En fotos: goles desde la ceguera en Argentina
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En fotos: goles desde la ceguera en Argentina

¿Te imaginas cómo sería intentar pasar un balón o chutarlo si no pudieras ver absolutamente nada? Pues así es la vida de Los Murciélagos, la exitosa selección argentina de fútbol para ciegos.

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En el primer día de las dos semanas que pasé con el equipo de Los Murciélagos, la selección argentina de fútbol para ciegos, empezó un camino que para mí se convirtió en un aprendizaje, una enseñanza: un poder "ver" más allá.

Martín Demonte, el seleccionador, es un hombre estricto: no acepta impuntualidades. Demonte, que no es ciego, dirige el equipo desde 2005 con mano dura, pedagogía y mucha paciencia. Como millones de argentinos, es un apasionado del fútbol de toda la vida, pero para entrenar a un equipo de ciegos tuvo que irse formando junto a los jugadores mediante las reglas de la federación (y poniendo creatividad de su parte).

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"Hago lo que me gusta y soy afortunado. Es un éxito personal lograr que el fútbol sea rehabilitador como expresión del deporte en sí. Además, es fascinante trabajar con personas magníficas que hacen lo mejor para poder rendir al máximo", asegura Demonte.

"Los Murciélagos inspiran respeto y contagian ganas de jugar, de animarse. Te demuestran que los obstáculos no existen y que se puede disfrutar de lo haces seas como seas".

Que exista un equipo de futbol para ciegos no es extraño en un país donde los niños nacen con un balón pegado el cordón umbilical. En todos los barrios de todas las ciudades argentinas hay chicos dándole patadas a pelotas: ¿por qué los ciegos no? Eso fue lo que llevó a crear la selección en el año 1991, con muy pocos recursos al principio.

Tras ganar el campeonato mundial dos veces, ahora cuentan con patrocinadores de renombre y sus caras son archiconocidas en Argentina. Desde 1998 se disputan campeonatos mundiales de fútbol para ciegos de forma regular: Brasil ha ganado tres de las cinco ediciones (1998, 2000 y 2010) y Argentina las otras dos (2002 y 2006).

En los dos últimos Paralímpicos, la selección albiceleste obtuvo la medalla de plata en Atenas y la de bronce en Beijing. "Nos falta el oro olímpico", asegura Demonte: "Nos estamos preparando para Río de Janeiro 2016 y vamos con todo".

Me presentan al jugador David Peralta, de treinta años. Lleva desde 2009 con la selección absoluta. Oye los clics cuando empiezo con las fotos y se interesa por el tipo de cámaras que uso: "¿Qué foto quieres lograr Luis, qué estás buscando?", me pregunta.

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David es delantero, originario de la Patagonia, su mujer no es ciega y tiene tres hijos. Perdió la vista en un accidente a los cinco años. "En el pueblito donde vivía hay una unidad militar y hacían maniobras en los campos cercanos. Con dos amigos estábamos haciendo bicicross, encontramos unas granadas y nos pusimos a jugar con ellas. Nos explotaron en las manos".

Uno de ellos falleció y el otro salió ileso. A David las esquirlas le destrozaron el ojo izquierdo y el ojo derecho lo perdió después de varias operaciones infructuosas. Al contar la historia no parece que guarde un mal recuerdo: "Sólo fue una cosa que pasó, mi vida es la que es por haber quedado ciego y no me quejo".

La pasión de Peralta es jugar en la selección; su lema, confiar antes que desconfiar. Termino de hacerle las fotos y me despido con un "nos vemos luego". Avergonzado, balbuceo algo incoherente intentando rectificar lo que acabo de decir, pero él me tranquiliza: "No te preocupes, está bien dicho. Nos vemos más tarde".

Para moverse en su mundo de oscuridad existen normas. Todos deben utilizar la palabra "Voy". Es obligatoria en la cancha entre los jugadores a nivel mundial. "Voy" es para hacer saber que estás cerca, porque ser visible para ellos es imposible. Les puede fallar la vista, pero en cambio sus otros sentidos son infalibles: no se les escapa nada.

El fútbol para ciegos es un deporte con mucha energía, grupal, movilizador. Requiere una buena comunicación, concentración y confianza. Sin eso, jugarlo es imposible. Los jugadores trasladan esta actitud a sus vidas cotidianas, con sus mujeres, sus hijos, sus familias. Y son felices.

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Como Gustavo Maidana, de 35 años, que lleva en la selección desde los 17 años. Casado y con tres hijas, quedó ciego a los nueve años por un virus que los doctores de la época no llegaron a descubrir. Fue tan raro que para ese año, en 1986, se diagnosticó como el primer caso en el mundo. Ese extraño virus también lo hizo quedarse paralítico de la cintura para abajo.

"Lo que más le pedí a Dios fue que me diera la posibilidad de caminar. No me importaba no volver a ver. Después de un año de estar postrado en una cama me pude levantar y dar mis primeros pasos: cuatro años más tarde progresé y empecé a juntarme con otros ciegos en un instituto de mi barrio para jugar", explica Maidana.

"Allí llegó la gente de la selección y me citaron para formar parte del primer equipo de fútbol de ciegos". Gustavo propone una reflexión a tener en cuenta: "A mí no me sorprende ser ciego, y la gente muchas veces dice que cómo es posible jugar al fútbol sin ver, y quizá les parezca complicado. Sentir, sin embargo, es lo más importante. Además, para mí éste es mi trabajo, representar a mi país. Aunque no vea la camiseta, la llevo pegada a mi piel".

