Pasamos un finde en Las Vegas con una leyenda de las apuestas deportivas
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cómo forrarse eligiendo caballos

Pasamos un finde en Las Vegas con una leyenda de las apuestas deportivas

Hace años, Alan "Dink" Denkenson fue uno de los apostadores ilegales de más éxito de Estados Unidos. Hoy se dedica a las apuestas legales en Las Vegas... y decidimos acompañarle durante el finde del Derby de Kentucky.

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Era un día inusualmente agradable en el desierto. La temperatura en Las Vegas era de 26 grados y pasaba una brisa fresca. Alan Denkenson estaba en el interior, encorvado sobre el ordenador de su oficina, obsesionado con el parte meteorológico.

"Tengo un manía con esto del tiempo", me dice sin apartar la mirada de la pantalla. "Cuando el viento sopla en una dirección, eso son seis y medio. Cuando sopla hacia otra, son doce y medio, es fácil". No tengo idea de lo significan estos números, pero él tampoco piensa explicármelo; simplemente sigue desplazándose a través de las hojas de cálculo.

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Alan Dink Denkenson llegó a ser uno de los mayores corredores de apuestas en Estados Unidos. Dink, de hecho, convirtió su pequeña operación de apuestas desde las tribunas de los Meadowlands en una organización nacional con varias oficinas y empleados. Cuando los famosos y los grandes apostadores como Isiah Thomas querían jugar mucho dinero, sus corredores de apuestas llamaban a Dink para ejecutar el movimiento.

Por supuesto, nada de eso era legal y, después de tres detenciones y un año en un reformatorio, Dink decidió abandonar la industria de las apuestas y probar suerte en el otro lado de la ecuación… y dentro de los límites de la ley. Para eso se trasladó a Las Vegas y se convirtió en jugador profesional.

Alan 'Dink' Denkenson en su oficina de Las Vegas. Foto de Richard Brian

Todo esto sucedió hace más de dos décadas. En su momento, Dink fue uno de los apostadores más exitosos de Las Vegas. Su especialidad era el hockey hielo, donde llegó a apostar más de 4 500 euros por partido; sus apuestas movían las cuotas en todo el país.

Su notoriedad como corredor de apuestas en Queens y su largo historial criminal había quedado ya atrás, y en Las Vegas vivía una vida respetable como apostador agudo: su estatus quedó cimentado en la película Doble o nada, en la que Bruce Willis interpretó su personaje.

Los tiempos, sin embargo, han cambiado en Las Vegas —especialmente para Dink y otros profesionales de la vieja escuela de apostadores deportivos. Ahora manda una generación de jóvenes con experiencia en las finanzas y facilidad para analizar los datos y mercados de valor.

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La edad de la información ha hecho más inteligentes a ambos lados del mercado, así que la oportunidad de sacar buenas tajadas se ha reducido ostensiblemente. "Ya no se puede robar nada", explica Dink. "En los años setenta y ochenta, tener educación universitaria te ponía muy por encima del resto de apostadores".

Para ganar lo suficiente para vivir dignamente, Dink necesita realizar muchas pequeñas apuestas y repartir mucho el riesgo. En su caso, ha pasado de meter más de 2 500 euros por partido a no pasar de los 400; está orgulloso de seguir a flote —"muchos de mis amigos se han arruinado y han pasado página"—, pero… ¿sigue siendo un ganador?

"Pues espero que sí", sonríe. "No he tenido un trabajo real en más de 40 años".

***

A día de hoy, Dink no es para nada un gran apostador. Vive en una modesta casa en una comunidad al sur de Las Vegas con Gayle, su esposa los últimos 20 años, e Irving, su pequeño schnauzer. Encorvado sobre el escritorio, Denkenson no parece tener 62 años: mide más de 1,80 metros, tiene unos rizos canosos y viste una camiseta bastante apretada. Su sonrisa es dulce, casi como la de un niño, a pesar de que casi nunca abandona la oficina. Día sí día también se sienta entre estas paredes decoradas con fotos de carreras de caballos para mirar cuatro o más partidos a la vez y repasar las pantallas del ordenador para tener a mano las últimas estadísticas, cambios de cuota y, por supuesto, partes meteorológicos.

