De Romário a Neymar, o por qué ya basta de comparar brasileños
Al lado de Leo Messi, Neymar Jr quizás no tenga tanta presión como en Brasil... pero en el Barça de hoy sencillamente no se puede fallar. Imagen vía Reuters.

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una dinastía gloriosa

De Romário a Neymar, o por qué ya basta de comparar brasileños

Romário, Ronaldo, Rivaldo, Ronaldinho y ahora Neymar: el Barça ha tenido multitud de estrellas 'cariocas' en los últimos años. ¿Por qué no disfrutarlas, en vez de compararlas tanto?

Llevo siguiendo el fútbol español prácticamente desde que nací. Mi perspectiva es inhabitual, porque como 'txuri urdin' escapo de la dualidad Barça-Madrid: ello de algún modo me permite tener un poco más de perspectiva… o al menos vivir fuera de la onda expansiva que provoca este enfrentamiento cada vez que tiene lugar.

Como observador, hace años que veo cómo la afición del FC Barcelona necesita nuevos iconos y una constante reinvención del mito de su equipo para contrarrestar los fichajes multimillonarios de su rival madrileño. Desde el 'Euskobarça' de finales de los 80 y el Dream Team, el club barcelonista ha vivido de etiqueta en etiqueta: Cruyff, Van Gaal, Rijkaard, Guardiola, ahora Luis Enrique… cada proyecto deportivo tuvo su entrenador con personalidad, su apodo particular —y su brasileño mágico.

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Intentemos por un momento, ahora que el 'Messías' del fútbol está —suponemos— lesionado, poner en el microscopio a todo estos brasileños legendarios. De Romário a Neymar Jr., todos compartieron la vocación claramente ofensiva, la creatividad y la magia.

Romário, el 'orgasmo'

El primero en llegar fue Romário de Souza. El delantero de Río de Janeiro estuvo poco tiempo en Barcelona (apenas un año y medio), pero su aportación será difícil de olvidar: en su primera temporada anotó 32 goles, 30 de los cuales en Liga. Romário llegó a un equipo ya formado, el Dream Team de Johan Cruyff: este inolvidable conjunto se forjó alrededor de la salida de balón de Ronald Koeman, los pases en largo de Pep Guardiola, el juego de espaldas de José Mari Bakero, los agresivos desmarques de Hristo Stoichkov y los regates de Michael Laudrup.

A decir verdad, Romário no era totalmente necesario para ese Barça. Cruyff lo fichó, según él mismo confesaría luego, "para divertirse": el brasileño fue el único futbolista a quien Johan le permitía saltarse la disciplina grupal. Romário era tan bueno que lo compensaba: era capaz de meter goles absolutamente mágicos en un palmo de terreno, y dejó algunos de los momentos más inolvidables vividos en el Camp Nou durante muchísimos años.

Una de las mejores definiciones de Romário la lanzó el periodista Ramon Besa: "Romário fue un orgasmo". Es enormemente placentero, pero a la vez agota… y después de tenerlo te deja una cierta sensación de vacío. Igual que un orgasmo, Romário dejó al Barça extenuado: sus privilegios levantaron ampollas en un grupo acostumbrado a la rigidez absoluta de Cruyff.

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Para más inri, al tratarse del cuarto extracomunitario en una época en la que solo podían jugar tres, la presencia del brasileño desplazaba en cada partido a uno de los tres cracks del equipo: bien Laudrup, bien Stoichkov, bien Koeman debían quedarse en el banquillo si Romário saltaba al campo. Laudrup fue el más perjudicado. Con la distancia de los años, no parece tan difícil de entender que abandonara el club terriblemente enojado con Cruyff —para irse al Real Madrid, por cierto.

Romário se marchó a media temporada 94-95 en plena descomposición del Dream Team tras la final de Atenas contra el AC Milan en 1994. Cruyff le seguiría poco más de un año después. La huella del indisciplinado pero genial delantero de Río de Janeiro permaneció indeleble en el club azulgrana —y el romance de la entidad barcelonesa con Brasil no solo no se detuvo, sino que siguió con su siguiente capítulo a partir del verano de 1996.

El 4-1 del Barça al Dinamo de Kíev de 1994 se considera el mejor partido del Dream Team de Cruyff. Romário estaba allí, por supuesto.

Ronaldo, el 'fenómeno'

Cuando Ronaldo Nazário da Lima aterrizó en Catalunya era poco más un adolescente imberbe. Hacía dos años había ido convocado al Mundial de Estados Unidos de 1994, que su país ganó, pero no llegó a debutar: apenas tenía 17 años en aquel entonces. Llegó al Barça procedente del PSV Eindhoven holandés, igual que Romário, pero su forma de jugar al fútbol era muy distinta. Igual de distinto era el fútbol que le rodeaba: el 'caso Bosman' había revolucionado el mundo del balompié profesional y la marcha de Cruyff había revolucionado el Barcelona.

