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Cultură

El desarraigo es la orfandad más grave

Graciela Huinao y Wuenan Escalona, dos poetas mapuche, conversan con VICE desde la Feria Internacional del Libro de Oaxaca (FILO) 2016 sobre el dolor de un pueblo que, durante décadas, ha sido relagado y desterritorializado.

"Mapuche es harto, es mucho, es una palabra plural que no puede pluralizarse dos veces". Para la poeta williche Graciela Huinao, agregarle una "s" al nombre de su pueblo es deformarlo, no entenderlo, dejarlo atrás. En su obra conviven la rabia y el descontento, pero también la esperanza que aún alberga un pueblo cuya lucha por la dignificación y la reivindicación lleva ya 133 años.

A su lado está Wuenan Escalona, once años menor que ella, mapuche orgulloso pero perteneciente a una generación que tuvo que replantearse el significado de su herencia ancestral y la relación que mantienen con la tierra, la lucha y la resistencia. Los que nacieron en la época de Escalona miran a la generación de arduo activismo de Huinao (nacida en 1956) como esa casta mapuche que no tuvo otra opción más que entrar en política y hacer valer su cultura a como diera lugar. En aquella lucha que aún no termina está patente la cosmovisión de una nación entera y una certeza absoluta de que un árbol no crece en la tierra para un día convertirse en un tronco roto.

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Graciela reformula la pregunta que mucha gente se hace en Chile: "¿Por qué el mapuche defiende tanto su tierra?". Entonces recuerda a su abuelo, que sembraba una pampa y dejaba que se nutriera para luego sembrar otra."Los vecinos decían que era un indio huevón que no era capaz de sembrar dos pampas juntas, pero mi abuelo sabía que la tierra se tenía que nutrir, que dejar descansar". Para el pensamiento occidental un árbol es fácil de talar, pero no para los mapuche: ese preciso árbol es la vida que ofrece sombra cuando el sol arrecia y el mismo que los protege de los temblores, porque pueden abrazarse a él y a su raíz.

La creencia mapuche dice que tanto temblor en Chile es producto de una ancestral y desbordada deforestación, y como no decirlo, si la selva virgen al sur de país, en la Araucanía, que por lo menos la generación de Graciela Huinao conoció, ya no existe más. La poeta recuerda que hoy ahí sobrevive un árbol milenario que fue incluso nombrado monumento nacional con tal de que nadie lo arrancara. Aunque la intención de Huinao al platicar esta historia pareciera ser la de contar una situación graciosa, la sonrisa nunca llega.

Los mapuche se aferran a su historia, a sus símbolos. Escalona recuerda entonces a Héctor y Ernesto Llaitul; el primero, líder de la Coordinadora Arauco-Malleco, una organización sobre la que se cuentan muchas historias, casi siempre antagónicas: lo mismo se dice que fue fundada para recuperar las tierras mapuche, y que se le acusa de ser una comando paramilitar. Héctor Llaitul fue acusado en 2007 de ordenar y llevar a cabo atentados incendiarios en la séptima y la novena región de la Araucanía, pero fue declarado inocente un año después cuando se comprobó que el testimonio de la persona que lo había incriminado había sido obtenido bajo tortura.

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Su hijo Ernesto salió de la cárcel en septiembre de este año después de haber sido arrestado por portación ilegal de armas, tras escapar de un control policiaco en la región del Biobío. Wuenan Escalona considera que con los Llaitul y otros activistas de su pueblo como chivos expiatorios, la justicia chilena se ha valido de reformas procesales penales para criminalizar con más eficacia la lucha por la reivindicación del territorio mapuche. Todo con el aval de las grandes forestales chilenas.

"De repente estaban los pinos a lado de las comunidades y pasaban los aviones fumigando árboles y envenenando pozos", dice Escalona, quien asegura también que el único movimiento social que realmente ha logrado poner en jaque a los modelos neoliberales chilenos de la concertación y del territorio abierto para la gran empresa, ha sido el movimiento mapuche. "Ya no son los sindicatos, las grandes protestas sociales, los animalistas. Las protestas estudiantiles vinieron después, pero tampoco han hecho mella en el modelo".