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Mi visita coincidió con una semana grande para Dink, Inc.: los días del Derby de Kentucky, uno de los eventos deportivos que mueve más apuestas en todo el mundo. El año pasado, la gente apostó más de 120 millones de euros; para poner un ejemplo, en la Super Bowl el mercado de apuestas (legal) fue de 100 millones en el estado de Nevada.

Las carreras de caballos, no obstante, nunca han sido demasiado populares entre los apostadores deportivos profesionales: les disgusta que las probabilidades vayan a ir cambiando continuamente incluso después de haber apostado, un hecho que elimina su habilidad para aprovechar buenas cuotas. De hecho, les disgusta todavía más el que la casa se quede un 25% de las ganancias.

Dink es de los pocos profesionales que mete una considerable porción de su talonario a los caballos. Le gusta el deporte y cree que las carreras de caballos proporcionan un reto intelectual único a los apostadores: una carrera tiene cientos de variables y, todavía mejor, un tipo inteligente puede llegar a ganar muchísimo con muy poco, algo que no ocurre en otros deportes.

"Los horseplayers de élite gana mucho más dinero que los apostadores de élite de otros deportes", afirma Dink. "En los deportes, solo intentas ganar un 53% de las veces. En las carreras, la recompensa es mucho mayor".

Según su estimación, los mejores apostadores en el hipódromo ponen más de 50 o 60 horas de trabajo: nueve horas las pasan haciendo handicaps y otras tres las pasan planeando sus apuestas. Casi nunca apuestan a otra cosa y se pasan todo el día revisando datos de docenas y docenas de hipódromos de todo el mundo; su ancho de banda no puede resistir mucho más. Todo este trabajo es necesario para lograr los mejores resultados a pesar del dinero que se quedan las casas de apuestas: "Si la retención fuera solo del 5%, dejaría el resto de deportes y solo apostaría a los caballos".

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El Derby de Kentucky, concretamente, no es para nada una carrera habitual: se trata de una competición con los veinte mejores purasangres de tres años de edad del mundo entero, que además corren una distancia de dos kilómetros, la más larga a la que se hayan enfrentado hasta entonces. El enorme talento y la singularidad de la prueba la convierten en un puzle difícil de descifrar, pero como hay tanto dinero repartido entre una infinidad de posibles resultados, la recompensa puede ser enorme.

Este año, sin embargo, Dink no tiene buenas sensaciones. "No tengo una opinión sobre la carrera", me explica. "Es muy complicado este año". Eso sí, no es suficiente para que él pase de apostar… sigue siendo el puto Derby de Kentucky, tío.

Hay dos cosas que Dink considera sus especialidades: la primera son las apuestas uno contra uno, head-to-head en inglés. Varios casinos y apostadores offshore ofrecen apuestas que enfrentan a dos caballos concretos: eliges a uno, y si ese cruza la meta por delante del otro te llevas el dinero aunque no gane la carrera. A Dink le gustan estas apuestas porque tienen solo un 5% de retención, mientras que el resto sube al 15 o al 25%, y las cuotas siguen la misma lógica que en un partido de fútbol o baloncesto.

El número de personas que usan estas cuotas de uno contra uno son muy pocas: "Quizás haya cuatro tipos mirando estas líneas —así se llama el sistema de cuotas en EEUU—, y es probable que les conozca a todos ellos", explica. "Es algo que se me da bien. No hay unos contra uno en golf, pero sí con los caballos".

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El juego de emparejamientos fue una idea de Johny Avello, manager de las apuestas en el hotel-casino Wynn de Las Vegas. Es ampliamente respetado en el círculo de corredores de apuestas de la ciudad del pecado, ya que él continua produciendo sus propias cuotas a diario cuando la mayoría de casinos contratan un servicio externo.

