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El basquetbol, del Palacio de los Deportes a Ayotzinapa

¿Cuántas historias pueden surgir botando una pelota?
Foto: Ricardo Otero

¿Cuántas historias pueden surgir botando un balón?

La participación de la Selección mexicana de basquetbol en el pasado FIBA Americas levantó un interés más alto que lo que se tenía esperado, producto también en parte de dos factores: 1) ser locales en el torneo y 2) la inercia de los resultados que se han tenido mientras Sergio Valdeolmillos ha estado al cargo.

Al margen del cuarto lugar obtenido, que si bien complica el camino hacia Río 2016, pero da muestra de un equipo competitivo a nivel continental, bien vale la pena preguntarse qué puede dejarle el basquetbol a un país donde la conversación y el interés son dominados por el futbol.

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Para eso hay que ir más allá de Sergio Valdeolmillos y sus 12 Guerreros, pero de ninguna manera menospreciarlos: son la punta visible de este análisis, quienes empiezan por poner el ejemplo, los que provocan que mucha gente vuelva a practicar este deporte y que quienes ya lo hacían se sientan más orgullosos de ello.

En México, el basquetbol es el único deporte que tiene canchas en todos y cada uno de los municipios del territorio. Esto prácticamente garantiza una cobertura universal para su práctica. Incluso, en algunas poblaciones pequeñas, su plaza cívica es también una cancha. En las escuelas, lo más común es verlas porque son sencillas de instalar y requieren un costo relativamente bajo de mantenimiento.

El foco de este artículo no es el alto rendimiento. El basquetbol debe ser la vía para que en México se genere una revolución social a través del deporte, que éste sirva como cauce para mejorar la calidad de vida de sus comunidades más pobres, que les permita tener salud –un pueblo sano en el que se invierte en deporte requerirá menos inversión en el sector salud– y los aleje de vicios y de grupos criminales.

¿Por qué? Porque ya hay infraestructura. Tanto así que estos escenarios se han metido no solamente en transmisiones televisivas de eventos internacionales, sino incluso en los temas más difíciles de la sociedad mexicana. ¿Acaso nadie ha reparado en que la Normal Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa hay un memorial de los 43 desaparecidos de septiembre pasado en una cancha de basquetbol?

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Al ir allá en el mes de mayo, como parte de la investigación que realicé para el libro Ayotzinapa. La travesía de las tortugas, publicado por el colectivo Marchando con Letras y Ediciones Proceso, no me fue posible dejar de pensar en las escenas de los alumnos de la Normal, algunos entre los desaparecidos que iniciaban su carrera para ser maestros, jugando basquetbol entre risas. Al día siguiente, en la pequeña población de Omeapa, de donde es originario Emiliano Alen Gaspar de la Cruz –el normalista que perfilé para esa obra–, vi que una cancha de baloncesto similar no solamente es usada entre los alumnos de la primaria aledaña, sino también como punto de reunión entre los jóvenes, a veces simplemente para convivir.

Foto: Reforma

Replanteo la primera pregunta de este texto: ¿cuántas historias humanas pueden empezar o desarrollarse en una cancha de basquetbol?

Pero al margen de la tragedia de la que se está cumpliendo un año, en un estado vecino hay un caso de cómo esta revolución social puede alcanzar niveles insospechados de éxito: los niños triqui.

La Asociación de Baloncesto Indígena Mexicana, iniciativa del entrenador Sergio Zúñiga, reúne ya a más de mil niños de la región triqui de Oaxaca. Los más destacados, han participado en torneos y eventos dentro y fuera de México. La historia tomó relevancia nacional en 2012 cuando conocimos a unos niños de baja estatura y talento envidiable con el balón, quienes sin usar tenis no solo doblegaban a rivales más grandes, sino que también evidenciaban las carencias de la región.

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En 2013, se les dio un albergue en Tule, a diez minutos de la capital del estado, donde los seleccionados de la ABIM viven a unos pasos de la escuela pública de la localidad y, además, tienen ya instalaciones deportivas y una cancha para entrenar. De manera paralela, se empezó a construir una carretera entre su población de origen, Santa Cruz Río Venado –a donde solo podía llegarse por terracería– y la ciudad de Putla, la más cercana.

Vale la pena decir que para llegar de Santa Cruz Río Venado a la ciudad de Oaxaca hay que tomar un camino de siete horas por carreteras sinuosas y en mal estado entre la sierra, casi hasta la frontera con Guerrero.

Foto: Ricardo Otero

El plan de Zúñiga es buscar apoyos para garantizar la educación hasta el nivel superior de sus chicos. Incluso, en una sociedad de usos y costumbres patriarcales, el entrenador ha logrado que se integren niñas a su proyecto para darles las mismas oportunidades de superación. Más de media centena de chicos y chicas viven en Tule, apenas la parte visible de un esfuerzo que se interna en lo más profundo de las montañas. El tiempo dirá hasta donde puede llegar este plan.

Por eso, cuando Valdeolmillos y sus jugadores hablaron al final del Preolímpico que urge tener una federación y una estructura sólida del basquetbol mexicano, no debe pensarse solo para la Selección. Los éxitos en este deporte son en realidad casos aislados, incluido el de los 12 Guerreros, no porque no reciban apoyo, sino porque no hay planes a futuro. Sin personajes como los entrenadores Sergio Valdeolmillos y Sergio Zúñiga, del basquetbol en México no se hablaría más que como un muy lejano recuerdo de grandeza.

El deporte fomenta valores, es calidad de vida y motivo de alegría, eso ya lo sabemos, pero en un mundo donde los resultados se miden por números y estadísticas, quizás nunca sepamos si el basquetbol no solamente pueda volver a darnos una medalla olímpica –como ya ocurrió en Berlín 1936–, sino además evitar tragedias humanas.