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Cuando Manchester era la meca del muay thai

En los noventa, no se viajaba a Tailandia para mejorar la técnica del muay thai, se iba al gimnasio del maestro Toddy en el norte de Inglaterra.
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En alguna época de la historia de Inglaterra, Manchester fue la meca de los boxeadores tailandeses que buscaban afilar las puntas de sus ocho armas corporales. Lo sé mejor que nadie. Una vez fui un peregrino.

El caluroso verano de 1989 tuvo un efecto expansivo. El mejor club de jeet kune do al que solía ir, la Bob Breen Academy en Londres, tenía una clase de boxeo tailandés. Miré el póster de Xerox en blanco y negro sobre la pizarra de corcho, sobre el que las vigorosas figuras intercambiaban golpes y prometían "un entrenamiento cardiovascular difícil pero libre de lesiones". Me convenció y me presenté la semana siguiente. Había ido poca gente —tipos rudos de la Zona Este de la ciudad con ojos como minas de carbón—. Después apareció el maestro, Gary Derrick, un hombre imponente pero carismático, quien se movía con la seguridad y gracia de una cobra real. Me miró —tenía 19 años— y bromeó con los demás, "carne fresca".

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El mundo de las artes marciales siempre ha estado plagado de impostores y pseudoartistas, pero Derrick no era uno de esos imbéciles. Él era un auténtico nak muay (boxeador tailandés), que había aprendido del maestro Toddy en Manchester y había viajado a Tailandia para entrenar y pelear. Éramos parte de ese linaje por ser sus estudiantes y el peregrinaje hacia el norte rumbo a la "Academia de Artes Marciales de Toddy" era casi esencial para los caballeros aprendices.

En aquel momento de la historia humana, el noroeste de Inglaterra, a diferencia de Londres y el sureste, estaba repleto de campamentos de muay thai y clubes de kickboxing como el del maestro Sken y Sandy Holt en Bolton y el gimnasio de Toddy en Manchester. Toddy, ex campeón y ex capitán del equipo de taekwondo tailandés, se había hecho cargo de su propio gimnasio desde 1975 y su plantel de campeones de muay thai tenía nombres como el de Ronnie Green y Anne Quinlan.

Ellos habían posicionado su gimnasio del norte en el mapa. Además de Tailandia o los gimnasios holandeses no tan lejanos, el noreste de Inglaterra era el mejor lugar para aprender el noble arte del kickboxing.

Uno de los luchadores, un peluquero llamado Tim, solía siempre. Una vez lo cacé vendándose las manos de una manera graciosa que nunca antes había visto. Le pregunté, "¿dónde aprendiste a hacer eso?" y, con un aire de superioridad aburrida, me lanzó una mirada dura mientras me decía que lo había aprendido en T's. Por "T's", el presumido personaje, se refería a la escuela de golpes de Toddy. Además, se veía que practicaba a menudo. Cada vez que el peluquero Tim, fan de clóset de Van Damme, iba a la escuela de Toddy, regresaba con algún truco que aplicaba en las sesiones de sparring. Me tenía que marchar pero había un problema. Soy de Liverpool, y nosotros, los oriundos de Liverpool no somos tan bienvenidos por su gente.

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En ese entonces como ahora, cuando sales de Londres en tren para viajar al norte, te das cuenta rápidamente que Inglaterra es otro país. El norte estaba empobrecido, deprimido, y vivía su etapa postindustrial; al sureste de Inglaterra, Londres era rico y próspero gracias a los emprendedores y pequeños negocios. ¿Por qué?, me pregunté durante el viaje de dos horas y pico en tren hacia Manchester, mirando el grasiento cielo rojizo, el paisaje con chimeneas que lanzaban humo e infinitas casas. ¿De verdad los tailandeses se establecían en este rincón del país triste y húmedo? Aprendería después que viajaban para jugar a fútbol.

