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La casa se construyó a principios del siglo 20 y se encuentra en una zona residencial acomodada de Milán. Iside había sido directora ejecutiva de una empresa y era viuda desde hacía diez años.
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Cuando hablo del tema con gente de mi edad, su reacción siempre es la misma: "¿A quién se le ocurriría vivir con alguien tan mayor?", me preguntan. Piensan que soy trabajador social, pero yo no lo veo así. Mi libertad personal no se ha visto comprometida en lo más mínimo. Solo nos vemos por la tarde-noche, nunca he tenido que cargar con la compra ni me he encontrado dentaduras en la repisa del baño. Los fines de semana, ella sale más que yo y, a diferencia de mis anteriores compañeros de piso, Iside no me roba la comida ni deja calcetines sucios tirados por ahí.Por otra parte, yo creo que ella me ve como a un jovencito educado por el que empieza a sentir cierto afecto. Tiene cinco nietos y siempre recalca que no se considera buena abuela. "Me he pasado la vida siendo madre. Ahora no tengo ganas de hacer de abuela", me dijo una vez. "Obviamente quiero a mis nietos y nos vemos muy a menudo, pero no soy de las abuelas que los llaman por teléfono a todas horas. Ahora quiero centrarme en mí misma", añadió.Cuando conversamos, Iside no intenta darme lecciones de vida —aunque después del episodio del pelo, quiso enseñarme a hacer sopa—. Lleva bien lo de ser mayor y pocas veces habla del pasado. Dice que prefiere centrarse en el futuro y en los sitios que quiere visitar. A diferencia de mí, ella no teme a la muerte. "¿De qué debería tener miedo? La vida sigue, no dejes que el miedo la detenga", me dice a menudo. Algo muy a tener en cuenta viniendo de una mujer que cada día apaga el router porque "se calienta mucho y podría provocar un incendio".