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Cuando se menciona la palabra dolor, Escalona duda antes de comenzar a hablar. El silencio a veces significa más que todas las palabras. Y habla entonces, al fin, sobre un dolor sordo, sin edad. Un dolor pétreo, producto de la persecución y humillación sostenida por un Estado chileno que alrededor de 1883 registró el último levantamiento williche.

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Graciela recuerda que aquella derrota histórica significó que los mapuche fueran despojados de sus últimas tierras, que primero pasaron a ser fiscales y después fueron vendidas a particulares. Ante todo eso sólo queda levantarse en armas. "Mi poesía es un arma para matar y defenderme, no apunto a matarte, apunto a la mente para matar la discriminación. Querían eliminar al mapuche, que no quedara nadie y no lo lograron. No somos un pueblo claudicador, seguimos dando pelea", dice Graciela mientras habla y afila, como hace también en su poesía, a la que otorga, sin temor a dobles interpretaciones, la calidad de cuchillo.

Esta situación está lejos de terminar. En los últimos años se han cometido asesinatos de personas mapuche durante allanamientos terriblemente violentos a sus comunidades. Quizá por esto, cuenta Escalona, hoy existe una notable militarización en las comunidades mapuche mejor organizadas, aquellas en las que las reivindicaciones territoriales tienen nombre y mapa. Los niños mapuche que han crecido dentro del clima de violencia que trae consigo la resistencia no conocen otra vida, por lo que después, cuando crecen, no guardan ningún miedo a la represión, porque asumen que ya no tienen nada que perder.

Durante tres días, Escalona y Huinao han estado explicando los principios, la resistencia y las contradicciones de los mapuche en las mesas de reflexión y debate de la 36ª Feria Internacional del Libro de Oaxaca (FILO, 2016) que tiene a Chile como invitado especial. Esta mañana los dos han asistido a una reunión con representantes de siete pueblos indígenas de Oaxaca en el Colegio Normalista de Profesores Interculturales, una de las ramas del magisterio oaxaqueño más afectadas por la Reforma Educativa del Gobierno Federal de Enrique Peña Nieto, que propone inglés obligatorio para niños en comunidades apartadas en las que su escuela ni siquiera tiene agua potable.

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"La historia de desarraigo de un zapoteca es la misma historia de desarraigo por la que pasó mi padre", cuenta Escalona, identificado con en el dolor atávico y la rabia contenida que cualquier grupo indígena en Latinoamérica carga muy adentro."Nuestras historias y las de ellos son las mismas. Es la misma herida, la misma invasión", agrega Graciela mientras recuerda la primera invasión de los Incas a su cultura y se enfurece una vez más con el relato de la llegada de los españoles. Cuando era chica, en el colegio, los maestros le hablaban de conquista, encuentro, descubrimiento. "Eso es mentira, nada de eso existió. La conquista fue una invasión, el encuentro una matanza y el descubrimiento, una violación.


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Pero la poesía es llama doble: la ira y la rabia obtienen, a contraluz un filo dulce, contemplativo. Graciela escribe su poesía en mapudungun, lengua originaria mapuche que en su traducción al castellano quiere decir "la voz de la tierra". Once años menor que ella, Wuenan identifica a la lengua materna como mapuzungun. Nunca queda claro entre los dos el porque la diferencia entre esa d y esa z, aunque tal vez algo tenga que ver con las historias mapuche de la ruca y el fogón. "Esa fue la educación que me dieron", dice Graciela sobre estos dos elementos básicos en la cosmovisión mapuche. Ruca significa "casa" en su lengua. Mientras que para Graciela esos elementos juntos significaron "la mejor universidad posible", para Escalona esos dos conceptos juntos suenan ya a "una cuestión estática y folclórica", síntoma perfecto de que lo que finalmente hizo la Conquista con el pueblo mapuche: "interrumpir su propio periodo de complejización".

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En el espectro algo contrario de la herencia, Huinao, autora de relatos williche como "La nieta del brujo" y del poemario escrito en mapudungun Walinto, apunta que cuando un mapuche escribe y lee en su lengua se le deja claro al chileno que no sólo existe un idioma. "En mi obra, cuando llegaba el momento de la traducción, yo exigí que no se me cambiaran las palabras". Aclara que, pese a la traducción, no es lo mismo ruca que casa porque "al final no es la misma casa, pues la del mapuche es una casa especial con una serie de características interiores muy particulares".

