Entre cascos y rejas: fútbol en la cárcel
Fotografías por Djatmiko Waluyo

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Entre cascos y rejas: fútbol en la cárcel

El sistema penitenciario de la Ciudad de México tiene programas deportivos para los reclusos y pudimos asistir a un partido de futbol americano en el Penal de Santa Marta Acatitla.

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La última puerta antes de llegar al campo es de metal, y está asegurada con un candado. En el centro, un grupo de hombres realiza ejercicios de calentamiento. Llevan cascos y hombreras: están equipados como si fueran a una guerra. De un lado nos rodea un muro pintado con el escudo de los Perros, el equipo de fútbol americano de Santa Martha Acatitla, y por encima de éste hay un alambre de espinos que recorre todo el borde. En las esquinas se alzan cuatro torres de vigilancia. Al otro lado están los dormitorios, separados del campo por una reja y un corredor con movimiento constante. Los reclusos suelen caminar por ahí para ir al gimnasio, a la escuela o a los talleres. Hoy es distinto. Desde el fondo llegan a gran volumen ritmos de cumbia y salsa; también un olor a marihuana que va y viene según sople el viento. El ambiente no engaña: es día de partido.

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Mi entrada a Santa Martha parece sincronizada con la de los Renos, animal que distingue a los presos del Reclusorio Norte. Es la final del torneo Interreclusorios y la afición local está enloquecida: los presos se amontonan al lado de la reja y encima del cobertizo de la grada, gritando, apoyando. El desahogo que se respira en el ambiente va de la mano de la práctica de fútbol americano tras las rejas. "Es algo que nos devuelve la sensación de libertad", dicen los Perros, que se reúnen a un lado del campo para planear su estrategia.

El único guardia que nos acompaña saluda a los miembros del equipo como si fueran amigos y, de alguna manera, estoy seguro de que lo son. Parece un integrante más de los Perros. Se dan la mano entre risas. Luego, los saludo yo. Las sonrisas que me devuelven los jugadores vienen de rostros tocados por guerras que jamás conoceré, aunque ninguno es amenazante ¿Cómo se pasan diez o veinte años bajo la monotonía de una cárcel? ¿Qué caras llegas a enfrentar y en qué se convierte la de uno mismo después de tanto tiempo encerrado?

Horacio Mata lleva 30 años dentro del Sistema Penitenciario de Ciudad de México. Es amable y elocuente. Juega de quarterback y es uno de los veteranos del equipo. También es uno de los que luce menos tocado por la dura vida de la cárcel. Hoy, a sus 48, parece estar en paz con su realidad, aunque todavía no ha abandonado la lucha por su verdadera libertad, ésa que no puede encontrarse entre rejas. Aun así, Horacio ha pasado más años de su vida preso que libre. En 1986, "grupos revolucionarios", tal y como los describió Horacio, fueron investigados por los homicidios de un ingeniero y un regidor que habían echado de sus tierras a un buen número de habitantes del Estado de México. A Horacio lo vincularon con estos grupos y, hasta la fecha, su juicio aún permanece abierto.

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Cuando le pregunto sobre su pasado, la voz de Horacio construye oraciones elusivas aunque bien articuladas. Rodea los temas sensibles y usa expresiones genéricas como: "por diferentes circunstancias me vi involucrado en cosas". En el campo, en cambio, no hay nada que ocultar ni que temer. Para los miembros del equipo no existe una sensación más parecida a la libertad.

Los Perros es el equipo de fútbol americano con más historia del Sistema Penitenciario de Ciudad de México. Fundado originalmente en los 60 como equipo representante del Palacio Negro de Lecumberri, la actual encarnación no sólo se apropió del mote sino que también llevó la tradición ganadora al penal de Santa Martha. Los Perros van bien uniformados y reciben equipaciones de buena calidad mediante donaciones. Han llegado incluso a derrotar a equipos externos, como los Corsarios de Ciudad de México. El entrenador jefe se llama Ángel, pero su musculosa figura y su imponente tez morena le han hecho merecedor del apodo de Cyborg. Después de los entrenamientos, Cyborg es el encargado de llevarse el equipo dañado para repararlo, y devolverlo en las mejores condiciones posibles. Hoy, sin embargo, nadie piensa en eso. Al otro lado del campo, en la zona de anotación sur, los Renos esperan a que comience el encuentro.

En la jugada inicial se hace prácticamente imposible ver nada: 22 encascados corren y se chocan los unos contra los otros, levantando una enorme polvareda. El campo de tierra tiene baches por todos lados, pero se le distinguen algunos 'parches' de tierra seca. Rafa, el fullback de los Perros, también conocido como El 4X4, es uno de los pocos que jugaba antes de ser recluso. Ayuda con indicaciones y trata de animar al equipo, pero conforme pasan los minutos, el partido va inclinándose cada vez más hacia el lado de los Renos. Desde las rejas se escuchan gritos y abucheos. Los jugadores también están descontentos y culpan a Cyborg del mal juego.

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"Yo sé que creen que soy un incompetente, pero este incompetente os ha traído a la final otra vez, así que hacedme caso, joder", les grita Cyborg entre cuartos. A pesar de todo, los Renos fueron superiores. No permitieron un primero y diez hasta el tercer cuarto y cuando por fin en el último periodo los locales consiguieron anotar, ya era demasiado tarde.

Las caras de la derrota son explicaciones en sí mismas, nunca pretextos. Después del juego comienza una especie de tercer tiempo: los familiares de los jugadores consuelan a los subcampeones y se sientan en las gradas a charlar con ellos. Las sonrisas reaparecen. Algunos lanzan el balón con sus hijos, otros permanecen tumbados sobre el terreno de juego disfrutando de los últimos resquicios de aquella sensación de libertad que queda tras el juego, mientras que otros ya recorren el camino de vuelta a los dormitorios.

El soleado campo se vacía. El guardia me acompaña hasta la puerta de metal, que abre con un pronunciado quejido. Después, otra vez, el sonido del candado. Ese mismo sonido que los Perros escuchan a diario cuando llega la hora de volver a encerrarse.

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