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"Canelo", el supuesto campeón de México, sigue sin convencer

Saúl "Canelo" Álvarez cerró su compromiso más reciente con un espectacular nocaut. Sin embargo, sigue sin convencer a muchos expertos y aficionados del boxeo.
Foto: AP

El nocaut fue devastador. Fue un potente derechazo que se clavó en la mandíbula de Amir Khan para inaugurar de forma eufórica la T-Mobile Arena y dejar a los asistentes —al menos aquellos seguidores del "Canelo"— más que satisfechos.

Se ha dicho que el nocaut es el invitado principal de toda contienda boxística, y no hay error en ello. Puede que a veces llegue, o no, pero siempre estará latente cuando dos danzan arriba del cuadrilátero. Las razones por las que gustamos tanto del nocaut son obvias y están presentes en todos los deportes que cuentan con un clímax dentro del sistema que conforma la disciplina en cuestión.

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Sin embargo, nunca me he sentido cautivado por los "nocauts injustos". Con esto me refiero a los golpes cuyo efecto es el de adormilar al espectador y no al rival, es decir, aquellos nocauts que provocan demencia en los llamados aficionados del boxeo. Y es que hacerse llamar un ferviente seguidor de cualquier disciplina deportiva no sólo implica prender el televisor o asistir a la arena o estadio (porque te regalaron los boletos o estaban en descuento) para presenciar un juego colectivo o individual. Cuando la pasión es verdadera, el fanático suele ser curioso e ir más allá de lo que vio o escuchó antes, durante y después del evento deportivo de su preferencia. En otras palabras, como decimos en México, no hay que ser borregos.

¿Pero a qué viene todo este discurso subjetivo sobre lo que tiene, o no, que hacer o pensar un aficionado? En el caso específico del boxeo, creo que mucho.

Si al igual que el "Canelo" después de su victoria el sábado por la noche, dedicaste algunas palabras escoltadas por la prepotencia del valor desmesurado, y celebraste el nocaut sobre Khan como si el peleador mexicano hubiese acabado con la injustica mundial de un solo golpe, entonces déjame decirte que estás equivocado.

Desde hace tiempo, los promotores y televisoras nos han dado atole con el dedo. No es por nada, pero si hay una fanaticada en específico que no tiene memoria es la mexicana. Sólo basta un elogio del inepto patriotismo azteca para ganarse el corazón de los millones de seguidores, un arquetipo del mártir que ha luchado contra viento y marea, humilde, y exitoso, una buena producción, y listo, el circo está armado, con show incluido y butacas llenas. Hasta en esto Platón y su famosa alegoría de la caverna son aplicables: lo que vemos son solo sombras que creemos reales, pero que no son más que eso, sombras; es sólo cuestión de alzar la cabeza para encontrar la salida de la caverna…ah, pero cómo nos cuesta.

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1) It was better than most of us expected
2) It ended how most of us expected

— Bad Left Hook (@badlefthook)8 de mayo de 2016

1) Fue [la pelea] mejor de lo que la mayoría esperamos 2) Terminó como la mayoría nos imaginamos

El aficionado mexicano ingenuo, o ignorante, es el que se revuelca en los elogios; Saúl Álvarez es el mártir, y Óscar de la Hoya el que pone la producción. No quito méritos al tremendo nocaut de Álvarez, pero sí tengo bien presente —al igual que muchos, quiero pensar— que desde el principio fue una pelea dispareja. Casi todo estaba a favor del "Canelo"; el "casi" a causa de la ventaja en el alcance de Amir Khan, punto a favor que supo explotar, definitivamente no al máximo, durante los primeros asaltos.

Mi preocupación surge del constante cuestionamiento de las cosas. "Canelo" no es el boxeador, tal vez sí el peleador, que nos han vendido; nótese la diferencia entre ambos términos. Es simple (a la hora de explicarlo): el peleador es aquel que se entrega, para bien o para mal, ante la adversidad sin miedo al resultado; ejemplo, Arturo Gatti, y más recientemente "Mike" Alvarado y Brandon Ríos. En cambio, el boxeador es aquel que arriba del ring parece más un cirujano que un atleta: cuestiona los movimientos de su rival, los analiza, busca soluciones a los problemas que se puedan presentar, y ejecuta con precisión, (también existe otra categoría donde ambas características suelen fusionarse, por ejemplo, Julio César Chávez).

