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Super Bowl LI

​El dólar, el peso, y Trump: El Super Bowl no es lo mismo que hace un par de años

Nos duele el peso, pero más que nada el dólar. ¿Cuánto cuesta pasarla bien en el Super Bowl?
Fotografía vía Wikicommons

Imagine la escena: 5 de febrero de 2017, unos minutos antes de que inicie el Super Bowl. Imagine entonces los detalles: pantalla de noventa pulgadas empotrada a la pared; cuatro sillones para 16 personas, dos hieleras pletóricas de alcohol y una mesa amplia desbordada de botanas. Haga un zoom sobre la mesa: hay platillos variados, diversos, incluyentes. Afile el foco un poco más sobre el platón de totopos. ¿Algo falta? ¿Nota algo raro? Nosotros tampoco porque nosotros sí podemos comprar aguacates sin problemas para el guacamole. Ahora imagine la misma escena en alguna localidad de Estados Unidos. No se canse: puede que falte el guacamole.

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Por designios raros de la costumbre y la geografía, el domingo del partido final de la temporada de la NFL es también un superdomingo para los aguacateros. Según los entendidos, la venta semanal de toneladas sube notablemente durante la semana previa; algunos dicen que más de 100 por ciento. Para esta edición, la 51 que tendrá lugar en Houston, Texas, ha habido un breve pánico del manjar verde. Unos días después de la llegada de Trump a la presidencia con todas sus amenazas arancelarias y comerciales, un camión de aguacates mexicanos fue detenido en la garita. 278 millones de aguacates vendidos en el mero día (2016). Crece la demanda de 18,000 toneladas semanales a 150,000 toneladas. (750%)

Fotografía vía Munchies

Eran apenas 120 toneladas de las 35,000 que se consumen ese día, pero igual provocó un calambre. Super Bowl sin guacamole es como una línea ofensiva con un jugador menos: un despropósito, una imposibilidad. Por lo mismo, y con la esperanza de que la terrible escena que imaginamos al inicio de este artículo no suceda, nos preguntamos: ¿cómo más se fue al carajo el primer Super Bowl de la era Trump?

No hay mucha sorpresa: el primer golpe que ha recibido el público nacional aficionado al gran partido ha sido el tipo de cambio. Un dólar de hoy no es el mismo que cuando los Cowboys estaban convencidos que cargaban el Lombardi hace unos meses. Mucho menos, para tomar un punto arbitrario, el dólar de 2012, cuando Eli Manning se ganó a fuerza de bombazos, el trofeo de MVP y el anillo de campeones sobre los Patriots. En esa época el dólar oscilaba en el rango alto de los 13 pesos. Qué tiempos aquellos, hace unos largos cuatro años.

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La última jornada antes de que el dólar llegara más de veinte pesos (el pasado 3 de noviembre), uno de los protagonistas ganó su partido por paliza —43 a 28 los Falcons a los Bucaneers—; los Patriots descansaban. Al jueves siguiente, el peso a 20.50. Y con ello, el paquete para Houston. Dichosos los precavidos que compraron con tiempo sus entradas.

Según el sitio de internet Seat Geek, el precio más económico al momento ronda los tres mil dólares. La cifra seguramente irá incrementando hasta las últimas horas previas al partido. Por lo pronto, mucha oferta no habrá. Según un documento circulado por el sitio de viajes Despegar.com, la recomendación para el fanático era ocuparse de agendar todo con por lo menos quince días de anticipación. En ese caso, ¿quién tiene una tarjeta de crédito con sesenta mil pesos de línea? Según el comité organizador del magno evento, esperan que unas 140,000 personas se apersonen en Houston para el partido y de esos 72,000 entren al NRG Stadium. El porcentaje de ellos que sean mexicanos probablemente habrán pagado, en estimaciones de la agencia de viajes, unos 75,000 pesos por persona por el gusto.

Nomás para hundir la daga de la envidia bien profundo, recordemos que en 2012 el precio del boleto arrancaba en la reventa en unos 2,800 dólares, es decir unos 37 mil pesos de entonces. Si descontamos la inflación seguimos saliendo mal parados en 2017. De nuevo, ¿alguien tiene crédito en su tarjeta?

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Según cifras de años anteriores, las expectativas para los organizadores son de bonanza pura. El lugar común dice que la casa nunca pierde y desde el 2009 ninguna de las sedes ha recibido menos de 150 millones de dólares de gasto directo por los visitantes. La última edición en particular —en Santa Clara, California— infló las arcas de la economía local con 220 millones de dólares, la cifra más alta hasta la fecha, según el análisis de la firma PWC.

Fotografía vía Wikicommons

Ahora en Houston, que ya fue sede en 2004 y recaudó poco más de cien millones de dólares en aquella ocasión, la ciudad espera que el impacto económico neto sea de unos 350 millones de dólares. La casa —la municipalidad de Houston en este caso— dice que gastará unos 5.5 millones de dólares en costos extras por el influjo de los visitantes: hay que contratar policías, paramédicos y demás servicios extras para la semana de festejos previa al partido. Y, además, el comité organizador del Super Bowl reembolsará este gasto según la oficina de la alcaldesa Janice Evans. La casa definitivamente no pierde.

De vuelta al campo del aficionado nacional, aquí otras cifras que quizá sirvan para dimensionar por qué el guacamole casero y la pantalla no sea tan mala idea después de todo. No están a la vista todavía los precios de los productos que estarán a la venta, pero podemos usar como referencia con toda confianza los precios del Super Bowl pasado. Total, las cosas sólo pueden incrementar. Según la evidencia fotográfica, el producto imprescindible en todo estadio, la cerveza, andará por lo menos en 13 dólares la local y 15 la premium.

Es decir que refrescarse el cogote después de gritarle a Brady que explique por qué es amigo de Trump le saldría en unos 300 pesos por envase. ¿Dice que usted es más de vino? También tenemos para usted. Desde 15 y hasta 25 dependiendo de la uva y del nivel de inconciencia que traiga usted consigo. El sorbito en vaso de cristal en moneda nacional anda en 530 pesos. Tanto grito, tanta emoción, coreo de canciones de Lady Gaga seguro le dará un poco de hambre. Pero, curado de espanto por lo difícil que será curarse la sed, mejor va por algo leve: unos cacahuatitos. Gracias, qué tal, son siete dólares, es decir, 140 pesos: buen provecho. Hasta ahí la experiencia en el estadio. Qué cómodo se ve ahora el sillón de la sala.

Optimistas pero no vocingleros, los miembros de la National Retail Federation, esa agrupación de vendedores, acaba de publicar sus estimados para el Super Bowl LI por venir. Ellos no se circunscriben a la ciudad, y estiman el país entero. Según ellos, el público gastará en promedio 75 dólares, y un total de 14 mil millones de dólares con el partido como propósito. Cifras espectaculares sin contraste, pero ya visto en contexto parece que el entusiasmo gastador de los vecinos está a la baja: en 2016 gastaron 82 dólares en promedio y 15 mil millones en total. Según el reporte, el 8 por ciento de los encuestados van incluso a gastar en televisiones para apreciar bien las acciones.

Con todo esto regresamos a la escena imaginaria. Imagine: 5 de febrero de 2017, unos minutos antes de que inicie el Super Bowl. Imagine entonces los detalles: pantalla de noventa pulgadas empotrada a la pared; cuatro sillones para 16 personas, dos hieleras pletóricas de alcohol y una mesa amplia desbordada de botanas, con guacamole local brillando al centro. Y ahora imagine su cuenta de banco, sin ese agujero de 75,000 pesos que le acabamos de ayudar a evitar.