"Muchas casas de apuestas ya no van a ofrecer estas apuestas especiales (prop bets), ya que para empezar no se dedican demasiado al turf", me explica Avello. "Pero yo crecí con las carreras de caballos y amo este deporte, igual que mis clientes. A los jóvenes, aunque no conozcan demasiado el deporte, les gustan este tipo de apuestas porque les parecen familiares, como un juego".

Mientras el Wynn establece sus propios emparejamientos, la mayoría de casinos de Las Vegas siguen las de Costa Rica International Sports, una casa de apuestas offshore. Cada año asignan cuotas para la mayoría de enfrentamientos, pero en la tarde del jueves, 24 horas después de que se sepan los carriles para la carrera, CRIS no ha subido aún nada.

"¿Dónde están todos los emparejamientos?", se queja Dink, cada vez más impaciente. Se levanta del escritorio y proclama: "Me piro a pilates". Saca un fajo de billetes de 100 y se los da a su asistenta, una mujerjoven y atractiva llamada Mary Sutton, para que se los entregue a un tipo llamado Robert que apostará a algunas líneas en el Wynn. Se pone el chándal, sube a su coche y sale a todo trapo a relajar su mente y curar su cuerpo.

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"Si no pusiéramos unos límites", explica John Avello, "nos dejarían sin negocio". Foto de Richard Brian.

A las casas de apuestas de Las Vegas no les gustan los jugadores profesionales. Puede parecer extraño, ya que los jugadores profesionales son sus clientes más fieles, pero una apuesta en una casa de apuestas es esencialmente una apuesta con la casa, y a estas no les gusta apostar con los jugadores que les pueden ganar.

Lo que realmente permite a los deportes profesionales ganarse la vida no es sólo ser realmente bueno prediciendo quien va a ganar, sino su habilidad para averiguar si una línea está apagada. Apostar al lado ganador en una mala línea es lo que más les gusta. Los jugadores profesionales tampoco juegan en partidos en los que prefieren que gane su equipo favorito: solo arriesgan su dinero cuando creen que van a ganar y sobre todo donde creen que les dan más dinero que lo que debería ser. Cuando encuentran estas situaciones les gusta apostar tanto como sea posible.

Las casas de apuestas combaten esto poniendo límites de apuestas a los jugadores profesionales. También limitan el número de apuestas que se pueden hacer en un día… o simplemente pueden negarse a aceptar sus apuestas. Dink, por ejemplo, no puede apostar en ninguna empresa que pertenezca al casino-hotel Caesar. En el Treasure Island, por ejemplo, no puede apostar más de 270 euros; en el Wynn, el límite es de 900, lo que refleja una actitud más permisiva hacia los profesionales por parte de Avello.

"Respeto a los chicos", dice Avello. "Siempre les acepto una apuesta. Pero los jugadores sofisticados tienen límites. Si no existieran estos límites, nos echarían del negocio".

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Estos límites han supuesto un freno significativo en los ingresos de Dink, pero tiene formas de solucionarlo. En los viejos tiempos solía emplear a 'mensajeros' para poder estar en todos los casinos; incluso tenía una viejita que estaba todo el día sentada en un casino en Reno para él. Dink los llamaba y les decía donde tenían que apostar.

Tener un corredor hoy en día o pagar a alguien para realizar apuestas en un casino está penado, así que Dink trabaja con 'socios', gente que no son jugadores profesionales y a quienes los casinos no conocen. Robert, el hombre al que María le entregó la pila de efectivo de Dink, es el socio de Dink esta semana. Robert gana el 10% de lo que juegue Dink, gane o pierda; Dink hace todo el trabajo mental y Robert lo pone en práctica.

Cuando Dink regresa de pilates, llama a Robert y le pregunta dónde está la línea en este momento. Robert le dice que se ha movido. También le comenta que ha visto a la pareja de un conocido jugador profesional en la casa de apuestas. "¿Está apostando o simplemente pasea?", pregunta Dink. Está apostando.

