En el motel, en la ducha, en el estudio de tatuajes: siete relatos incómodos del 19S
Foto por Ollin Velasco.

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En el motel, en la ducha, en el estudio de tatuajes: siete relatos incómodos del 19S

"Ay, me van a encontrar así, qué oso: con la mano en el piso y el culo pa' rriba".

La ciencia es clara y contundente: por más que algunos charlatanes anden por la vida afirmando lo contrario, los terremotos en realidad no pueden predecirse. Es este carácter azaroso lo que los vuelve tan peligrosos: por más que estemos informados o preparados para una contingencia de este tipo, nunca sabremos si llegará en el momento más inoportuno. Y para muestra estos siete relatos, que nos muestran que un sismo puede sorprendernos en los momentos más inverosímiles.

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Edd: cuando el temblor te agarra en el motel

Estaba con mi novia en las cercanías de Forum Buenavista, en un motel; era justo la una de la tarde cuando entramos a nuestra habitación. Todavía estábamos tranquilos, tomándonos nuestro tiempo y preparándonos para la acción, cuando estando abrazados —apenas en el faje, ya sin ropa— de repente me dice mi novia: "oye, ¿está temblando?" Y yo, queriéndome concentrar en lo nuestro, le dije "nah, no pasa nad…" ¡Y madres que se viene el pinche movimiento súper mal plan!

La sacudida nos tiró de la cama. Lo próximo que recuerdo es que estábamos como locos buscando nuestra ropa. Pero cuando en verdad pensé que ya habíamos válido fue cuando la luz se fue en la habitación. Ese fue el momento más fuerte del temblor y en cual ya no veíamos nada: solo escuchábamos el crujir del motel. Era un sonido ensordecedor que provenía de las paredes y del edificio. Yo estaba calmado, aceptando mi destino, mientras trataba de abrazar a mi novia.

Después de que el movimiento terminó al fin encontramos nuestra ropa, y con el corazón de fuera, nos preguntamos por qué chingados nos tocó el temblor en ese momento exacto. Después ya nos relajamos el uno al otro. Una cosa llevó a la otra y terminamos lo que empezamos, je. Sí, estuvo mal no desalojar una vez pasado el temblor, ya sé. Pero es que aún no nos habíamos dado cuenta de la gravedad del asunto. A nuestra habitación no le pasó nada, ni las toallas se cayeron, Solo el cajón abajo de la televisión se abrió y ya. Ni los vidrios se rompieron. Pero la realidad nos golpeó de lleno cuando empezamos a ver las noticias y vimos qué tan buena/mala suerte tuvimos ese día.

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Aline: "me van a encontrar así, qué oso: con la mano en el piso y el culo pa' arriba"

Estaba en el momento del relax, bajo el agua de la ducha intentando despabilarme, cuando empezó el movimiento. Me detuve en la pared y pensé "ay, no, otra vez. A lo mejor sigo medio borracha". Como no escuché la alerta en ningún momento, seguí en la regadera, pensando que pasaría rápido. Entonces empezó la sacudida más cabrona y ahora sí, casi al borde de las lágrimas, intenté cerrar las llaves. Fue cuando repetí para mí misma: "¡ay, ay, no!"

Agarré mi toalla y salí entre resbalones. El espejo del tocador tronaba horrible. Unas medallas que tengo colgadas de una repisa chocaban y ese sonido me ponía todavía más de nervios. Busqué el muro de carga —o como se llame— y me agaché, en posición fetal. Ahí me di cuenta de que, o nunca me envolví bien en la toalla o se me cayó. Mientras estaba ahí agachada y escuchaba el tronar de las paredes, el espejo y las medallas, pensé que lo mejor era salir del edificio aunque fuera encuerada, porque el edificio se iba a caer. Hacía como que me levantaba pero por reflejo me agachaba otra vez, cubriéndome la cabeza.

Entonces vi mi toalla como a un metro de distancia y me moví un poco para agarrarla. El pinche temblor no paraba y yo estaba aterrorizada, ya con la toalla en mi mano e intentando enredarla en mi cuerpo. Otra vez intentaba pararme y volvía por instinto a la posición fetal, eso sí, sin dejar de intentar enredarme en la toalla, porque sólo pensaba: "ay me van a encontrar así, qué oso: con la mano en el piso y el culo pa' rriba".

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Foto por Hans-Maximo Musielik.

Paco Reyes: fuga travesti en tacones

Estoy apuradísimo para terminar de travestirme. Voy 10 minutos tarde para dar la función de Dalia De Lirio y las Chaketas Mentales en la Facultad de Ciencias de la UNAM y no veo la hora de terminar "de hechizarme". El auditorio ya está lleno y vienen a tocarme cada minuto y medio para que me apure. Estoy terminando de ponerme la peluca gris que me regaló mi hermana, cuando una amiga dice: "¡chicas, está temblando!" Me detengo y no siento nada, le digo que no es cierto.

