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juego colectivo

Los Spurs no pueden parar... ni piensan hacerlo

Los San Antonio Spurs vuelven a ser candidatos al anillo tras ganar el año pasado a pesar de los achaques. La receta de su competitividad quizás vaya más allá del mero juego en sí.
Foto de USA Today-Sports

Antes de ganar el anillo el año pasado, la historia reciente de los San Antonio Spurs había sido un cuento de bonita estética y final infeliz. Durante media década, el equipo texano había jugado el baloncesto más espectacular de la NBA —inteligente, total, cercano a la telepatía— pero ese encanto siempre había terminado truncado por un desenlace agrio. Esa paciencia partido a partido, los cien puntos por cada mil cortes, escondían una urgencia a gran escala. Los Spurs eran viejos, viejos hasta el punto de que la mayor parte de sus carreras de sus jugadores habían transcurrido desde la primera vez que les llamaron viejos. Las opciones de ganar un el anillo una década después del primer título de Tim Duncan y Gregg Popovich se reducían año tras año.

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Sus fracasos crecían tanto en tamaño como en capacidad para hacerles daño: las derrotas frente a Memphis en la primera ronda del 2011, frente a Oklahoma City en las finales de conferencia del 2012 y frente a Miami en las finales del 2013 escocían como sal en una herida. Como más duraban las post-temporadas, menos plausible parecía la recuperación del equipo de cara al año siguiente. Los partidos duros se acumulaban en piernas cansadas, sí, pero todo el proceso tenía también un cierto aire de drama, de repetición de los patrones tradicionales de dificultad y progreso humanos. Las personas tenemos la extraña capacidad de convertir los problemas en promesas.

Así, los Spurs siguieron adelante, año tras año, ofreciendo siempre un espectáculo maravilloso sobre la pista. El balón saltaba de jugador a jugador con la agilidad de una liebre. Los viejos trucos —los aros pasados de Tony Parker, los pases cifrados de Manu Ginóbili, los fundamentos de Tim Duncan en la pintura— ganaron un nuevo contexto. Kawhi Leonard apareció, silencioso y trabajador, y escaló posiciones en la jerarquía de San Antonio a base de hacer de todo sobre la pista. Danny Green aportó una sobria dosis de puntería. Patty Mills, Marco Belinelli Boris Diaw… cada incorporación a la rotación ayudó a solidificar la identidad del equipo. Era como si los Spurs se quisieran asegurar que, en el caso de ganar finalmente el anillo, su victoria sería la reivindicación total de una forma de entender el baloncesto.

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Y ese campeonato llegó el pasado junio, cuando San Antonio ganó a Miami en cinco partidos. Fue algo catártico, mágico, que además pareció cada vez más inexorable a medida que avanzaban los play-offs. La victoria que no podía entenderse más que como una culminación. Los jugadores de los Spurs subieron al podio, después del quinto partido, con las banderas de sus respectivos países atadas a los hombros —Brasil, Argentina, Francia, Italia— y se pasaron el trofeo Larry O'Brien entre ellos. Popovich se paseó entre ellos, repartiendo abrazos y palmadas en la espalda. Duncan parecía un niño de 2,11m con barba gris.

En los días que siguieron, la especulación se centró en la posibilidad de que alguna de las estrellas de los Spurs se retirara aprovechando el clímax. Ninguno lo hizo, y San Antonio empezó la nueva temporada con prácticamente el mismo equipo que había terminado la anterior. Pero, a pesar que ahora estén volviendo a recuperar la forma tras un invierno de lesiones y juego irreconocible, son un equipo distinto del que vimos el año pasado. Han cumplido con el improbable objetivo que se propusieron: ya no les queda nada en juego. ¿Cómo hay que valorar a un equipo que vive ya por encima del éxito y del fracaso? ¿Qué les puede motivar a estas alturas?

"¿Quién narices sigue dejando entrar a este viejo francés aquí?". Foto deSoobum Im-USA TODAY Sports.

Durante la mayor parte de esta temporada, los Spurs ofrecieron una respuesta clara, al menos a la primera pregunta. Renqueantes y fuera de forma, los jugadores parecieron aceptar, finalmente, el paradigma de la decadencia que habían rechazado durante tanto tiempo. Seguían jugando con brillantez a rachas y en ciertas noches, pero sus tácticas quedaron desnudas en partidos como los que disputaron en Golden State y Atlanta, donde los antiguos alumnos de Popovich Steve Kerr y Mike Budenholzer lideraban equipos más jóvenes y en mejor forma. Leonard se perdió varios meses de competición debido a lesiones en el ojo y en la mano; Parker, por problemas crónicos en los isquiotibiales. Las cuatro derrotas seguidas que sumaron a finales de febrero, la segunda racha negativa de esas características en la temporada, pareció una señal clara de que estos Spurs estaban demasiado heridos, o de que sus oponentes les tenían ya muy vistos, o, quizás, que el título había saciado su hambre. No parecía exactamente el fin, pero sí el principio del mismo.

