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motera y aventurera

Cruzando el Sáhara a dos ruedas contra la violencia machista

La aventurera asturiana Judith Obaya ha recorrido medio mundo en moto, su forma de vida. En 2017 dedicará sus retos a luchar contra la violencia machista.
Imágenes cedidas por Lugares en Moto / Motorcycle Experiences

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Cuando vuelva de la aventura que emprende hoy mismo, la asturiana Judith Obaya estará a pocos día de cumplir los 49 años. Esta mujer de Villaviciosa ha hecho de todo en la vida, desde sus estudios como técnica informática hasta su corta pero intensa etapa como atleta de pentatlón. En la actualidad, Judith es policía local en Oviedo, pero por encima de todo es motera y aventurera. Ahora se pasa a la bicicleta para recorrer más de 1 750 kilómetros en solitario en el desierto del Sáhara.

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Viajera sin remedio desde la cuna, Judith lleva casi una década proponiéndose retos a dos ruedas para luchar por causas que le preocupan. En 2017, un año que empezó con una ascensión frustrada por mal tiempo al Mulhacén, dedicará sus aventuras a alzar la voz contra la violencia machista.

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"Una amiga sufrió malos tratos y fue muy duro verla, todo por lo que tuvo que pasar. No puedes hacer como que eso no va contigo. Mi misión es llamar la atención, dar visibilidad a un problema al que no podemos darle la espalda, en el que todos debemos colaborar", explica Judith a VICE Sports el día antes de marchar hacia Assa, Marruecos, el punto de partida de su larga travesía.

Judith Obaya dice que sus hijos están encantados de tener una madre motera. Antes le pedían que fuera a la puerta del instituto, y ahora está más tranquila viajando porque ya son adolescentes y pueden cuidarse solos

La historia de Judith es un ejemplo de la mujer fuerte y emprendedora —ha montado su propia empresa de viajes en moto— que no tiene límites más allá de su propia voluntad. "¿Por qué nos va a parar el hecho de ser mujer, por qué no podemos hacer cosas diferentes?", reflexiona la asturiana, que de joven no pudo entrar en el Ejército porque a las mujeres todavía no se les permitía ser soldados. Al final decidió opositar a policía, y no se arrepiente del camino tomado. Al fin y al cabo, como agente de movilidad puede disfrutar de su gran pasión por las motos.

El afán viajero —que potenció de adolescente gracias a su participación en una especie de Juegos Olímpicos del baile folclórico, la Europeade que junta cada año a más de 5 000 grupos de folclore de toda Europa— lo aparcó en el cajón de los sueños durante un tiempo a cambio de una vida convencional. "Intentaba viajar lo poco que podía, en las vacaciones, pero tenía que guardar dinero para pagar el piso y, en definitiva, tenía poca movilidad económica. El gran paso lo di tras mi divorcio, con 39 años. Allí decidí que me iba a dedicar a viajar, porque era lo que verdaderamente me gustaba en la vida. Ya que habían salido mal las cosas por otro lado, ese fue mi objetivo a partir de ese momento", recuerda.

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Dicho y hecho, ya que ni se acuerda del año exacto en que ocurrió todo, simplemente pasó página y se echó a la carretera. "La moto es una forma de ver la vida diferente. Cuando empecé con 16 años no se necesitaba casco, y esa sensación del aire en la cara, era algo que te hacía sentir mucho mejor. Si te gustaba conducir, moverte, lo era todo. Esos primeros años con mi vespino azul no los olvidaré jamás". Tres décadas más tarde recuperó la esencia y, sin más planes que un punto de destino marcado en el mapa, empezó a explorar Europa.

Judith, en plena ruta por los mares de Europa reparando la cadena de su motocicleta

Al principio fueron rutas por España, Portugal y Francia, pero en 2013 se animó a hacer su primera expedición a lo grande con el proyecto 20Mares: 45 días fuera de casa, 26 000 kilómetros de carretera y 16 países distintos para ver el mar desde 20 puntos distintos. "Me marco un objetivo, un destino final, pero nunca organizo el viaje", explica sobre su metodología, que sigue la definición más estricta de aventura. "Eso de los hoteles y los restaurantes no entra en mi agenda. Por lo general voy con poco dinero, con lo justo. A veces me quedo en albergues, y sino en campings o en cualquier sitio donde tenga permiso para montar la tienda de campaña".