Dink cuelga el teléfono. No sabe qué hacer. El hombre que ha ordenado las apuestas props sabe mucho más que Dink sobre caballos… y resulta que está apostando a todo lo contrario a lo que había decidido Dink. "Tengo que llamar a Emily".

Emily Gullikson es el segundo jugador que trabaja para Dink esta semana. Ex estrella de skate de 35 años, Emily es un personaje que nunca pensarías encontrarte en un hipódromo: sin embargo, hoy está en uno. Ella y Dink se conocieron a través de amigos en común y empezaron a apostar juntos: incluso consiguieron una entrada para el Campeonato Nacional de Handicapping valorada en 900 000 euros. Desde ese momento, Dink ha dependido del asesoramiento de Emily.

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Lo que hace diferente a Emily de la mayoría de apostadores de caballos no es solo su afición por el death metal, sino la habilidad que tiene para trabajar duro muchas horas con el objetivo de recoger el máximo de información posible. Cada mañana, Emily ve entrenamientos y repeticiones grabadas de las distintas razas, y después hace sus propias estadísticas sobre innumerables caballos y carreras por todo el mundo.

Emily es parte de un equipo de apostadores que han desarrollado un software llamado OptixEQ que analiza las carreras utilizando sus propios métodos. Emily vive y muere por este equipo y ha convertido en creyente a Dink. A cambio de compartir información y opiniones con él, Emily se lleva un 10% de las ganancias. Ella no tiene que aportar nada si pierde.

A veces, sin embargo, a Dink le cuesta ponerse en contacto con ella. "Emily tiene un lado oscuro", explica mientras espera para recogerla. "Es desorganizada y cuesta que cumpla con los tiempos que pactamos". Dink ha tratado de hablar con Emily todo el día, pero en su teléfono sigue saltando el contestador y este siempre está lleno. A Dink le pone nervioso el hecho de tener que hacer algún movimiento sin ella. "¿Qué puedo hacer?", se pregunta. Al final llama a Robert.

"Apuesta un centavo que Whitmore gana a Sudden Breaking News por más de veinte metros, un centavo que Exaggerator gana por menos de treinta y cinco metros a Gun Runner, un centavo que Exaggerator le saca menos de cuarenta y cinco metros a Outwork, cinco centavos que Tom's Ready le saca menos de treinta a Trojan Nation, un centavo que Outwork gana a Creator y una moneda de diez centavos que Mor Spirit le saca menos de diez metros a Mohaymen". No cuelga hasta que Robert le confirma que ha hecho las apuestas correctas. Se encoge de hombros. "No me gusta", dice derrotado. "¿Pero qué puedo hacer?.

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***

De nuevo en casa de Dink, Robert le entrega un montón de dinero y un puñado de boletos de apuestas, donde también están los 5 000 euros que se ha gastado en las apuestas prop que ha hecho vía telefónica. Dink recoge los recibos perdedores de la jornada —en béisbol, hockey hielo y baloncesto— y los sitúa en una pila que se eleva unos 15 centímetros: son todos los perdedores de 2016, "por si me hacen una auditoría". Según sus cálculos, cada boleto en la pila de la vergüenza tiene un valor promedio de 600 euros, y allí hay al menos más de un centenar.

Mientras Dink coloca las apuestas especiales con sus otros boletos vigentes, empieza a buscar frenéticamente el recibo ganador de un partido de béisbol por valor de 900 euros. Él, Robert y Mary revuelven toda la oficina; ellos se ríen, pero a Dink no le hace ni una pizca de gracia. Por fortuna, el pánico remite cuando Dink encuentra el recibo dentro de su cartera.

"Me preocupa bastante esto, estoy perdiendo mi capacidad de concentración. No soy tan agudo como en el pasado y me preocupa que ello pueda afectar a mis apuestas", comenta.