Aun así, la lengua, tesoro intangible de los pueblos indígenas, ha ido poco a poco perdiendo su fuerza en las nuevas generaciones. Es bien sabido que en el mundo mapuche la cultura se transmite por la tradición oral de los bisabuelos, los abuelos y los padres. Pero en el caso de Escalona, con padres que poco o nada hablaban el mapuzungun, esta transmisión no se logró del todo. "No podría decir que soy un hablante. Podría improvisar en poesía a partir de la lengua, pero sería una autoexotización. Hoy no todos los mapuche manejan su lengua natal". ¿Quién es responsable de esto? "Diversos procesos históricos y una pérdida constante de la territorialidad y el idioma ha dado como resultado dos o tres generaciones mapuche que han nacido en las ciudades". A pesar de esto, en el horizonte de la lengua mapuche se vislumbra cierta luz. Escalona dice estar consciente de quién es y quiénes son sus muertos y antepasados. Tiene dos hijos pequeños a los que llama "proyecciones hacia el futuro". Un futuro en el que, aclara, "siempre habrá una espina a sentir por el hecho de ser mapuche". "Hoy mis hijos con toda naturalidad van al colegio y dicen lo que son, de donde vienen". Escalona asegura que Guillen y Antú, sus hijos, no vivirán bajo el temor y sometimiento al que generaciones de padres y madres mapuche acostumbraron a sus vástagos, enseñándoles que hablar la lengua era malo, con castigos físicos y espirituales de por medio. Incluso, se cambiaban nombres y apellidos para que no se supiera su extracción.

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En 1979, el dictador Augusto Pinochet pretendía dejar claro que en Chile solo existían chilenos. Escalona apunta que ese sometimiento no se logró del todo, porque lo que vino después fue una reacción de organizaciones indígenas que empezaron a gestionar y a reivindicar su propia agenda social y cultural.


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De la dictadura militar, que en su país duró 17 años y según el informe oficial dejó un saldo de más de 3,000 chilenos muertos o desaparecidos (aunque, cabe aclarar que hay más de diez veces ese número en denuncias), Escalona encuentra una paradoja con respecto al pueblo Mapuche. "Uno pudiera suponer que hubo un tema más complicado de desapariciones y muertes de nuestro pueblo durante la dictadura militar, pero no es así. Son los gobiernos de la vuelta a la democracia, a partir de Patricio Elwing, donde los activistas mapuche asesinados se han incrementado". Escalona justifica su observación por una cuestión muy simple: la tenencia de la tierra. La democracia pactada en 1990 tuvo que ver mucho con afianzar un modelo neoliberal en Chile. "Ya no estaba el dictador, pero se quedaron los intereses. Los ciudadanos empezaron entonces a ser clientes. En Chile había un espíritu comunitario muy fuerte a principio de los noventas que fue triturado, devastado. Terminaron sistematizando de mejor manera las grandes concesiones que en la dictadura se le habían dado ya a empresas particulares".

A pesar de todo, los poetas hoy no se sienten tan pesimistas sobre el futuro mapuche. Los jóvenes están reaccionando y se han volcado a crear bibliotecas comunitarias y a organizar jornadas de reivindicación del mapuzungun. "Hay ya una organización de alcaldes mapuche en Chile, un partido político mapuche, el Wual Mapu Wen", dice Escalona, quien, a pesar de su entusiasmo, desconoce el número de personas mapuche que hay en Chile actualmente. "No hay un dato estadístico fiable o preciso. Pero con seguridad, tan sólo de gente que tiene el primer o segundo apellido mapuche son más de tres o cuatro millones. Eso, para la paupérrima población que se moviliza en Chile para votar, es una cifra muy importante".

"Hay que tener una coraza muy grande para dejar atrás toda segregación y gritar: '¡yo también soy escritora!, ¡yo también soy poeta!'". Grita sobre sus gritos Graciela Huinao, declarándose lo suficientemente porfiada como para haber sido capaz de abrir "las mil puertas" que le cerraron en la cara."Mis libros son para las nuevas generaciones de mapuche. Para que ellos conozcan lo que yo conocí. El trabajo colectivo que se hacía en las comunidades, el trans kintun donde no existía el dinero sino el intercambio. Todo lo que ya no existe ahora".