Al final, era Manchester, hogar del Manchester United, y los tailandeses habían venido para seguir de cerca a su equipo de fútbol favorito y ganarse la vida enseñándole a los inferiores farangs (los extranjeros de ascendencia europea) algo sobre boxeo siamés.

El peregrino había llegado temprano a La Meca para la clase. El gimnasio estaba cerrado y esperé en los sucios escalones de concreto hasta que abriera. Era un día lluvioso: siempre llueve en Manchester, la ciudad de las pastillas y los dolores de estómago. De repente, un BMW azul oscuro brillante se estacionó afuera del gimnasio. Tres figuras con peinado bouffant, el maestro Ae, Chana, y Toddy, emergieron con una sonrisa y una mirada determinada como si fuesen tres maleantes de una película de acción de Hong Kong. Estaba nervioso. Temblando. Inseguro. Había viajado desde muy lejos. ¿Qué iba a aprender este peregrino? Y, aún más importante, ¿el peregrino de Liverpool que provenía de Londres era lo suficientemente bueno para estar en este lugar?

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Más allá de la recepción aglomerada (donde se vendía linimento de boxeo namman muay, vendas, y protectores bucales) estaba el lugar de entrenamiento, con alfombras industriales, paredes amarillo nicotina, lámparas de tubo que prendían y apagaban y muchas tuberías a la vista. En el cuarto de al lado había un cuadrilátero colocado contra de la pared y con las cuerdas amarradas alrededor de los pilares del gimnasio. Toddy solía organizar peleas internas que se llenaban, y varios niños y niñas pelearon en aquel ring donde no había lugar para esconderse.

El estéreo en una de las esquinas reproducía a Luther Vandross y Janet Jackson. Después de tres rounds de saltar la cuerda y pegarle al costal, el maestro Ae me puso con otro practicante de kickboxing —de 42 años con lentes gruesos y cabello tirando a blanco. Al igual que yo, llevaba practicando algunos años y ahora peleaba en el ultra competitivo circuito de muay thai y kickboxing del norte.

A primera vista, creí que se trataba de un nerd que atravesaba algún tipo de crisis por la edad. Todo cambió cuando intenté aplicarle un agarre. Era un tailandés muy fuerte y me dobló con un fuerte khao la (un rodillazo de despedida) en el estómago. Caí al suelo. Se escuchó una voz en los pasillos. Era el venerable e inescrutable maestro Toddy. "Levántate", me dijo.

Ese momento coronó la siguiente fase de mi educación como nak muay en potencia y marcó el comienzo de un peregrinaje anual a la academia de Toddy a principios de los 90. Nunca fue una pérdida de tiempo. Los mismos tailandeses que habían instruido a mis maestros ahora me instruían a mí. No habría conflicto en el currículo. Simplemente aprendía varias técnicas nuevas que podría aplicar a Tim el peluquero o a cualquier otro que se pusiera en el camino de mis ocho extremidades. Con excepción del maestro Toddy, gran parte de mi nuevo programa provenía de otros tres entrenadores tailandeses del gimnasio, el maestro Ae, Chana, y Paisari.

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Empecemos con el hermano menor de Toddy, maestro Ae, "la cobra de Bangkok", a quien conocí por primera vez en un seminario en Londres unos cuantos años atrás. Es difícil olvidar la imagen de un tailandés del tamaño de un alfiler dando un paso sobre el muslo para lanzar un rodillazo espectacular a la cabeza; es lo que hizo y fue algo digno de observar. Como entrenador, Ae era paciente y diligente. Me enseñó cómo posicionarme para dar una patada giratoria para un máximo impacto y cómo usar mi codo como un cuchillo. "El codo", me decía, "no es sólo un hueso. Es una navaja. Tiene filo".

También insistía mucho en enseñarme a parar de cabeza sobre una montaña de vidrios. "¿Quieres hacerlo? Es muy fácil". No gracias, maestro Ae, temo que será en otra ocasión.