Domingo Latela, el presidente de la FADEC (Federación Argentina de Deportes para Ciegos, que agrupa varias disciplinas deportivas como el judo, la natación y el atletismo), es también ciego. Me cuenta que el nombre de Los Murciélagos se acuñó tras la victoria que consiguieron en el campeonato mundial de 2002, disputado en Río de Janeiro.

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"En la jungla deportiva argentina existen Los Pumas en el rugby, Las Leonas en el hockey sobre hierba… a nuestro capitán Silvio Vela se le ocurrió poner Murciélagos a nuestro equipo; es cierto que no es un animal muy lindo, pero un poco de humor negro siempre es necesario".

El capitán Silvio no pierde la sonrisa en ningún momento. Con cuarenta años a cuestas, está en la selección desde sus inicios. Se le considera el mejor jugador de fútbol para ciegos del mundo. "No concibo la vida sin deporte. Es lo que me levanta la autoestima y hace que sienta pasión por vivir. Si no fuese ciego hubiese jugado al fútbol igual: yo nací para esto", asegura.

"A los chicos que son ciegos les diría que se dediquen a aquello que les gusta, que no se queden en casa encerrados, que de nada sirven los 'podría ser'. Todos nacemos para hacer algo y destacar en eso", asegura Vela. Cuando se le pregunta hasta cuándo jugará, Silvio ríe: "Jugaré hasta que me echen, pero este año quiero ganar la medalla de oro en los Paralímpicos. Es el premio que me falta".

Froilán Padilla, Koki, tiene 33 años y quedó ciego por una enfermedad genética. Desde los cinco años las imágenes de la vida se le fueron nublando hasta perder por completo la visión a los 19. "Juego al fútbol desde que tengo memoria con una pelota atada a una bolsa para poder oírla y saber dónde está", asegura.

Su vida cambió cuando el entrenador Demonte lo vio jugar en una escuela de Buenos Aires. Según Padilla, jugar en la selección es "un regalo de Dios": "Vivo para el fútbol hasta el punto que mi mujer, que también es ciega, cuando no le presto atención me dice que se disfrazará de pelota a ver si así le hago caso".

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Después de varios días asimilando la naturalidad con la que Los Murciélagos llevan su pasión por el fútbol siento que me aceptan como uno más de la familia. Reconocen mis movimientos y me saludan sin yo decirles nada. Creo que incluso son capaces de olerme. Para vivir lo que es "no ver", el entrenador me invita a ponerme el antifaz (de uso obligado para proteger sus ojos de pelotazos en la cancha) y jugar contra ellos.

Me recalcan que lo esencial es la comunicación y la confianza, pilares fundamentales de este juego. Los jugadores se ríen y me retan, no dejan de bromear. El entrenador me dice: "Dejate llevar, no tengas miedo y haz mucho caso de lo que te indico". Respiro hondo y allá voy.

Siento que me van a pegar una patada en cualquier momento aún siendo una demostración. Oigo las pisadas seguras de los jugadores que vienen hacia mí. Ir con el balón atajado entre los dos pies no es fácil: temo chocar con algo o alguien. Sólo puedo alcanzar a decir dos o tres "voy" y ya oigo que el balón desaparece de mi órbita (la pelota lleva una sonaja dentro para que los jugadores puedan ubicarlo mediante el sonido).

Me dan otra oportunidad y esta vez me dejan pasar sin bloquearme. Martín, el entrenador me grita: "Sigue adelante, el arco está cerca, no corras, dos pasos a la derecha, cuidado, a la izquierda, más cerca…". Digo miles de "voy" y oigo "¡Arco!". Pego un chut al balón como puedo y nada, se va fuera por la línea de fondo. La experiencia me deja exhausto.

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El reglamento del fútbol para ciegos se creó en el año 1995 en España. El campo mide 42 metros de largo por 25 de ancho; las porterías, tres metros de ancho por dos de alto. Hay cuatro jugadores por equipo y un portero que sí es vidente al que solo se le permite salir dos metros de su área.

Los elementos más característicos del fútbol para ciegos son la pelota, que tiene unas bandas sonoras dentro, y las vallas de contención a los lados de la cancha. Además de las indicaciones que el técnico y el portero (que no son ciegos) dan en la cancha, hay un segundo técnico o guía (tampoco ciego) detrás de la portería contraria que da constantes indicaciones a los jugadores de su equipo.

Los partidos tiene duran 50 minutos divididos en dos tiempos de 25; el reloj se para cuando el balón sale del campo. La selección argentina está integrada por los mejores de la liga del país, que cuenta con 22 equipos.

El preparador técnico de la selección albiceleste es Germán Márquez, que asegura que su trabajo le ha abierto las puertas a un mundo nuevo. Ahora Márquez sabe que se pueden hacer muchas cosas sin ver: "Al trabajar con chicos ciegos puedes creer que son personas con muchos 'handicaps'.

No obstante, de ellos he aprendido que yo, teniendo todos los sentidos, a veces no veo más allá de lo evidente. A veces me pregunto quién es más discapacitado: si ellos, que son capaces de adaptarlo todo para hacer su vida, o nosotros, que odiamos cambiar cualquier cosa".

Sigue al autor en Twitter: @luiscobelo