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cáscaras literarias

Octavio Paz y la Olimpiada de 1968

¿Qué tiene que ver Octavio Paz , el asesinato de miles de estudiantes, y el olimpismo? Pues bien, como todo suceso histórico, nada de lo que ocurre en el devenir del tiempo es un fenómeno aislado.
Foto: Getty Images

Este artículo se publicó originalmente el 19 de febrero.

Ser elegido como sede de los Juegos Olímpicos siempre resulta grato y presenta una inmejorable oportunidad para pavonear el orgullo nacional, —si dejamos de lado los problemas que muchas veces ocasiona este honor—. Sí, estamos conscientes de las jugarretas políticas y los acuerdos oscuros que muchas veces se realizan a costillas de los seguidores del evento más grande, a mi parecer, del deporte por encima de la Copa del Mundo, ya que posee la capacidad para reunir a los mejores atletas del planeta en diferentes disciplinas. Todo un espectáculo.

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Así como el deporte libera, la "palabra" —es decir la escritura — también nos permite exteriorizar incertidumbres, añoranzas, o desencantos en torno a una realidad que se nos presenta con numerosas murallas y, que de alguna otra forma, serían imposibles de derrumbar. Octavio Paz, el aclamado intelectual de las letras mexicanas, sabía mejor que nadie del poder de la palabra para subvertir esta realidad.

Juegos Olímpicos México 1968

El 18 de octubre de 1963, la Ciudad de México fue nombrada sede de los Juegos de la XIX Olimpiada derrotando a ciudades como Detroit, Buenos Aires, y Lyon. La elección fue un tanto sorpresiva, pues existía una pequeña probabilidad de que un país en vías de desarrollo se engalanara con una distinción de tal magnitud. Asumo que el pueblo mexicano estalló en júbilo al enterarse de la noticia, y digo "asumo" porque en aquellos tiempos el autor de esta nota ni siquiera figuraba en los planes de sus progenitores (ellos, también, aún sin conocerse).

Gustavo Díaz Ordaz, ex presidente de México. Foto: Archivo/ EL UNIVERSAL

Es difícil imaginarse que haya sido de otra forma, pues de haber sabido lo que la nación azteca viviría un par de semanas antes de que el pebetero cobrara vida con el fuego olímpico, las protestas y la inconformidad habrían tomado un ímpetu diferente.

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En la década de los 60, a la cabeza del gobierno mexicano se encontraba un personaje muy bien recordado por todo aquel con un mínimo de memoria: el presidente Gustavo Díaz Ordaz. Si bien es cierto que durante su mandato México se dio a conocer ante el mundo gracias a los eventos deportivos de gran envergadura como la Copa del Mundo del 70 y las Olimpiadas del 68, también fue manchado por uno de los sucesos históricos más aberrantes de México y Latinoamérica: la Matanza de Tlatelolco.

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El elector tal vez se pregunte qué tiene que ver Octavio Paz , el asesinato de miles de estudiantes, y el olimpismo. Pues bien, como todo suceso histórico, nada de lo que ocurre en el devenir del tiempo es un fenómeno aislado. El detonante es solo el final de una larga mecha a la que alguien prende fuego.

La "Matanza de Tlatelolco"

El vergonzoso y lamentable acontecimiento puede resumirse en una sola pero extensa oración: el asesinato, por parte del ejército nacional como sinécdoque del gobierno mexicano, de cientos de estudiantes —hasta el día de hoy "nadie" sabe con certeza la cifra exacta de los abatidos— que protestaban para exigir mejoras en una sociedad reprimida.

Al igual que lo sucedido en los meses previos al Mundial de Brasil 2014, la juventud buscó aprovechar la ventana internacional de la elección como sede de los JJ. OO. para exteriorizar su inconformidad ante un evento innecesario cuando habían aún mucho que resolver en casa. Y de igual forma que en Brasil, dicha ira no sirvió de mucho, pues los medios se "olvidaron" de los problemas sociales.

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El cobarde ataque de las fuerzas armadas en contra de los estudiantes se dio un 2 de octubre de 1968 en la Plaza de las Tres Culturas, Tlatelolco, Ciudad de México, diez días antes de la inauguración de la gesta olímpica en el estadio de Ciudad Universitaria.

Por otra parte, en ese entonces el literato mexicano —me cuesta reducir a Octavio Paz a uno solo adjetivo, ya que durante su vida se adentró en las diferentes esferas (tentadoras) que rodean a un erudito de su calibre— se desempeñaba como el embajador de México en la India.

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Cuando Paz se enteró de lo que había sucedido aquel 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas, intercambió varias cartas con sus amigos más cercanos —también eruditos— donde meditaba su renuncia de carácter irrevocable al no poder representar a un gobierno que atentaba contra su juventud. A 48 horas del crimen estudiantil, Paz renunció a su cargo como embajador en la India, entregándose a un acto moral más que obligatorio. No podría regresarle el aliento a los estudiantes abatidos sobre la tierra del sacrificio, Tlatelolco, pero sí podría atacar con pluma en mano:

La limpidez
(Quizá valga la pena
Escribirlo sobre la limpieza
de esta hoja)
No es límpida:
Es una rabia
(Amarilla y negra
Acumulación de bilis en español)
Extendida sobre la página.
¿Por qué?
La vergüenza es ira
Vuelta contra uno mismo:
Si
Una nación entera se avergüenza
Es león que se agazapa
Para saltar.

Paz regurgita su enfado con pluma en mano. El ataque del pueblo contra el pueblo es señal de un retroceso, de la traición entre hermanos; una vergüenza que se convierte en ira. El deporte, una vez más, es utilizado como el recurso deus ex machina que pretende resolver los problemas de una enmarañada trama con el mero hecho de su presencia, logrando, precisamente, lo contrario al propósito esencial del deporte que busca unir en lugar de condenar, celebrar mas no callar. Hace mucho que el deporte sucumbió también ante el látigo de oro del poder.

Los empleados
Municipales lavan la sangre
En la Plaza de los Sacrificios.)
Mira ahora,
Manchada
Antes de haber dicho algo
Que valga la pena
La limpidez.

La limpidez "no límpida" a la que Paz se refiere es justamente la hipocresía, aquella máscara mostrada el día en que el pebetero del Estadio Olímpico Universitario fue encendido y que provocó un olvido momentáneo de la sangre derramada; sangre lavada a marchas forzadas para dar una imagen pulcramente manchada de un país ahorcado, mas orgulloso, de sus "logros" ante el mundo.

Deporte y literatura, dos disciplinas entrañadas que poseen una misma característica para subvertir nuestra realidad y revelar aquello olvidado, muchas veces deliberadamente, por medio de un gol o una rima, de un braceo de mariposa o una metáfora, de un 10 perfecto o una aliteración.