Por la noche, Dink y yo nos encontramos con Waz, un apostador profesional de 34 años al que considera la "verdadera élite" de Las Vegas. Ambos son amigos, pero en general a Dink le gusta más pasar el tiempo con colegas a los que no les guste jugarse el dinero. "La mayoría de apostadores nunca quieren hablar de otra cosa que no sean las apuestas", explica Dink. "No tienen nada más en sus vidas".

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Waz está en racha, así que Dink le anima. Sobre su futuro, sin embargo, Dink es bastante pesimista: "Siempre pienso que cualquier variación podría matarme", comenta. "Si un caballo se rompe una pierna, sé que va a ser el mío. Siento que siempre meto dinero en cosas que se reducen al destino"

Su amigo quita hierro a sus comentarios, ya que a Dink se le conoce por autoflagelarse. Waz afirma que las caídas y las variaciones son muy típicas; su propia carrera empezó con un golpe de suerte que le ayudó a mantener a bordo a su esposa, que no veía del todo bien sus intentos de ser apostador a tiempo completo.

"Si hubiera empezado con una mala racha —y he tenido muchas en mis seis años de experiencia— no creo que ella hubiera dado el OK a todo esto", asegura Waz.

El matrimonio de Dink está cayéndose a pedazos: él y su esposa Gayle están finalizando lo que él describe como un "divorcio amistoso". No tiene claro el porqué, quizás es por culpa de las pérdidas o quizás por culpa de su mal temperamento. "Creo que mi pesimismo está hartando a Gayle", admite.

"Si algún caballo se rompe una pierna, sé que será el mío". Foto de Richard Brian.

A la mañana siguiente, cuando ya queda menos de un día del Derby, el CRIS todavía no ha subido las líneas de apuestas especiales. Dink envía a Robert a rastrear otras props —y el habitual cupo de apuestas en béisbol y hockey—, así que me uno a la búsqueda.

A Robert le encanta Las Vegas. Él y Dink crecieron juntos en Nueva York y frecuentaron los mismos entornos de apostadores desde los ochenta. "Allí nos intentaron meter en la cárcel por apostar", recuerda. "Allí, ser corredor de apuestas es uno de los mejores trabajos que puedes tener, se respeta mucho".

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Nuestra primera parada es el Wynn, donde el área reservada a las apuestas deportivas está ya inusualmente frecuentada por ser viernes a primera hora. Por mucho que digan que las carreras de caballos son un deporte a punto de morir, Avello asegura que estos días de competición tiene el lugar a reventar. "Qué, ¿hoy no hay sitio para sentarse, no?", le pregunta Robert a un colega. "Sí, está aquí todo Cristo", apunta el amigo.

Robert está discutiendo con su colega sobre un combate del boxeador Canelo Álvarez cuando le llama Dink. Tras escuchar las líneas del Wynn, nos ordena marchar y probar en Treasure Island. Recorremos el casino corriendo, salimos al Boulevard y cruzamos para entrar en el Treasure Island: Robert mira los números y llama a Dink con las props para la Kentuck Oaks, la carrera de yeguas de tres años que ejerce de antesala al gran evento.

"Royal Obsession está a -15", dice Robby. "¡Era +15 esta mañana!", grita Dink a través del auricular. Treinta puntos de cambio en un par de horas. "No apuestes por ese caballo", se tranquiliza Dink. "Alguien nos ha ganado en esa línea".

Después de hacer unas cuantas apuestas menores de unos 250 euros, volvemos a casa de Dink, que no está muy contento. Ha perdido ya tres apuestas hoy.

"Las probabilidades justificaban las líneas", se consuela. "Se trata de leer el mercado, yo observo las líneas y puedo ver cómo se mueven en contra del mismo caballo, y debo respetar eso aunque no tenga una opinión sólida sobre la carrera. Tengo que respetar el dinero", dice. Después, toma los tres recibos perdedores y los coloca en la pila de los descartes.

