FYI.

This story is over 5 years old.

la tradición no justifica

Fui a un combate de muay thai y flipé viendo a niños repartir hostias

Las artes marciales, como en el caso de los toros en España, defienden prácticas indecentes en el siglo XXI amparándose en la tradición y la cultura. Esto es lo que ocurre una noche cualquiera en los combates entre niños en Tailandia.
Imagen vía Thapae Muay Thai

Sigue a VICE Sports en Facebook para descubrir qué hay más allá del juego:

En mis últimas vacaciones en Tailandia hice algo que nunca había hecho antes. Y no hablo de los ladyboys, no seáis malpensados. Viajaba solo y estaba con unos colegas que conocí en la zona de Chiang Mai, en el norte del país. Ellos fueron quienes me propusieron ir a ver un combate de Muay Thai, el deporte rey de esta región del sudeste asiático.

Publicidad

Hasta hace poco no me interesaban mucho los deportes de lucha, aunque sí es cierto que la literatura de boxeo lleva varios años fascinándome. Bueno, mejor dejo de enrollarme. El caso es que por algún motivo me animé y decidí ver mi primer combate en vivo. Lo flipé bastante.

Más lucha: Visitamos el gimnasio de muay thai que es referente mundial

En mi hostal había un recepcionista —de hecho era el propietario— muy simpático. Le comentamos nuestra intención de ir al estadio esa noche, y el tío nos consiguió las mejores entradas por 300 bahts, unos siete euros. Según las papeletas de promoción íbamos a ver siete combates, incluido el principal entre un ídolo local y un buscavidas alemán.

Nada más entrar, nos recibió un chaval de unos 15 años que llevaba un par de trozos de metal incrustados en el brazo. Era una especie de prótesis externa y bueno, no hay que ser muy listo para entender qué le había pasado. Aún así, todavía no me percaté que la había cagado entrando en ese lugar.

El "estadio", como llamaban al recinto con techo de uralita y varios bares de mala muerte repartidos entorno al ring, tenía muy poca luz y estaba medio podrido. Nos sentamos y pedimos unas Chang para el grupo.

Ya tenía lista la GoPro para cuando salieran los primeros luchadores, y me quedé de piedra al verlos.

Uno de los niños pasó justo por detrás de nuestra posición y le vi la cara. Debía tener entre 11 y 13 años, apagué la cámara y me di cuenta de que iba a presenciar una buena tunda entre dos chavales. Sí, las artes marciales son un arte y todo lo que quieras, pero no puede ser que metan allí a chavales tan jóvenes a repartirse hostias como panes.

Publicidad

Antes de que sonase la campana, los chicos empezaron a bailar encima del cuadrilátero, una especie de ritual de calentamiento y meditación previo a los combates que se repitió durante toda la velada. Uno podía apreciar la atracción de esta cultura ancestral —que se remonta al siglo XVI—, pero después del ding! todo eso pasaba a un segundo plano.

Hasta cierto punto, vendría a ser como en los toros: comprendes la tradición que hay detrás, pero en el siglo XXI hay cosas injustificables en lo ético y, en definitiva, en lo humano.

El primer zas! me estremeció. A mi me meten una patada de esas y me quedó grogui en cuestión de segundos. El sonido seco del impacto parecía el de un samurai blandiendo su espada contra un árbol. El intercambio de puños y patadas siguió un buen rato, y los niños no llevaban protección alguna —algo que sí ocurre en otros deportes de contacto según en que países, el nuestro por ejemplo. El chico del calzón rojo no cayó tumbado hasta el cuarto asalto.

El agua helada entre rondas parecía un calmante barato para los chavales y chavalas —también hubo dos combates entre chicas, todas ellas menores—, a quienes les iban saliendo manchas rojizas en su fina piel. Los golpes hacían mella, y probablemente todos se fueron a dormir con calenturas que les durarían varios días.

Las consecuencias a corto plazo, de hecho, podrían ser pasables. El problema real, si lo piensas, son a medio y largo plazo. Te puedes romper un brazo, sí; de tener muy mala suerte, te quedarás como el chaval que nos recibió en la entrada; pero el asunto está en preguntarse qué puede ocurrir tras toda una infancia y adolescencia de puños y patadas en la crisma.

Publicidad

Mirad el caso de Muhammad Ali, el más grande… ejemplo de las consecuencias de los deportes de contacto. Si sacudirte el cerebro a golpes ya es malo como adulto, imagina cuando eres un niño y tus órganos están en pleno desarrollo.

La verdad es que me sentó muy mal ver cinco combates entre menores y solo dos entre adultos. Los niños eran los entrantes, pero claramente estaban allí para rellenar el tiempo de los turistas y, consecuentemente, las carteras de los organizadores. De hecho, un camarero intentó apostar por el ganador de uno de los combates con nuestro grupo, pero tuvimos la decencia de rechazar la propuesta.

Según el ministerio de educación de Tailandia, hay unos 200 000 menores que se dedican al muay thai amateur. Varias ONG trabajan para alejar a los más jóvenes de los combates oficiales, aunque el gobierno nunca se ha puesto manos a la obra en el asunto. Esta disciplina, al final, mueve mucho dinero e influencias en una red que incluye mafia, apuestas, prostitución y niños.

Suena tan mal como los golpes que reciben los chavales, que no se llevan más que las migajas del pastel —a nivel amateur, entre 10 y 20 euros por pelea— y en cambio hipotecan su vida a base de traumas cerebrales. Los menores de 15 años, por cierto, no tienen ni seguro médico incluido, paqué.

Como turista fui partícipe de todo aquello y, bien pensado, debería haberme levantado de mi asiento nada más ver a esos dos primeros chavales. En el fondo contribuí a perpetuar el sistema.

KO.

Sigue al autor en Twitter: @GuilleAlvarez41