centenario. Imagen vía WikiMedia Commons.

Entre las infinitas triquiñuelas legales y contables de las que se aprovechan los representantes, es muy común la práctica de adquirir los derechos federativos de los niños cuando estos aún militan en las categorías formativas de los clubes. A cambio de una suma de dinero que permite a dichos clubes 'tapar' agujeros en sus generalmente maltrechas finanzas, los representantes se hacen con la posibilidad de decidir el futuro de los críos.

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Huelga decir que legalmente esto no debería ser posible, pero que los equipos de abogados de los representantes se las arreglan para que los contables modifiquen los números a su antojo. Cuando los futbolistas alcanzan la edad de ser profesionales y son transferidos a otros clubes… bueno, digamos que los clubes no ven ni un euro, mientras los representantes en cambio se forran.

Ojear vs. formar

En el mismo barco que los representantes —aunque en general con menos tendencia a disparar cañonazos— están los ojeadores. En general este tipo de profesionales no se dedican a traficar con los niños, pero sí que les buscan por todo el país con el objetivo de llevárselos al club que les paga —normalmente, los más poderosos: Nacional, Peñarol, Defensor, Danubio o River, por nombrar a los más populares—.

El equipo de Peñarol, uno de los conjuntos más potentes de Uruguay. Imagen vía usuario de Twitter Jimmy Baikovicius.

En un mar infestado de corsarios, sin embargo, hay una clase de personas que merecen el auténtico crédito por el éxito del fútbol uruguayo: los entrenadores de categorías inferiores. Son ellos quienes trabajan día a día con los chavales, quienes convierten los clubes en prácticamente sus casas, quienes se sacrifican cobrando sueldos tirando a lamentables —o sin cobrar— por puro amor al fútbol.

A pesar de las privaciones, la fábrica de jugadores y campeones no cierra. La falta de recursos económicos no impide que el auténtico secreto del fútbol uruguayo siga alimentando sus campos e insuflando vida a los jóvenes: porque al final, no es el dinero lo mueve a los habitantes del 'paisito' cuando el fútbol está de por medio… sino la inquebrantable pasión por una tradición histórica.

Sigue al autor en Twitter: @Bloovier