Escucho cómo las puertas del edificio empiezan a azotarse. Mi amiga reafirma lo que yo acababa de negarle y ahora sí le obedezco cuando me dice que me ponga mi abrigo y nos vayamos. Sigo sin sentir el temblor. Quizá son mis nervios, pero ya no la cuestiono. Me da la mano para que pueda caminar más rápido, porque traigo los tacones puestos. Veo cómo empiezan a correr los alumnos de los salones anexos que nos prestaron como camerinos. Escucho un estruendo y noto cómo vibran los cinco metros de cristales que conforman la entrada de la Facultad. Ahora sí temo por mi vida y corro y corro en tacones.

Mi amiga Liliana me pide que me calme, pues la llevo casi arrastrando. Le pido al universo no morirme, subo las escaleras de la entrada como puedo y cuando alcanzo la cima, al fin me tranquilizo. Veo a cuatro señoras de intendencia abrazadas, llorando. Mi instinto es escribirle a mi mamá y decirle que estoy bien, pero no traigo mi celular: lo dejé adentro. Luego de unos treinta minutos de incomunicación y en que nadie decía nada, mi amiga al fin tiene señal y logra avisarle a mi mamá que estoy bien. Al mismo tiempo otra amiga nos dice que acaba de atestiguar cómo se cayó un edificio en la Colonia Roma.

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Me duele todo, aún me duele todo. El sismo me hace pensar: ¿soy yo?, ¿soy yo el siguiente muerto entre los escombros? Siento miedo, mucho miedo. Estoy vivo. Estoy vivo.

Samuel: una película de terror en 4DX

Ese día aprovechando el mega simulacro, mis amigos y yo decidimos dejar la clase e irnos al cine, porque no habíamos visto la película de Eso. Fuimos al Cinépolis de Parque Toreo, que es lo que nos quedaba más cerca, y entramos a la función de la una. Ya nos habían comentado que debido a que la sala de al lado era 4DX a veces se sentían los movimientos, así que de alguna manera estábamos preparados para las sacudidas.

Entonces ya empezamos a ver la película y todo normal, e inicia la escena en la que Georgie tiene que bajar al sótano y está todo inundado: ahí donde Pennywise sale del agua y empieza a gritar. Justo en ese instante es que se empezó a mover la tierra. Pensamos que lo que estaba pasando era lo que ya nos habían advertido: que el movimiento de la sala 4DX de al lado nos podía afectar. No le tomamos mayor importancia, además de que estábamos espantados, pero por la película. En ese momento fue cuando abrieron las puertas, encendieron las luces, llegó Protección Civil y nos desalojaron. Fue hasta entonces que supimos lo que realmente estaba pasando".

Elena: "¡no traía blusa, ni brassiere, ni celular, ni las llaves de la casa!"

Vivo en Sidney, Australia, desde hace cinco años, donde en estas fechas apenas se está yendo el invierno. Por eso decidí pasar unos días más a gusto en la CDMX. Lo único malo es que el departamento de mi mamá está en cuarto piso y sin elevador, así que siempre llegaba sudando y ese día no fue la excepción. Subí esos cuatro pisos y de inmediato me deshice de la blusa negra de manga larga que traía. Como seguía muerta de calor, también decidí quitarme el brassiere. Tomé un par de vasos de agua y procedí a maquillarme, pues tenía una cita con el oftalmólogo a las 2 en la Colonia del Valle.

Estaba en la parte del delineador cuando, ¡madres! La silla y la mesa brincaron de arriba abajo. "¡No mames, me voy a morir!" "¡ Fuck, estoy topless!" "¿Dónde está mi blusa?", "¡Ay cabrón, no puedo ni caminar y esto se va caer!", fueron los pensamientos que llegaron a mi cabeza. Tambaleando traté de abrir la puerta y el corazón se me quería salir. ¡Y para colmo la cochina alerta sísmica sonando sólo para agregar más neurosis! Y yo sin poder hacer un movimiento tan sencillo como girar la llave para poder salir.

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Al fin logré abrir la puerta y como pude, decidí que era mejor subir un piso hacia la azotea que bajar cuatro pisos hacia la calle. Me agarré de una reja tratando de mantener el equilibrio cuando subieron mis vecinos del 403. ¡Doña Lupe con el bebé en brazos se cayó al subir el último escalón! Obvio lo pesqué casi en el aire mientras el lelo de su yerno no parecía conectar sus dos neuronas.

Por fin paró todo de moverse, Doña Lupe se puso de pie y me pidió al bebé y fue entonces cuando reaccioné: no traía blusa, ni brassiere, ni celular, ni las llaves de la casa.

Foto por Feli Gutiérres.