En casa es de las que se amodorra y se queda en la cama hasta el mediodía, aunque es lógico cuando tiene que trabajar los turnos de noche, una elección que no es azarosa. Así es más fácil cambiar turnos y tener días extra de vacaciones, muy valiosos para alargar al máximo sus aventuras; lejos de Asturias prefiere "salir con el sol y parar con el sol", aprovechar la luz del día.

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Los años y la experiencia, la edad, no pesan para Judith. "El cuerpo cada vez te pide más. Estoy en esa fase donde no sé si será bueno o tendré que parar", reconoce entre risas. De momento no pisa el freno, porque el próximo diciembre pretende cruzar Europa y Asia en pleno invierno, en una ruta que debería llevarla a rodar a 50ºC bajo cero. Sin duda, los viajes en moto —y su próximo reto en bicicleta— son tan duros en lo físico como en lo psíquico.

Judith entrenando en Casielles junto a Juan Fernández Llames, a quien una hidrocefália le dejó ciego. Juntos pelean duro por sus objetivos

"En lo deportivo estoy activa y no me cuesta mucho. Hago un poco de todo, voy al gimnasio, voy en bici tres horas… intento hacer deporte un mínimo de cinco días a la semana", comenta. Para su aventura en el desierto ha bajado mucho a la playa de Rodiles a entrenar sobre la arena con la bicicleta, un programa que se ha montado ella misma ya que ningún preparador físico de la zona se atrevió con su reto. "La mente es importante, porque son muchas horas encima de la moto o la bici; te cansas, te agobias, y eso no te sucede si te preparas a conciencia".

Más allá de un grave accidente en 2015 que padeció en la Extremadura Challenger, nunca ha tenido ningún susto importante más allá de no saber dónde dormir con cierta seguridad. "Salió un zorro, lo esquivé y me fui contra un roca. Perdí el conocimiento y me evacuaron en helicóptero, pero no fue nada que me impidiera estar de nuevo en el Sáhara".

Allí, en medio de la nada, en la cuneta o en las dunas, Judith asegura que nunca ha tenido ningún atisbo de duda. "Me divierto mucho, cualquier tontería me llama la atención. La gente, pararte, hablar, preguntar… cada momento del día te llena tanto que no da tiempo a pensar en la vuelta; de hecho, cuando decides dar la vuelta es el peor momento del viaje". Tampoco se siente sola, porque cada lugar tiene sus gentes, y esa es la mayor riqueza de sus viajes.

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Judith posa junto a unos turistas en Estambul, Turquía

"El trato con la gente es lo más bonito. Aprendes que todos somos iguales y que a todos nos preocupa lo mismo, aunque sea con nombres distintos. La gente a pie de calle no es lo que cuentan en televisión, la gente a pie de calle es majísima, súper agradable y siempre está dispuesta a echarte una mano".

Como motera, Judith cree que el machismo dentro del colectivo de las dos ruedas está en receso, una noticia a celebrar que debe acompañarse con más notoriedad en los medios y más iniciativa de las propias mujeres. "Me gustaría pensar que va a seguir creciendo el número de compañeras. Necesitamos cambiar el chip, igual que en el vida y el trabajo, y estar más unidos y considerarnos iguales".

A esta asturiana, sin duda, los viajes y la gasolina le han cambiado la vida. "Pasé de tener una vida súper controlada —un casoplón inmenso, unas posibilidades económicas muy buenas—, a no tener nada y no quererlo. Lo único que quiero ahora es viajar más, aunque sea con lo mínimo. El contacto con la gente, la cultura, la convivencia, eso es lo que quiero llevarme cuando deje esta vida".

Palabra de aventurera.

Sigue al autor en Twitter:@GuilleAlvarez41. Puedes seguir la aventura de Judith aquí