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Fui al SOFA para preguntarle a los cosplayers de qué me podía disfrazar

Algunos fueron muy fatalistas, y me advirtieron que al afán nada salía bien, pero la mayoría me recomendó irme por la originalidad, lo inesperado, lo no convencional.

Marshall Lee, de Hora de Aventura. Todas las fotos del autor.

A diferencia de muchos de nosotros, quienes a tan solo unas horas de que caiga la noche del 31 de octubre (dependiendo de qué día vayan a celebrarlo) no sabemos de qué disfrazarnos, los cosplayers se toman el trabajo de retratarse a sí mismos como sus personajes favoritos con tiempo, plata y dedicación.

Fui al SOFA (el salón de la fantasía y el ocio), un espacio en Bogotá para que los geeks, gamers y otakus puedan sentirse como en casa. La convención, que se da en Corferias y estará hasta el 30 de octubre, ofrece todo tipo de entretención para estas comunidades: desde la venta de ropa, artículos y accesorios, hasta música en vivo, actividades deportivas y, por supuesto, exposiciones y pasarelas de cosplay.

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En su primer día, sin embargo, SOFA no tuvo mucha actividad. "Hoy es algo más para los medios, pero el sábado y domingo es imposible caminar por acá", me decía Juan Andrés Cabrera, presidente del Club de Fans de DC Comics en Colombia. Era cierto: en las horas de la mañana lo único que pude hacer fue pasear por el lugar, identificar los pabellones y saber qué cosas podía encontrar en cada uno. Los únicos disfraces visibles fueron los de las presentadoras de un canal nacional que, además, no parecían estar muy a gusto con sus atuendos.

Pero a partir de la hora del almuerzo empecé a ver situaciones tan surreales como a Black Cat comiendo hamburguesa, o a Jack Sparrow atragantándose con papas fritas. En efecto, después del medio día llegaron los cosplayers, la gran mayoría de ellos inspirados en mangas y animes, y decidí preguntarles qué se necesitaba para tener un buen disfraz.

Esto fue lo que me dijeron.

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Lo primero que me aclararon ––en forma de regaño, casi— fue que disfrazarse y hacer cosplay no era lo mismo. El cosplay, a diferencia del disfraz que nosotros los mortales nos rebuscamos cada noche de brujas, no se detiene en usar las prendas de los personajes de un anime, un cómic o un videojuego. Los cosplayers deben interpretar y estudiar al personaje que están representando, simular sus movimientos, actitudes, e incluso intentar hablar como ellos. De ahí su nombre en inglés que es una abreviación de costume (disfraz) y play (interpretar).

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Negan, de The Walking Dead

Otra cosa que los define es el nivel de exactitud y precisión del traje —y a veces la utilería— que utilizan. Según algunos de ellos, una de las más grandes diferencias entre un disfraz y un cosplay se encuentra en la atención por el detalle. Puede que este fin de semana veamos a miles de chicas disfrazadas de Harley Quinn —con mechones de pelo pintados de azul y rojo, un poco de maquillaje y una ropa medianamente parecida—, pero las cosplayers encargadas de este mismo personaje se preocupan porque el atuendo sea exactamente igual al del cómic o la película, o que su arma sea una réplica de una que Harley quizás utilizaría.

Con el anime esto es especialmente importante. Personajes que me encontré en el SOFA, como Shaka de Virgo, uno de los caballeros dorados de la serie Los Caballeros del Zodiaco, o Kirito y Asuna, de Sword Art Online, usaban armaduras, armas, trajes hechos a la medida, maquillaje y pelucas que intentaban simular perfectamente cada línea, quiebre, y detalle del personaje. Muy probablemente, ninguno de nosotros se aguantaría andar con eso en una fiesta de disfraces pero, de nuevo, las prioridades aquí son otras y a veces ellos deben sacrificar la comodidad por la fidelidad.

Kirito y Asuna, de Sword Art Online

Dichas armaduras y trajes cuestan. Como me dijo Ana María —que estaba representando a Sakura, de Naruto—, el cosplay es un hobby, y un hobby al que se le invierte mucho dinero. Para mi disfraz pasado (de Ned Flanders), pedí 5.000 pesos prestados y luego me compré un bigote falso. Eso fue todo. Esta comunidad, en cambio, gasta entre 100.000 pesos y 1.000.000 en el desarrollo de sus elaboradas personificaciones. Materiales como el látex, la goma eva, el cuero y las telas son claves a la hora de hacer un buen disfraz. Y aunque se recurren a estos elementos para abaratar costos, el know-how, la confección, el maquillaje, el transporte y hasta la entrada a los eventos siempre terminan sumando, por lo que un cosplay (según me dicen) nunca baja de 50.000 pesos.

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Es importante resaltar que por lo menos en el SOFA no hay un concurso para cosplayers, ni se premia al mejor atuendo. Estos fanáticos sacan de su bolsillo muchas veces sin esperar nada a cambio; solo importan las fotos y miradas que, dependiendo del nivel del cosplay, consigan del resto de asistentes.

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Otro elemento fundamental es el tiempo y la preparación. Los cosplayers más serios, que además suelen identificarse con un personaje específico, pueden ir perfeccionando sus trajes durante meses y a veces hasta años. Algunos incluso usan más de un traje en las convenciones y eventos, lo que multiplicaría la cantidad de tiempo necesario para tener todo listo.

Joker

Arnold León, reconocido por personificar al Joker ––y que a lo largo de los cuatro días del SOFA utilizará cuatro trajes distintos––, me decía que cada vez que podía le agregaba algo a su disfraz, desde pines que encontraba en San Victorino, hasta sombreros mandados a hacer a la medida. Del mismo modo, dos chicas que hacían el cosplay de unos personajes de League of Legends tardaron entre ocho meses y un año en elaborar sus trajes y utilería.

El nivel de compromiso, sin duda, es mucho más alto.

Pero aún así no quise irme sin pedirles consejos de disfraces para la gente mediocre y perezosa como yo. ¿Qué podía hacer alguien que, a estas alturas no tuviera disfraz de Halloween? Algunos fueron muy fatalistas, y me advirtieron que al afán nada salía bien, pero la mayoría me recomendó irme por la originalidad, lo inesperado, lo no convencional. También me sugirieron ser extremadamente recursivo e ingenioso. Con dos o tres cosas puede bastar para hacer un gran disfraz, dijeron.

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"A veces el disfraz más sencillo puede ser el mejor", me dijo el Acertijo, villano de Batman, en la típica sabiduría de Edward Nygma. Y una chica que interpretaba a Katara, de Avatar: la leyenda de Aang, dijo también en un diálogo que parecía sacado de la serie, tan cursi como tierno, "¡sean lo que quieran ser, exploten sus fantasías!".

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Tal vez mi plan no fue tan efectivo, y no salí del SOFA con una epifanía sobre mi futuro disfraz. Pero los cosplayers, la música y el ambiente del lugar lograron conectarme de nuevo con mi infancia, la época en la que todo se cree posible. Ver en carne propia a personajes como el Gran Saiyaman, es decir, Gohan disfrazado de superhéroe en Dragon Ball Z, me recordaron que, en realidad, uno puede ser tan ridículo como se quiera, y que un par de telas bien puestas en su lugar pueden tener un parecido impresionante con el personaje que uno quiere emular.

Bueno, Gohan lo logró así en la serie, ¿no?

El Gran Saiyaman y El Gran Saiyaman II, de Dragon Ball Z.

El Acertijo y Harley Quinn