Carlos: mierda de perro

Acababa de salir de bañarme después y aproveché que tendría un rato la casa sola. Poco después llegó mi familia y yo sólo les grité: "aquí estoy". Todavía en toalla y en el sillón, sentí un movimiento. Pensé que era mi sobrino que no había ido a la escuela, pero no, no era él. Fue entonces que sentí el mega jalón y dije: "¡está temblandiiing!"

Yo en toalla, vi que mi mamá estaba en la terraza porque había subido a destender la ropa. Como es una estructura super pesada, temí que se le fuera a caer encima, por lo que acudí a quitarla de ahí y hacer que se soltara de la barandilla. Por más que le decía que se soltara ella seguía aferrada, mientras lloraba. ¡Entonces le di un jaloneo más fuerte y por culpa de eso se me cayó la toalla! Obviamente mi hermana y mis papás me vieron todo.

Me puse la toalla otra vez y como pude me bajé al patio. Creí que ya se había calmado todo, pero entonces empezó más fuerte. Entonces nos acordamos de los perros y yo, todavía en toalla, llevé a mis dos perros de 35 kilos en cada brazo. Mi mamá seguía arriba y mi papá ayudándole a bajar; todo era un circo de gritos y regaños. Al fin permanecimos todos en el patio y cuando ya todo volvió a la normalidad vi que mis perros se habían hecho popó y yo me había parado descalzo encima de la mierda.

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Lo que seguía era ir por los sobrinos al colegio. Metimos a los perritos al auto, pero todos estábamos tan nerviosos que mi hermana al sacar la camioneta la chocó contra un camión de cloro "Los Patitos". Obviamente se dio a la fuga y desde ahora la apodamos #LadyCloro. Mi papá decidió manejar pero él también iba tan nervioso que casi atropella a una embarazada.

Pável: mi segundo cumpleaños en el que se cimbró la tierra

Estaba en un estudio de tatuajes, en un octavo piso de un edificio viejísimo de la Colonia Roma. Decidí que era buena idea ponerme algo de tinta para celebrar mi cumpleaños. Quería hacerme un tattoo para cubrir una cicatriz del cráneo donde por causa de una hospitalización ya no me sale pelo. Rich, mi tatuador, ya me había rasurado la parte de la cabeza donde dejaría plasmada su obra. Estaba por ponerme la calca cuando otra chica que estaba en el estudio, dijo: ¡está temblando! Todos nos paralizamos un par de segundos. De inmediato el edificio comenzó agitarse de manera espantosa.

Como pudimos nos acercamos al marco de la puerta y ahí todos, apiñados como un gran muégano humano, nos agazapamos. Estaba al borde de las lágrimas. Recordé el terremoto del 85, mi recuerdo más antiguo y el día que cumplí dos años. Recordé también la vez que casi me morí en un choque, cuando me plantaron el día de mi boda, cuando casi me morí en el puto hospital. Y ahora, cuando había conocido a un chico increíble que días antes me había dicho que quería casarse y tener hijos conmigo, el pinche edificio estaba por caernos encima.

"No ahora, por favor", dije, mientras me aferré al cuerpo de mi novio y él me protegía. Creíamos que el sismo se había detenido pero apenas era el comienzo. Se vino un segundo latigazo y entonces se empezaron a caer trozos del techo y de las paredes. En este punto ya estaba llorando a mares. Octavo piso, en un edificio viejísimo de la Colonia Roma, el resultado era más que previsible: nos íbamos a morir ahí.

Pero no nos morimos. De pronto el movimiento se detuvo. Como pudimos, bajamos por las escaleras, tapándonos la nariz con las playeras para no inhalar el polvo del concreto desprendido. En la calle, gente convulsionando, tirados en el pavimento por el terror. Nos quedamos ahí por más de una hora, desorientados. Yo no tenía señal en el celular, sólo escuchábamos las sirenas que no dejaban de sonar. Solo cuando decidimos volver a caminar hacia donde habíamos estacionado el coche, vimos el edificio de San Luis Potosí totalmente colapsado. En el auto llegamos a casa sólo para enterarnos de que en mi colonia, a unas cuadras de mi departamento, se había caído una maquila. A esa esquina, la de Bolívar y Chimalpopoca, mi chico y yo llevamos lo que pudimos: botes y cubetas para acarrear escombro, material de curación, lámparas para agilizar las labores de rescate. Esa noche, totalmente agotados y frente un pastelito comprado en el Oxxo y unos pingüinos duros, mi novio me improvisó una pequeña celebración.

Soplé las velas y pedí un deseo: un deseo que implicaba a la gente sepultada bajo las ruinas. Ese fue mi segundo cumpleaños en que se cimbró la tierra, y en el que más lágrimas he derramado en mis ahora 34 años de vida. Días después al fin pude hacerme el tatuaje y bajo él, decidí agregarle los números 19/09: el día en que la tierra y yo nos mostramos mutuamente nuestras cicatrices.

@PaveloRockstar