Había un partido decidido, supuestamente, y otro en el aire. El León viajaba a Tijuana con la obligación nomás, parecíamos decir, de salir a la cancha, plantarse ahí y no comenter ningún error flagrante. O quizá, cometer dos y dos nada más para no perder la ventaja de tres goles que tenían. O meter un gol que en su calidad de visitante vale doble y entonces sí dispendiar, errar, mirar para otro lado en lo que el reloj marcaba 90 minutos.Y vaya si erraron. A los 10 minutos, el portero del León dejó un balón libre en el área chica y al intentar recuperar el balón tocó la pantorrilla del rival. El árbitro no vio penal el línea sí y Moreno engañó de tal modo a Yarborough, que el arquero en lugar de lanzarse más bien pareció derretirse. Un gol antes del primer cuarto del partido es el inicio que dicta el manual de las remontadas épicas. León mientras habrá pensado que todavía tenía un error más que cometer. Y lo hizo, a los 40. Reclamaban un saque de banda a un paso de su propia área. Y el tercero, dos minutos después, ya fue una ganga, un regalo de los del Bajío. Partido soñado para los espectadores; desesperante para los entrenadores.Ahí no acabó todo: el Xolo se quedó con diez jugadores después de una expulsión bien sancionada y fue hasta el minuto 80 que la fiera logró descontar un tanto, el que ponía el partido lejos. Partido soñado para los espectadores; desesperante para los entrenadores.Por otro lado, el partido que estaba en el aire, el del suspenso el miércoles pasado, fue una pena. Una pena para el aficionado puma. No hay mucho que decir: Tigres hizo todo en el campo y Pumas nunca halló el balón; terminaron pocas jugadas con peligro —de su cuenta de tiros, muy pocos fueron al marco— y Gignac.El factor Gignac, ineludible y determinante. Hasta en las jugadas de asistencia se nota el gesto entendido. Cinco fueron en total, pudieron ser dos o tres más. Si el León juega los partidos como jugó el primer tiempo en Tijuana y Tigres como jugó el segundo partido contra Pumas, prepárense para otras goleadas.
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