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la intensidad pasa factura

Joakim Noah contra lo inevitable

Durante años, Joakim Noah ha sido el ancla de los Chicago Bulls, haciendo de todo tan bien como podía. Ahora, todo este tiempo de máximo esfuerzo le empieza a pasar factura.
Foto de Dennis Wierzbicki

Joakim Noah tuvo que descansar la noche del 11 de marzo. Y no fue por capricho: Noah descansó porque lo necesitaba urgentemente. Los Bulls completaban ese día una serie de cinco partidos en siete días y hay unos límites al baloncesto que puede jugar un ser humano con la rodilla izquierda recién operada. La decisión de descansar es normal y razonable, pero Noah no es un hombre muy dado a razonar cuando toca sacrificarse. Es precisamente esto lo que le ha llevado a ser Joakim Noah — y a convertirse en una estrella de la NBA.

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El baloncesto de Noah se define fácilmente: intensidad. Intensidad pura, intensidad infinita, intensidad sin reservas. Esa forma de entender el juego es, en realidad, una elección personal: Noah necesita vivir al límite para brindar al público las actuaciones de 'Mozart con Anfetaminas' que ofrece cada noche. A pesar de las muchas cosas que ha aprendido a hacer en la pista, la energía sigue siendo su arma principal. El jugador franco-americano, hijo del tenista francés Yannick Noah y de la modelo sueca Cécilia Rhode, decidió en algún momento de su vida que la calma y la pausa no le interesaban… y a la vista está que le ha ido bastante bien así.

El término "niveles de actividad" es absurdo incluso para esta época en la que las estadísticas reinan sin discusión. Si uno dice "niveles de actividad" así sin más, cualquiera diría que hablamos de la capacidad de pintar sin salirse de la raya de un niño de párvulos. Pero si hay un jugador en la NBA que pueda dar sentido a un vocablo así de estúpido, ése sería Noah. Su "nivel de actividad" es el de un volcán muy cabreado que acaba de beberse quinientos litros de chili picante. Estos gloriosos GIFs animados de Chris Edser capturan perfectamente su esencia. Para ser alguien tan larguirucho y esmeradamente peinado, Noah aparece inesperadamente en un montón de lugares a lo largo de un partido. Si le pierdes de vista, aunque solo sea un segundo, te lo volverás a encontrar de improviso poniendo la punta de los deditos para interceptar el pase confiado de un base indolente, robando el balón y aplaudiendo alocadamente a su equipo tras anotar al contraataque. Su aguda comprensión del juego le permite anticiparse a las acciones del rival, pero es su implacable energía la que le permite recuperar esos balones inalcanzables para otros.

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Sin embargo, es imposible vivir siempre al límite. La parte negativa del energético juego de Noah es que las fuerzas parecen estar acabándosele. Sus números y porcentajes han bajado a lo largo de esta campaña: en principio, esto podría explicarse teniendo en cuenta su cambio de posición tras la llegada de Pau Gasol, pero un examen algo más profundo dice muchas más cosas. Noah no está tan ágil y ligero de piernas como solía estar. En algunos partidos, se nota que tiene dificultades para que su cuerpo alcance el mismo nivel de revoluciones que su mente. Por desgracia, pocos jugadores ganan veteranía sin tener que pagar un peaje por ello.

Caballero, deberíamos pedirle que se calme. La gente está intentando disfrutar de su Mirotic. Foto de David Banks - USA Today Sports

Todo esto se debe, sin embargo, a algo más que a la mera acumulación de partidos en las piernas. No: esto es lo que pasa cuando un jugador se extralimita una y otra vez. El cuerpo de Noah no ha sido nunca especialmente fiable, y su juego frenético le lleva muchas veces a ser víctima de golpes y torceduras de todo tipo. En la temporada 12/13 jugó con una fascitis plantar durante gran parte de la campaña, y en la 13/14 sufrió un problema de rodilla que Tom Thibodeau dijo que le afectó "probablemente toda la segunda mitad de la temporada". En ambos partidos, Noah lideró a los Bulls mientras albergaba la débil esperanza de que un Derrick Rose eternamente en el dique seco volviera para disputar los play-offs (para entendernos, si Noah es Sísifo, Rose vendría a ser la piedra).

Es difícil llegar a valorar todo el trabajo que Noah hizo en ausencia del más famoso de sus compañeros de equipo. El franco-americano fue el mejor defensa de los Bulls (y probablemente el mejor defensa de toda la NBA) mientras a la vez hacía de núcleo ofensivo de su equipo. Durante largos períodos, Chicago usó a Noah en un extraño rol de pívot-base: el jugador recibía la pelota en el tiro libre y o bien la metía dentro para el corte, o bien la devolvía fuera al perímetro, o bien encaraba él mismo para meterse en la pintura. Cada posesión era trabajo para estos Bulls sin Rose, y Noah se llevaba siempre la peor parte.

Sabiendo cómo es Noah, su entrenador sabía que cumpliría su labor felizmente, quizás con alguna queja menor como mucho. Nadie le dijo nunca que se calmara, ni pensó en tomar esa decisión por él. Thibodeau es un entrenador excelente, pero su peor defecto es que consiente que sus jugadores se agoten más allá de lo recomendable sin miramientos si ello le permite sumar una victoria. Noah debería haber quedado fuera del quinteto titular en muchos partidos para dosificarse, pero en vez de eso se le permitió que se exprimiera como si de un limón se tratara. Y este tipo de cosas solo se ven como heroicas si duran un tiempo limitado.

Como consecuencia, lo que queda hoy en día es la versión reducida de Joakim Noah. Verle aún no es un triste espectáculo ni mucho menos, pero lo triste que hay en él es lo mismo que hay en las carreras de aquellos atletas que duraron menos de lo esperado: en el momento en el que empezamos a apreciar completamente sus cualidades, éstas empiezan a decaer irremediablemente. Lo que teóricamente debía ir desapareciendo poco a poco se desvanece de golpe y porrazo. Esto empieza ocurriendo de forma imperceptible, hasta que en un momento dado se nota con claridad. Y entonces no hay marcha atrás.

Noah lleva deteriorándose un tiempo, durante el cual sin embargo ha logrado ser el eje de uno de los equipos más tercamente competitivos del Este. Cualquiera que prestase atención pudo ver cómo su decadencia se acercaba inevitablemente, y sin embargo sigue siendo difícil de aceptar que alguien como él empiece a moverse a cámara lenta, como si las lesiones que había sufrido en temporadas anteriores le empezaran a doler todas de golpe. Todos estos años de juego al límite en la pista ahora le pasan factura. Es un jugador menor a día de hoy, debido y a pesar de su infinita generosidad en el esfuerzo. Siempre supimos que esto acabaría así, pero ello no implica que nos sea más fácil de aceptar que el fin ya ha empezado.