El delirio ansioso por la palabra: Una charla con El David Aguilar
Foto: Jesús Cornejo, vía

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Música

El delirio ansioso por la palabra: Una charla con El David Aguilar

El norteño radicado en CDMX estrenó disco en septiembre. La razón de su éxito: En sus canciones, a las letras se les colocan correctamente acentos y comas, algo raro en el cancionero nacional actual.

Hace 16 años David Aguilar aterrizó en la Ciudad de México proveniente de su tierra natal, Culiacán. Y lo hizo apenas con su guitarra colgada del hombro y un puño de canciones en la cabeza. De ahí para acá, el cancionista le antepuso un artículo a su nombre y apellido para editar siete discos; el más nuevo titulado Siguiente y editado bajo el patrocinio de un sello trasnacional y el apoyo de una oficina de managment de éxito calado, circula en plataformas digitales y tiendas de discos desde septiembre. En todo ese tiempo, el sujeto se ganó el aplauso de personajes como Natalia Lafourcade, Caloncho y Jorge Drexler; y muy discreto, últimamente le anda robando público a Mon Laferte. La razón del éxito del norteño se fundamenta, básicamente, en que las suyas son composiciones donde a las letras se les colocan correctamente los acentos y las comas. Algo inusitado en el cancionero nacional de los últimos años.

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Para llegar hasta donde está, David ha pasado "horas nalga, solitarias, alrededor de mis canciones", como él mismo indica. "De verdad que he estado mucho tiempo de mi vida haciendo canciones. Es una obsesión la que tengo". El intérprete asegura que su teléfono celular está plagado de notas de voz y de texto con esbozos de canciones y que lo suyo es pasarse "la tarde entera sentado con mi guitarra, tocando y tocando, esperando a que se abra esa extraña puerta donde empiezan a llegar palabras y melodías"; pero no siempre tuvo esa gozosa suerte. Al llegar a la capital del país, el músico se encontró con que la ansiedad y el alcoholismo, además de la incertidumbre y la desolación, tenían planeado acompañarlo por un buen rato: "No, es que yo empecé en el fondo. Por eso podría caer de nuevo y no habría problema conmigo porque sé bien lo que es estar ahí", suelta Aguilar para cruzar la pierna y luego peinarse el bigote, recapacitando que extraña las tostadas culichis –"porque están bañadas en el caldito donde fue cocida la carne"- y los partidos de los Tomateros, "me encanta el beis; si pudiera me compraría una butaca para asistir a todos los juegos de por vida".

Noisey: De modo que el arranque en este negocio no fue sencillo para ti.
El David Aguilar: De 2002 a 2010 no sé cómo le hice. Fueron años donde no se veía que yo pudiera vivir de la música. Mi papá me decía, ¿por qué insistes en algo que ya estás viendo que no resulta? Pero yo estaba empelotado, era terquedad lo que yo tenía. Me la pasaba en casa, con medicamentos, me sentía enfermo, como que no me acoplaba a la Ciudad de México y me puse mal de los nervios. Entonces me ponía a componer todo el día. Me dormía a las seis de la mañana y me despertaba a las cuatro de la tarde. Escribía y tocaba, escribía y tocaba. Y tomaba muchísimo; whisky, me acababa una botella entera. Así me la pasé durante años. Estaba inmerso en este mundo de la poesía, en vivir el delirio de la palabra, un rollo inexplicable. Y caí. Entonces no estaba consciente de mi ansiedad.

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Y tocabas en el metro para sobrevivir, ¿cierto? ¿Cómo te iba?
Tocaba los sábados en el pasaje Zócalo-Pino Suárez, ahí hay un forito muy pequeño donde de pronto la gente que va caminando se para a oír un rato. Yo andaba en el rollo rolero, tipo Rockdrigo. O sea, él era mi inspiración, quería ser como él. Pero no ganaba nada de dinero; lo poco que obtenía era porque vendía, no sé, tres discos que quemaba en mi computadora, les rayaba una pinche portada y ya, los daba.

¿Intentaste subir a los vagones a tocar? Es una mafia impenetrable, dicen.
Alguna vez toqué en los vagones, me aventé a competir con esa mafia, pero sí, estaba muy cabrón. Me llegaron a amenazar. Abandoné el plan. Preferí irme a los camiones. Antes de que existiera el metrobús que corre por Insurgentes yo me subía a los camiones que pasaban por ahí y sacaba algo de dinero. En esos días yo vivía con dos cantautores más en una vecindad muy cutre y pequeña, y en un cuarto nos hacíamos bola. Siento nostalgia al hablar de esto porque viviendo así aprendí un montón, tocando en cafecitos ante seis personas hasta que de pronto vino un empujón y ya sacaba una lanita para pagar la renta. Luego gané la beca María Grever y tomé riesgos; terminé un disco con banda sinaloense (Ventarrón), compré equipo e hice una gira que fue un fracaso total. Poco después, todo cambió.

Creo que todo cambió cuando hiciste tratos con Wakks Pavia, quien ha ayudado a dirigir varias historias locales de éxito. ¿Aún pasa eso, que un manager aparezca entre las tinieblas para llevar a las estrellas al artista desvalido?
Wakks era una de las seis personas que iban a mis conciertos. Yo estaba componiendo con Caloncho cuando volví a encontrármelo en un Vive Latino y me invitó a su oficina a platicar. Hacía un montón que no lo veía, pero había oído que fue manager de Carla Morrison. Entonces le dije que estaba por firmar con unos amigos un contrato pero me pidió que mejor trabajara con él. Cuando eso pasó yo acababa de conocer a Jorge Drexler y a Natalia Lafourcade, estaban por sucederme cosas buenas, pero Wakks tiene un talento muy grande. Su oficina es impresionante, ahora que estoy con él entiendo por qué pasa lo que pasa con su ayuda: es workaholic. Dice las cosas sin un pelo en la lengua, no teme herir susceptibilidades. Con la mano en la cintura te dice: arregla tu show que está horrible. Te ayuda a ser productivo. Por ejemplo, ahora con este disco, Siguiente, me está yendo bien, y a veces me pregunto el porqué de mi buena fortuna, tengo el extraño reflejo de sentirme culpable por la situación que últimamente estoy viviendo; Wakks me diría: ¿qué, estás loco, culpable por qué?, te lo mereces.

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Recientemente le abriste un concierto a Mon Laferte en Auditorio Nacional, ¿será ese el show más importante que has dado?
Buena pregunta. Fue un show más. Yo pensaba que no iba a ser así, que lo iba a sentir a fondo, pero estando ahí no ocurrió. Noté que es un lugar tan grande que no te puedes poner nervioso, porque sientes que la gente ni te ve. Entré en un estado de seguridad y en eso me ayudó el audio. En esas ligas te das cuenta de por qué los artistas de ese nivel consiguen relajarse: el audio era perfecto, todo estaba en su lugar, yo sentía que estaba cantando en la sala de mi casa. Claro, de pronto sí decía, "¡ey, estoy en el Auditorio Nacional!", pero digo que fue un show más porque todo lo encontré muy familiar.

Familiar, como el pasaje Zócalo-Pino Suárez donde tocabas. Si ahora mismo te invitaran a dar un concierto ahí, ¿lo harías?
Por supuesto, completamente. De hecho, qué buena idea. Me acaban de preguntar dónde quiero hacer un video y les voy a decir que ahí. En serio, gracias por la idea.

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