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La Kentucky Oaks está puesta en las cuatro pantallas de televisión de la oficina de Dink: al final ha hecho varias prop bets y ha invertido un dineral en una carrera. "Lo hago como competición amistosa con un amigo", dice. Dink manda callar a todo el mundo cuando las yeguas dan el último giro y señala a la que debe ganar mientras esta irrumpe en la cabeza de la manada.

"Venga va, ya lo tienes", la animo.

"No dig…", me dice Dink con una mueca de terror en su rostro. Me giro hacia Mary y Robert, que tienen un gesto similar. Me doy cuenta de que he cometido un pecado capital mientras otra yegua la caza en la recta, y después otra más, y otra… Ahora parece que su caballo vaya en dirección contraria, y Dink se vuelve a hundir en su silla.

"Bueno, David ha aprendido hoy una lección importante", dice Dink. Se da la vuelta y empieza a teclear con furia en el ordenador. Robert y Mary no dicen nada y evitan mirarme. Me disculpo varias veces: sé que no hice perder al caballo, pero sé que la he cagado igualmente. Es pura superstición, pero aún así, hay unas reglas. ¿Qué serían las apuestas sin reglas? Sencillamente variaciones. Caos. Locura.

***

Ya bien entrada la tarda, la CRIS sube por fin sus líneas y hay un montón. Los siete favoritos para ganar el Derby están emparejados el uno con el otro en todas las combinaciones posibles. Dink llama a Emily, que no pierde el tiempo en cháchras. "¿Has visto el Optix que te he enviado?", le dice en referencia a los datos de su software para calcular handicaps. Dink muestra un gráfico en su pantalla en el que aparecen diversos cuadrados y triángulos de distintos tamaños.

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"Outwork está en el cuadrante uno y Creator en el cuatro", comenta Emily. "No puedo compararlos porque no están en el mismo cuadrante"

"Hay ocho caballos y medio en el primer cuadrante", le responde Dink.

"La gente piensa que estos caballos son finalizadores, pero han ganado seis carreras por un estadio —furlong en inglés, una unidad de medida que aproximadamente son 201 metros—", contesta Emily. "Simplemente son unos vagos".

"Intento apostar a los caballos que son terceros, cuatros o quintos en las apuestas. Si están entre la tercera y la séptima plaza, van a tener ventaja sobre los que han ganado por poco", razona Dink. "Esa es mi contribución a las props. Si me equivoco, vamos a perder todas esas apuestas".

Su charla se transforma en debate y Dink usa como referencia las opiniones de otros handicappers que no están de acuerdo con las ideas de Emily.

"Confías demasiado en la opinión de otra gente", dice ella crudamente. "Yo no hago eso".

"Valoro tu opinión tanto como la suya. Deberías sentirte halagada", contesta Dink. "Esta gente gana mucho dinero apostando solamente a los caballos y llevan mucho tiempo en el ajo", responde él.

"Quizás deberías abrir una compañía de analítica entonces", espeta Emily.

"Soy el primero en admitir que no soy tan bueno como tú en los caballos", explica Dink, herido. "Entiendo lo que me dices. En hockey hielo confío en mí por encima del resto, y esto es lo que a ti se te da bien. Todo el mundo que conozco tiene opiniones muy distintas sobre cada caballo".

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"Pues sí", refunfuña Emily.

"Mira. Esta carrera me está matando y necesito tu ayuda".

Después de colgar el teléfono, Dink llama a Robert para reducir las apuestas que no le han gustado a Emily y aumentar las que sí ha validado. En otras en que la experta no tenía opinión, Dink se tira igualmente a la piscina. En una apuesta en particular decide cambiar de lado y ir con Exaggerator. Robert le recuerda que todas las líneas van contra él, pero Dink se mantiene firme. Cuando ha acabado de elegir, ha puesto más de 7 000 euros en emparejamientos para el Derby de Kentucky.

"Aquí tengo que confiar en su opinión a pesar de que esté en desacuerdo con ella y esté jugando contra lo que dice el dinero", me explica. "Así es como funciona una verdadera asociación. Si voy a dudar de Emily y apostar lo que quería igualmente, ¿para qué trabajaría con ella en primer lugar?"