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En el aspecto técnico, no dudo que "Canelo" pueda mejorar. De hecho me sorprendió su pelea frente a Miguel Cotto, donde mostró un nuevo arsenal de recursos que le funcionaron. Su juego de pies fue más rápido, el bending casi impecable que obligó al boricua a fallar varias combinaciones y a agotarlo. Su jab también fue clave para mantener a raya a un esteta del ring como lo es Cotto. Pero no sirve de mucho si lo que aprendiste y ejecutaste de buena forma no lo replicas en tus siguientes compromisos.

Durante los primeros asaltos de la velada del sábado, "Canelo" no pudo encontrar a Khan. Por instantes, el británico se le hacía de humo, y se podía ver la frustración del mexicano en su rostro. Fue una postal similar a la que vimos cuando Álvarez se enfrentó a Erislandy Lara y Floyd Mayweather Jr., ambos boxeadores en su máxima expresión, rápidos, elusivos, contragolpeadores, inteligentes. Su jab casi no se vio, salvo en algunas ocasiones, y por ello no pudo encontrar su distancia. Su bending resultó poco efectivo ante la velocidad de Khan, quien tampoco traía mucho.

Golovkin más que listo para destronar a Saúl Álvarez. Foto: Will Hart / HBO Boxing

Sí, "Canelo" encontró ese magnífico derechazo que acabó de tajo con el sueño de Khan para rehacer su carrera y colocarse de nuevo en el mapa del boxeo. Pero nos deja un mal sabor de boca ver que por momentos sigue siendo el mismo peleador ansioso por conectar el golpe que sea capaz de salvarle el vergonzoso show de rounds anteriores. Y lo peor de todo es que cuando el golpe maestro por fin hace acto de presencia, el aficionado se vuelca en una serie de sinsentidos muy alejados del análisis serio y de la realidad.

Para ser un verdadero campeón —y sobre todo un campeón mexicano— se necesita ser constante de principio a fin en la contienda. Un verdadero campeón dicta el ritmo de la pelea y, sobre todo, convence no sólo a sus seguidores, sino también a aquellos fans neutrales, o que no gustan de su trabajo en el ensogado. En sus inicios, Floyd Mayweather Jr. no era de mi agrado. Veía todas sus peleas con la esperanza de verlo perder el invicto, hasta que pude mirar más allá de las sombras de la caverna y me di cuenta que él era uno de los pocos boxeadores que ejecutaba a la perfección la ciencia dulce, el arte de pegar sin que te peguen. Me convenció y se ganó un seguidor más.

Mientras el problema de "Canelo" siga siendo su falta de convencimiento y no logre callarnos, a los escépticos, con una gran actuación ante un rival digno y en su apogeo, no podré decir con orgullo —como lo he dicho cientos de veces cuando pronuncio nombres del boxeo mexicano como Julio César Chávez, Marco Antonio Barrera, Érik Morales, Ricardo López, Juan Manuel Márquez, entre muchísimos otros— que Saúl Álvarez es digno representante de un país con una historia tan importante en el pugilismo como lo es México.

Tal vez sea la era posmoderna en la que habitamos —donde todo es efímero, pasajero, y surgen nuevos Picassos, Prousts, Mozarts, Kubricks, etc., cada semana— la que nos orilla, como aficionados, a conformarnos con tan poco arriba del ring. Para violar los cánones, primero tienes que dominar la Tradición: ésta dicta que para cargar con un epíteto tan honroso como el de "campeón mexicano", el portador necesita demostrarlo cada vez que ponga un pie arriba del ring.

"Canelo" tiene mucho futuro por delante, pero si quiere ganarse el reconocimiento de sus detractores y un lugar meritorio en la historia del boxeo, primero tendrá que buscar la pelea con Gennady Golovkin en las 160 —nada de pesos pactados— y después derrotar de forma convincente al kazajo. De otra forma, seguirá siendo considerado un mero producto de un buen promotor.