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Marca España

Cuando te lías de copas y terminas amenazando a la policía con una motosierra

Sí, esto ha pasado.

En un mundo en el que todo lo que hacemos los seres humano está medido, dirigido y controlado por inercias sociales y de mercado, es glorioso que, a veces, aparezcan hombres especiales, hombres como Fernando; hombres que, por una noche, abrazan el caos y dejan que la sangre golpee sus venas con la fuerza, intensidad y descontrol de una presa reventada.

Ayer, la vida llevó a Fernando a plantarse en una gasolinera y amenazar a más de una decena de policías con un cuchillo y una motosierra. Intentemos reconstruir los hechos anteriores a esta dispar situación.

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Empecemos.


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Esa mañana Fernando había quedado con un amigo para ayudarle a hacer la poda de los almendros que este tiene en su finca, situada entre Palafrugell y Palamós. El almendro es un frutal de hoja caduca que reanuda su crecimiento cuando las temperaturas empiezan a subir por encima de los 15ºC. La poda del almendro es sumamente importante, pues es una forma de garantizar una buena cosecha y de facilitar la recolección de las almendras. Si no se hiciera bien, la planta crecería sin control y resultaría muy complicado coger los frutos de las ramas más altas. Como la poda es, al fin y al cabo, una tarea que hace daño a las plantas, esta debe hacerse cuando el árbol está más sano y las condiciones de cultivo son las más adecuadas, ya que el árbol debe invertir mucha energía en recuperarse. El momento más adecuado es en otoño o a principios de la primavera, que es cuando Fernando y su colega han decidido hacer la poda.

Es por esta razón que Fernando, ese día, se trajo la sierra consigo, pues es la herramienta perfecta para cortar los almendros.


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Esa mañana, mientras Fernando se estaba preparando un café en casa (siempre descafeinado, que si no va todo el día a cien por hora), un extraño eco del futuro resonó dentro de su cerebro; una frase extraña que decía algo así como “¡¡Suelta el cuchillo, hostia!!”. Puede que fuera un recuerdo de la película de la noche anterior o Dios sabe qué, el caso es que Fernando tampoco le dio más importancia al asunto, a veces a uno le pasan estas cosas raras. Al proseguir con la preparación del café, se dio cuenta de que ya no le quedaba descafeinado, por lo que decidió tomarse un café normal y “que pase lo que Dios quiera”, se dijo a sí mismo, en plan hiperbólico burlesco.

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La mañana transcurrió con total normalidad, haciendo la poda e intentando gestionar la gasolina de la motosierra, pues sería terrible que se terminara en una situación inadecuada, sin haber cortado todas las ramas de todos los almendros y teniendo que posponer para otro día esta poda primaveral.

El amigo de Fernando estaba preparando unos bocadillos de fuet cuando se cortó con el cuchillo. Fernando le ayudó y le dijo que “dejara las cosas que cortan a los profesionales” y procedió a terminar de preparar los bocadillos. Instintivamente guardó el cuchillo en su mochila, como si fuera suyo.

Como durante esta época del año el sol aguanta hasta casi las diez de la noche, decidieron trabajar toda la tarde, pero claro, Fernando y amigo consideraron que la única forma de aguantar tanta carga de trabajo era acompañando la poda con unas buenas cervecitas.


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Cayeron cuatro latas por cabeza y en el momento en el que la destreza con la motosierra empezó a menguar, decidieron dejarlo y quedar al día siguiente para retomar los trabajos de poda.

Los amigos se despidieron y nada les hacía sospechar que la próxima vez que se vieran uno de ellos estaría en el calabozo de la comisaría de Palafrugell.

Fernando, ya entonado, decidió ir a tomarse unas copas al Sol de Nit, un bar del pueblo. Después de tanto trabajo se merecía un pequeño premio. Claro que sí. Empezó con una cerveza y luego ya se lanzó directo a los cubatas.

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Se cayó de la silla y rompió algunos vasos, cosa que hizo que los propietarios del pub le invitaran a irse a casa. Esto ofendió a Fernando, pues se merecía “unas copas” por el duro trabajo que había hecho. “Hoy he estado cortando ramas para que esos árboles crezcan, ¿queréis que os corte los brazos a ver si así vuestro cerebro crece un poco?”. Esas fueron las últimas palabras que escucharon las camareras mientras Fernando se alejaba dando tumbos.


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Fernando se quedó un rato dentro del coche. Mirando la carretera y el bello reflejo de la luz de los fanales sobre el rugoso pavimento. Le apeteció una birra. “A mí nadie me tiene que decir cuándo tengo que dejar de beber”. Quizás fuera por el café, pero hoy se encontraba especialmente alterado. Se dirigió con el coche a una gasolinera cercana, aparcó al lado y, al coger la mochila, vio que dentro estaba el cuchillo de su colega. Lo dejó encima del asiento del copiloto y cogió la cartera con el dinero, abrió la puerta y se tambaleó hasta el supermercado 24 horas y pidió que le dieran un pack de seis cervezas. Ese “a partir de las once de la noche no vendemos bebidas alcohólicas” le estalló en la cabeza y golpeó el cristal del comercio con violencia. “Quiero mis cervezas ahora”. El dependiente amenazó con llamar a la policía y con los brazos alzados y las manos abiertas Fernando se alejó diciendo “tranquilo, no hace falta ponerse así, capullo”.

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Sentado de nuevo dentro del coche y pensando sobre la situación atisbó el cuchillo de nuevo. Fue entonces cuando pensó que esta noche NADA podría impedir que se tomara unas cervezas más. Al salir del coche, miró el cuchillo. Tampoco es que fuera muy grande. “Puede cortar la mano de mi colega pero dudo que pueda reventar un cristal con esto”, pensó. Abrió el maletero y sacó la jodida motosierra.

El resto es historia.

Unos “¡¡suelta el cuchillo, Fernando, suelta el cuhcillo hostia!!” resonaron, esta vez, por las calles de Palafrugell.

Al día siguiente (hoy), el colega estará esperando varias horas a Fernando en su terreno, mirando esos almendros medio cortados, mirando esas latas vacías de cerveza descansando en el suelo y mirando su mano cortada, ahora vendada con una gasa. Estará esperando preguntándose “¿dónde estará Fernando?”. Y esta es realmente una pregunta que ningún ser humano sería capaz de contestar.