Dink termina la jornada haciendo balance de sus cuentas. Se ha recuperado de sus pérdidas en la Kentucky Oaks y se ha llevado unos 2 000 euros; cierra la persiana y, antes de irse a la cama, lee la previsión meteorológica de mañana. "Quizás llueva", dice sorprendido.

"Soy rápido a la hora de cambiar de opinión", comenta Dink. "Así trabajo yo". Foto de Richard Brian

El Día del Derby empieza pronto en Las Vegas. Desde Las Vegas, en la zona horaria del Pacífico, la primera carrera empieza a las 7:30 de la mañana. Al mediodía, Dink ya ha hecho varias apuestas en carreras secundarias y aún más movimientos en props. "La cabeza ya me da vueltas", dice.

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Dink se pasa el día llamando a apostadores de todo el país para preguntarles sus opiniones; algunos no se atreven a decir nada, otros parecen más abiertos. Dink hace una última llamada a Emily para asegurarse de que ella no ha cambiado de opinión en ninguna de las props. Emily vuelve a decirle a Dink que debería confiar más en sí mismo.

"Maté mi ego hace mucho tiempo", dice Dink. "Me cuesta poco cambiar de opinión. Así llevo mi negocio. Estoy invirtiendo en tus opiniones".

"Solo espero estar en lo cierto", dice Emily.

Cuelgan el teléfono y Dink llama a Robert al Treasure Island. Oye cómo las líneas siguen moviéndose en su contra. "Bueno", dice, "parece que estoy solo contra el mundo".

A las dos de la tarde empiezan las festividades pre-Derby. En la casa de apuestas del Wynn, Johnny Avello ofrece una rosa a todas las mujeres que se acercan a ver la carrera. Dink ve en la tele de su despacho cómo 165.000 personas cantan My Old Kentucky Home en el hipódromo de Churchill Downs, donde empieza a llover copiosamente.

Dink empieza a preocuparse por los efectos que pueda tener el barro en sus apuestas; una alarma meteorológica cruza la pantalla de su tele. "¿Este aviso es por Kentucky o por Las Vegas?", pregunto. Un fuerte trueno contesta mi pregunta; momentos después, la lluvia cae a mares tanto sobre el público de Louisville como en la calle donde se encuentra la casa de Dink.

"Ahora me gustaría haber apostado por Exaggerator", dice Dink. "Probablemente, la lluvia haga que los caballos corran demasiado".

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A medida que los caballos trotan hacia la línea de meta, Dink suspira. "Nunca había estado tan infeliz como hoy yendo a un Derby".

Hay anuncios que duran más que el Derby de Kentucky entero. La carrera dura solo dos minutos, pero los que han apostado dinero pueden vivirlo como algo mucho más largo —como si estuvieran en un sueño, fuera del tiempo. Para quienes han apostado con demasiados handicaps, la carrera puede acabarse en el primer cuarto de milla: si el caballo adecuado no consigue la salida que deseabas, o si el caballo que querías no consigue el ritmo necesario, o si las posiciones tras la salida no son las esperadas, es posible que tu interés en la carrera desaparezca en un segundo —con tu dinero, por supuesto.

En el Derby de Kentucky, lo más probable es que tus predicciones no se cumplan. Veinte caballos son muchísimos, y hay miles de cosas que pueden ir mal y destrozar tus apuestas y tus complicados gráficos. Después de que hayas apostado llegará el caos, y el caos reinará en la carrera.

"No vamos bien", dice Dink después del primer cuarto de milla. Solo han pasado 22 segundos. El ritmo es demasiado alto, seguramente debido a que la pista está mojada. La teoría de Dink y Emily según la cual los caballos ubicados en las plazas entre tercera y séptima ganarían a los favoritos no se sostiene si el ritmo es tan alto. Cuando no ha pasado ni medio minuto, Dink sabe que su suerte está echada.