Su entrenador iba a ser Sir Bobby Robson —quien por cierto llegó al Barça con un ayudante muy especial: José Mourinho—, un venerable técnico inglés de mano suave y gesto bondadoso que construyó un muy buen equipo en base a los goles del brasileño. Desde el primer momento se vio que Ronaldo, ese chaval rapado al cero y con dos prominentes dientes, tenía algo distinto.

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El presidente Josep Lluís Núñez pagó el gusto y las ganas por la plantilla de la temporada 1996-97 —todo el dinero que le había negado a Cruyff en los años anteriores— y construyó un equipo tremebundo: a los que ya estaban en el club, como Figo, Luis Enrique, Guardiola, Gica Popescu y compañía, se les unieron el prestigioso portero portugués Vítor Baía, los zagueros Laurent Blanc y Fernando Couto, el delantero Juan Antonio Pizzi y un Stoichkov que volvía a Barcelona tras una extraña etapa en Italia.

Y, por supuesto, estaba Ronaldo. Probablemente bastaría con decir que ese año el brasileño metió 47 goles en 49 partidos; solo en Liga marcó 35. El tanto que el brasileño metió frente al Compostela pasó a la historia y terminó convertido en el anuncio de una famosa marca de ropa deportiva. El equipo ganó la Copa del Rey, la Recopa de Europa y la Supercopa; no se hizo con la Liga porque el Real Madrid de Fabio Capello y una inoportuna lesión del propio Ronaldo lo impidieron.

Por alguna razón que los culés de pro aún hoy no entienden —relacionada probablemente con el pastizal que pidió el agente para renovar—, el Barça vendió a Ronaldo el verano de 1997 al Inter de Milán. A pesar del lastre que le supusieron las lesiones, Ronaldo terminó convirtiéndose en el mejor delantero de la década: en Madrid pueden dar fe de ello.

En Barcelona, Ronaldo significó muchas cosas: en ese momento pocos lo intuían, pero en verano de 1996 el fútbol moderno, global, aterrizó en el Prat en forma de joven jugador brasileño. Nada volvería a ser igual.

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Rivaldo, el campeón extraño

Rivaldo Vitor Borba era muy distinto de Ronaldo. De hecho, como jugadores prácticamente solo compartían la nacionalidad. El 'trecuartista' nacido en la ciudad de Paulista era un jugador muy extraño: apenas se relacionaba con el juego, no le gustaba combinar y hacía pocas filigranas con el balón. Que hubiese diez tipos más en el campo le solía ser indiferente… y aún así, era absolutamente genial.

Rivaldo llegó, de hecho, a última hora. Tras perder a Ronaldo y jugar una pretemporada desastrosa, el recién llegado Louis Van Gaal pidió a Núñez un refuerzo de calidad que pudiera ocupar el lado izquierdo de su ataque. El presidente culé le hizo una jugarreta al Deportivo de la Coruña, el club donde entonces jugaba 'Rivo', y pagó su cláusula de rescisión justamente el último día del plazo para inscribir jugadores en la Champions League.

Rivaldo lo revolucionó todo ya desde el primer día: en su debut marcó dos goles. La etapa de Rivaldo en Barcelona fue, sin embargo, extraña. El brasileño tenía un carácter retraído, distinto del habitual en los brasileños, y le tocó lidiar con la personalidad de un entrenador rígido como un poste de teléfonos como Van Gaal. Juntos, pero no revueltos, ganaron dos Ligas y una Copa del Rey.

Todo se truncó cuando Rivaldo recibió el Balón de Oro en el año 1999. Tras ser elegido el mejor del mundo, el brasileño se plantó ante Van Gaal y le exigió un cambio de posición que el técnico no estaba dispuesto a darle. Su relación, ya difícil de por sí, se rompió para siempre y el año acabó sin títulos. Van Gaal terminó yéndose al final de la campaña; Rivaldo se quedó unos años más, principalmente para que el entrenador de turno pudiera jugar con su presencia o no en el equipo titular en las previas de los partidos frente al Real Madrid.

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La etapa final de Rivaldo en el Barça fue triste. La entidad entera, de hecho, estuvo triste varias temporadas. Ni siquiera su estratosférico gol al Valencia al final de la campaña 2000-01 fue suficiente como para hacer sonreír al Barça. Se necesitaba un experto en eso… y en 2003, el club azulgrana encontró a la persona perfecta.

Ronaldinho, la sonrisa

Como decíamos, el Barça en 2003 estaba triste. Su eterno rival, el Real Madrid, coleccionaba títulos y estrellas sin parar mientras los culés debían contentarse con equipos mediocres y entrenadores amarrateguis. Todo cambió cuando Ronaldinho aterrizó en el club barcelonés de la mano de una nueva directiva, joven y entusiasta, con Joan Laporta y Sandro Rosell como figuras visibles.