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Y entonces, San Antonio ganó sus siguientes seis partidos, y desde ese momento han ganado doce de sus últimos quince. Una de esas tres derrotas, además, fue frente a los New York Knicks en uno de los "30 partidos malos" del año, y llegó más como recordatorio de que nunca se debe bajar la guardia que como indicio de declive. Los Spurs se pasaron la semana pasada destrozando a equipos que en momentos anteriores de la temporada parecieron haberles superado de forma definitiva.

Así, el equipo de Popovich ganó a los Hawks de 19 puntos, a los Thunder de 39 (un extracto a modo de ejemplo: Diaw mete un pase dentro para Duncan; Parker corta por la línea de fondo por detrás suyo, recibe sin marca y fuerza a Steven Adams a llegar a la ayuda; Parker le devuelve el balón por encima del hombro a Duncan para que éste tire sin oposición desde cinco metros; la gravedad hace su cometido; los pajarillos cantan y las nubes se levantan), a los Mavericks de 18 y a los Grizzlies de 14.

De algún modo, esta racha es tranquilizadora: los Spurs llegan de nuevo a abril dentro del selecto elenco de equipos preparados para luchar por el título, y el equilibrio en el Universo sigue siendo el de siempre. Este año, sin embargo, esta pequeña familiaridad es más difícil de analizar. Los Spurs no son los líderes absolutos en fluidez ofensiva: este honor ahora pertenece a los Warriors, que en sus mejores noches parece que se pasen el balón a través del cuerpo de los defensas. Tampoco son los contendientes más igualitarios: este año esa categoría la lideran los Hawks, que no disponen de ex 'Hall of Famers' como SAS, sino de jugadores que jamás llegarán a ese nivel —pero que están alcanzando su cénit individual juntos, todos a la vez.

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Lo más inquietante de todo, sin embargo, es la inexistencia de una crisis. El legado de San Antonio está ya cerrado: otro título este año sería una suerte de apéndice, y una derrota solo sería vista como el necesario cierre del ciclo de victorias. La mejor apuesta —considerar que jugarán un poco peor que el año pasado y que se retirarán un poco antes— no será la tragedia que parecía atenazar la franquicia cada año antes del pasado junio.

"Vale, oído cocina, serán cuatro vasitos de leche caliente. ¿Alguno más?". Foto de Craig Mitchelldyer-USA TODAY Sports.

Los Spurs han trascendido el drama usual del baloncesto. Más que un sentimiento general de pena por su caída, la victoria del año pasado parece haber generado un cierto hastío en los aficionados: con sus herederos liderando cada conferencia, San Antonio parece redundante. Su negativa a apartarse de la élite tiene incluso algo de impertinencia, como si rehusaran admitir que su tiempo ya ha pasado.

Aún así, sigue quedando un cierto placer (más sutil que en años pasados, y menos dramático) en contemplarlos llegando una vez más a su mejor forma en el momento justo. Parte de este gozo se debe simplemente al encanto de su juego. Otros equipos quizás igualen su claridad de ideas, pero ninguno tiene esa colección de pequeñas deficiencias —la incapacidad de Duncan para saltar, el impreciso tiro de tres de Parker, la sensación general de eterna fatiga— que hace que esa claridad sea tan necesaria para los Spurs. Los Warriors pueden sobrevivir un cuarto entero en base únicamente a su talento. San Antonio, en cambio, o juega cada balón con inteligencia o no logrará anotar: su margen de error ha desaparecido.

La otra característica que convierte a SAS en un bonito espectáculo tiene que ver con la filosofía. El triunfo del año pasado fue un argumento a favor de la familiaridad: mostró que los jugadores pueden llegar a conocerse tan bien, a lo largo de los años, que ello esconda su propia decadencia y permita que su baloncesto sea tan efectivo como elegante.

Este año, sin embargo, prueba algo distinto. Esta temporada muestra que mantenerse juntos puede dar recompensas más allá de lo meramente funcional, recompensas que tienen más que ver con la alegría que con los resultados. Es una visión del baloncesto como una diversión, hasta el punto que permite a los Spurs seguir defendiéndola a pesar de los achaques… simplemente porque no tienen ganas de parar.