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"No vamos nada bien", dice Dink cuando los caballos cruzan la línea de meta un minuto y medio más tarde. Son las únicas palabras que dice. Se queda mirando la tele en silencio mientras los cuatro caballos favoritos, increíblemente, cruzan la línea en las cuatro primeras posiciones.

Esto puede parecer algo corriente, pero en una carrera así es una sorpresa mayúscula; y encima, no hay orgullo alguno en acertar cuando se apuesta a los favoritos. Esto es para abuelitas y apostadores que solo meten diez céntimos. No es la apuesta que un auténtico profesional habría hecho: quizás este último detalle es el único consuelo que le queda a Dink.

Dink se queda mirando mucho rato, esperando para ver el orden final para descubrir cómo han quedado sus caballos. "Me ha ido entre mal y muy mal", explica. Se pone las gafas de lectura para apreciar mejor los números de los animales cuando la tele repone el final de la carrera a cámara lenta. "¡No! ¡Mira esto! ¡Por los pelos!". Dink se quita las gafas y echa la cabeza hacia atrás. "Dios, me han dejado limpio".

***

Una vez calculado todo supimos que Dink había perdido 4.500 dólares, el segundo peor resultado en apuestas especiales de su carrera. Había ganado cuatro apuestas, pero también había perdido seis; en estas últimas había metido mil dólares en cada una, mientras que en las primeras solo había apostado 500 dólares o menos.

Curiosamente, estas cuatro habían sido las mismas que Emily le había desaconsejado: se había equivocado en todas las apuestas, incluyendo las dos de Exaggerator que ambos habían decidido modificar tras discutir las opciones.

La lluvia empezó a calmarse en Las Vegas, así que Dink y yo sacamos a Irving a dar un paseo por el parque para bajar la tensión.

"No quiero cargármela. Solo ha sido una carrera", dice Dink. "My negocio se basa en mantener relaciones con gente buena. Emily es buena. De hecho, es mejor que yo".

Andamos por el lecho pedregoso de un río seco hasta un parque con palmeras pero sin césped. Vemos a un grupo de niños saltando en los charcos como si nunca hubiesen visto llover en su vida.

"Estoy teniendo un mal año. Empiezo a temer la posibilidad de arruinarme", dice Dink, sin mostrar ninguna expresión o sentimentalismo. "Sin embargo, si no me arruino hay un 50% de posibilidades de que cumpla los 75 años y termine haciendo apuestas de cuatro dólares en las casas como los demás abuelos. ¿Qué voy a hacer si no? Waz puede meterse en la bolsa, en las finanzas. Yo no puedo hacer nada más. Tengo 62 años y esto es lo único que sé hacer".

La lluvia se detiene totalmente y aparece el arcoiris sobre el skyline de Las Vegas. Dink me muestra el lugar adonde Gayle planea trasladarse después de su separación, ubicado solo un par de manzanas más allá para poder compartir la custodia de Irving.

"Lo necesito, sin embargo", prosigue. "Me mantiene la mente viva. Sé que es importante no dejar que los problemas o las derrotas me superen. Hay mucho más en la vida que ganar o perder en las apuestas".

De vuelta en casa de Dink, Emily llama para disculparse. Él no quiere oír nada de eso. "Si corrieran esta carrera otra vez, ¿harías las mismas apuestas", le pregunta. "Totalmente", responde Emily.

"Tendría sentido si no quisiera volver a trabajar conmigo", me cuenta Emily más tarde. "Me siento fatal porque fui yo quien le empujó a esto. Pero así es como trabajo. No puedo cambiar cómo soy".

Tiene razón. Y de algún modo, esto es lo que le gusta a Dink: que Emily sabe quién es y es fiel a sí misma. Es una cualidad que todos los apostadores comparten: la confianza necesaria para apostarlo todo en sí mismos, y la disciplina para no desmoralizarse tras un mal resultado.

"Al fin y al cabo", comenta Emily, "el Derby solo es una carrera. Paso la página de la guía y empiezo a pensar en la siguiente".