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cáscaras literarias

“La novela siempre gana por puntos, mientras que el cuento debe ganar por nocaut”, Julio Cortázar | ES | Translation

En 1974, José "Mantequilla" Nápoles y Carlos Monzón disputaron una de las peleas más ansiadas en el boxeo. Julio Cortázar, aficionado del pugilismo, plasmó la batalla en uno de sus tantos cuentos.
Imagen vía AP

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El boxeo, a diferencia de los demás deportes populares —llámese fútbol, baloncesto o el primero que te venga a la mente—, cuenta con un aura de misticismo que encaja a la perfección con el lenguaje literario. Para ser más específicos, con el relato poético de los sucesos.

Recuerdo empezar a apreciar las peleas de boxeo hacia los trece años. Imaginaba, por ejemplo, estar en los zapatos de Erik Morales en su tercera pelea contra Manny Pacquiao —definitivamente, uno de los enfrentamientos que más me han dolido como aficionado al boxeo: yo iba con Morales— y hacerle frente a ese torbellino de golpes filipino sin importar lo sangrada y desfigurada que estuviera mi cara.

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De alguna forma idealicé a mis boxeadores favoritos y empecé imitarlos en escenarios imaginarios mientras me bañaba o hacia cualquier otra cosa; escenarios producto de mi imaginación donde yo era el siguiente gran luchador, que se desangraba pero nunca caía.

Es este efecto cenicienta, esa imposibilidad de lograr lo inalcanzable, a lo que me refiero cuando hablo del aura mística que rodea al pugilismo. En este aspecto, tal vez solo el futbol se le pueda comparar —un gol de último minuto para ganar el campeonato, o empatar un partido dado por perdido— pero existe una tradición mucho más extensa del boxeo, en términos literarios, que celebra este tipo de proezas.

Para Julio Cortázar, el renombrado escritor argentino, la oportunidad de "narrar" una de las peleas más célebres del boxeo, José Nápoles vs. Carlos Monzón, quedó plasmada en un cuento titulado "La noche de Mantequilla". ¿Por qué narrar en comillas? Porque Cortázar no narra estrictamente el desenlace de las acciones arriba del ring, sino que lo hace a la par de un acontecimiento que se desarrolla entre los espectadores.

El 9 de febrero de 1974, sobre "una carpa de circo montada en un terreno baldío al que se llegaba después de cruzar una pasarela y seguir unos caminos improvisados con tablones" en las afueras de París, nos relata Cortázar, el cubano-mexicano José Nápoles y el argentino Carlos Monzón, disputaron el célebre combate en la división de los medianos. Nápoles, en ese entonces el campeón wélter del CMB, tuvo que subir dos divisiones para enfrentar al oriundo de Santa Fe; al final, "Mantequilla" terminaría por sucumbir ante la diferencia de peso presente en la pegada de Monzón.

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Al igual que la pelea, el cuento se desarrolla, en su mayoría, por medio de dos personajes, Estévez y Walter. Cortázar jamás menciona un solo detalle de la identidad de sus personajes, pero podemos sospechar, basándonos en la sucesión de los hechos en el relato, que son parte de dos grupos de gangters, unos del bando de Estévez, cuyo jefe es un hombre llamado Peralta, y otros del bando de Walter.

Toda la trama parte de un intercambio entre estos dos. Cortázar tampoco menciona qué incluye dicho intercambio. Podría tratarse de cualquier cosa, desde un fajo de dinero, hasta un paquete de drogas, o documentos confidenciales. Esto queda libre a interpretación del lector.

Es precisamente ente hueco en la narración lo que le da un toque especial al relato. Visualmente, es como si nos encontráramos dentro de una cinta en blanco y negro, donde el suspenso, tanto de la pelea como de lo que podría salir mal a la hora del intercambio, es el invitado principal.

Si uno pone con atención a la puntuación del relato, podrá darse cuenta que incluye largas oraciones con infinidad de comas. Tal vez mi interpretación sea un poco exagerada, pero uno como lector jamás debe subestimar al autor del texto, y menos cuando se trata de un gigante de las letras como Cortázar. Puede que sea cierto que el literato argentino haya querido replicar la fluidez de la narración de una pelea de box; tal vez no y, como dijo Freud, " a veces un cigarro es solo un cigarro".

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Conforme el narrador describe la superioridad de Monzón en el rign sobre Nápoles, transmite también la incertidumbre de Estévez respecto a Walter, como si no se tratase del mismo hombre al que supuestamente vería en la pelea para entregarle el paquete. El destino de "Mantequila" Nápoles, derrotado, casi muerto en vida por la paliza que le habían propinado, es muy similar al que Estévez enfrenta al final del cuento. La conclusión de la pelea, narrada de una forma poética, sirve como un adelanto del funesto fin de Estévez:

Todo el mundo parado a la espera de la campana del séptimo round, un brusco silencio incrédulo y después el alarido unánime al ver la toalla en la lona, Nápoles siempre en su rincón y Monzón avanzando con los guantes en alto, más campeón que nunca, saludando antes de perderse en el torbellino de los abrazos y los flashes. Era un final sin belleza pero indiscutible, Mantequilla abandonaba para no ser el punching-ball de Monzón, toda esperanza perdida ahora que se levantaba para acercarse al vencedor y alzar los guantes hasta su cara, casi una caricia mientras Monzón le ponía los suyos en los hombros y otra vez se separaban, ahora sí para siempre, pensó Estévez, ahora para ya no encontrarse nunca más en un ring.

En el desenlace del relato, se descubre que Estévez y Peralta son timados por otra persona, tal vez miembro de una banda criminal enemiga, que se hizo pasar por Walter; noticia que Estévez recibe como si se tratara de un golpe propinado por Monzón a la mandíbula. Estévez le comenta a Peralta que huirá a Bélgica con su familia para que no lo encuentren y esperará a que el tiempo solucioné los problemas. El último diálogo es el nocaut al que Julio Cortázar se refiere a la hora de escribir un cuento:

Los ojos se acostumbraban a la oscuridad, Estévez vio su silueta y la cara de Peralta cuando se llevaba el cigarrillo a la boca y pitaba.
—Está bien, me iré lo antes que pueda —dijo Estévez.
—Ahora mismo —dijo Peralta sacando la pistola.

Boxeador y escritor: dos profesiones diferentes, pero unidas por un mismo método. El boxeador debe planear su minuciosa estrategia para sorprender a su rival, ya sea que tenga en mente llevarse una decisión unánime, o mejor aún, propinarle un nocaut a su rival. El escritor deber ser meticuloso con las palabras para guiar al lector hacia una dirección inesperada que logre dejarlo como a Nápoles aquella noche parisina de 1974.

Cortázar resume su labor en una oración: "El buen cuentista es un boxeador muy astuto, muchos de sus golpes iniciales pueden parecer poco eficaces cuando, en realidad, están minando las resistencias más sólidas del adversario".