Ronaldinho poseía una magia sobre el terreno de juego —el don que los brasileños llaman 'ginga'— que pocas veces habíamos visto. A pesar de llegar casi por accidente (el fichaje que quería la nueva directiva era el de David Beckham, que sin embargo terminó recalando en el Real Madrid), Ronaldinho enseguida dejó claro que él era distinto. Su gol contra el Sevilla en un partido que se jugó a las 12 de la noche dio las primeras pistas de su inmenso potencial.

El Barça empezó dubitativola temporada 2003-04. Frank Rijkaard se había hecho cargo del equipo y la cosa pintaba bien, pero no terminaba de arrancar: fue necesaria la llegada de Edgar Davids en el mercado de invierno para que las piezas encajaran y el engranaje comenzase a tirar. Una vez arrancado, fue imparable y el equipo terminó la temporada a un paso de conquistar una Liga que se terminaría llevando el Valencia de Rafa Benítez.

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El verano de 2004 fue uno de los más prolíficos en lo que a fichajes se refiere en Can Barça. Entre otros, llegaron José Edmílson, Henrik Larsson, Ludovic Giuly, Deco… y muy especialmente, Samuel Eto'o. Rijkaard supo conjuntarlos a la perfección y a la vez dar el empuje necesario a jugadores como Carles Puyol, Víctor Valdés, Xavi Hernández y Rafa Márquez: la competitividad que logró ese grupo es algo que el Barça incorporó a su ADN en esa época… y ya no ha olvidado.

La temporada 2004-05 terminó con una Liga; la 2005-06 también, y además con la Champions League en París frente al Arsenal. Si con Ronaldo Nazário había llegado el fútbol global a Barcelona, con Ronaldinho llegó el siglo XXI: el club se afianzó entre la superélite mundial y se convirtió en un referente tanto a nivel de espectáculo como de títulos… e incluso de gestión. La camiseta con Unicef y el auge de la Masia —no hay que olvidar que Andrés Iniesta y Leo Messi debutaron en el equipo de Ronaldinho— se convirtieron en símbolos de un equipo que incluso el caballeroso estadio Bernabéu aplaudió.

Tras dos años de decadencia posteriores al triunfo en París, provocados seguramente por un exceso de confianza, Ronaldinho se marchó al AC Milan. Dejó, no obstante, a un heredero en el campo: era argentino y respondía al nombre de Leo. El Barça, sin embargo, no podía pasar demasiado tiempo sin un brasileño. El virus de la 'ginga' se había colado totalmente en su organismo.

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Neymar, el nuevo héroe

Neymar Jr. es el último de esta dinastía. Aterrizó en Barcelona en 2013, una época confusa y convulsa del barcelonismo debido al fallecimiento de Tito Vilanova: es el brasileño de la etapa digital, un tiempo en que Instagram casi pesan tanto como la actuación sobre el césped. Llegó cuando estaba demasiado maduro para el 'brasileirao' pero quizás demasiado verde para Europa: esta temporada por fin está cerrando todas las bocas críticas.

La llegada de Neymar al Barça fue extraña. El brasileño era ya el '10' de su selección cuando aterrizó, pero al mismo tiempo en Europa aún era un semidesconocido. Por si eso fuera poco, llegó a un club obligado a ganar, ganar y ganar. En la Liga supercompetitiva de hoy, donde Barcelona y Madrid alcanzan cifras de vértigo, la derrota no es una opción.

Neymar, sin embargo, es más listo de lo que parece. A pesar de su irreverencia tanto dentro como fuera del terreno de juego —especialmente en las redes sociales—, el joven futbolista está aprendiendo muy rápidamente lo que significa jugar en la Champions League. Lo que antes eran regates sin demasiado sentido se han convertido en desbordes con toda la intención; el pequeño hechicero se está convirtiendo en un mago de escándalo.

Ignoro si 'Ney' llegará a ser más que Romário, que Ronaldo, que Rivaldo o que Ronaldinho. A diferencia de todos ellos, la joven estrella 'carioca' aún no ha ganado ningún Mundial ni ningún Balón de Oro. Sin embargo, no me extrañaría que de aquí una década y media nos acordásemos de él como una de las mayores estrellas de nuestro tiempo: el potencial está ahí.

Eso sí, desde esta humilde tribuna quiero hacer una petición urbi et orbe. Queridos analistas, comentaristas y aficionados en general: por favor, NO me sigáis comparando a Neymar con ningún otro brasileño del Barça. Sí, sé que hay multitud para elegir, sé de la relación que tiene el club catalán con el país de la 'canarinha' y sé de lo tentador que es ponerse a comparar. Por eso precisamente pido que no se haga: es mucho mejor disfrutar sin complejos del último hijo de esta gran dinastía.