El maestro Chana, como todo entrenador que hace justicia a su profesión, siempre daba un sermón sobre practicar a todas horas y mejorar la condición física. Al igual que la mayoría de los nak muay occidentales de aquel entonces y los peleadores de MMA de la actualidad, yo era muy bueno para dar patadas giratorias pero no tenía interés en explorar al detalle el funcionamiento de la rodillas y los agarres. Bajo la tutela de Chana todo esto cambió y pronto me convertí en un muay khao (especialista del clinch). "El hueso en las piernas es más grande que cualquier otro en el cuerpo", dijo con un acento inglés entrecortado, "debes usar las rodillas; necesitas ser lo suficientemente valiente para pelear con ellas". Chana te daba la confianza de lanzar rodillazos y te mostraba cómo se hacía un rodillazo mientras saltabas.

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Y después estaba el maestro Paisari, el taciturno nak muay de Bangkok, quien había ganado todas y cada una de sus cien peleas y se había retirado en Manchester para enseñar a los occidentales. Recuerdo que los chicos en Londres se quejaban de Paisari porque era un viejo amargado.

¿Quién podría culpar al campeón invicto por ser tan miserable? Después de todo, el pobre vivía en Manchester, la ciudad de los cielos grises y la perpetua lluvia, y es muy posible que extrañara su hogar y la buena comida tailandesa. De Paisari aprendí a posicionarme para dar una patada con giro y cómo usar mi pierna de enfrente para bloquear golpes y rodillazos. Al principio, estaba un tanto escéptico de realizar este movimiento. Al igual que los luchadores de MMA de la actualidad, la mayoría de los practicantes occidentales de kickboxing de ese entonces eran un poco flojos para girar su pierna de apoyo y parecían simplemente interesados en lanzar patadas bajas seguidas de combinaciones de boxeo.

El maestro Toddy observaba tu progreso en todo momento, "el padre del muay thai inglés" y la encarnación del Buda sonriente. Tenía la capacidad de transmitir confianza en las personas que peleaban y entrenaban con él. Incluso hasta hoy, lejos de la juventud, su sabiduría me persigue en mis pensamientos y prácticas cotidianas. "Si es mejor que tú pateando, derrótalo con un golpe. Si es mejor que tú con los codos, usa la rodilla y viceversa. Cuando observes y escuches, aprenderás y entenderás". Dudo mucho que me recuerde, demasiadas personas han cruzado aquellas puertas huecas, pero nunca olvidaré sus palabras o aquellos largos días lluviosos en su descuidado gimnasio.

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Para mí y un pequeño grupo de personas, Manchester y el noroeste de Inglaterra, hace un cuarto de siglo, eran de verdad los lugares indicados en el Reino Unido para que los luchadores mejoraran su inglés. Para otros, representaba algo completamente diferente. Manchester era "Manchester", algo así como "el loco Manchester", la ciudad de la fiesta, y su escena de rock indie y sus clubes nocturnos ruidosos estaban en boca de todo el país.

Muchísimos jóvenes aplicaban para estudiar en la Universidad de Manchester para comprar drogas baratas en la Hacienda y conseguir cerveza todavía más barata en el bar del sindicato de estudiantes en el edificio Winnie Mandela. Pero yo no. Apliqué para estudiar ciencias políticas en la Universidad de Manchester y para poder aprender muay thai en el gimnasio cercano del maestro Toddy. Como plan secundario, también apliqué para el Instituto de Educación de Bolton, de nombre aburrido, y aprender muay thai a escondidas en la academia del maestro Sken.

Mis amigos desconocían mis nobles pero retorcidas prioridades. "¿Por qué Manchester? ¿Por qué no aplicas para la Universidad de Oxford o Cambridge?" La respuesta, la que nunca les di, era bastante simple. Oxford y Cambridge habrían sido candidatos de primera para aprender sobre política, filosofía y economía, pero la escena del kickboxing era una basura. Si me hubiese aferrado a deportes inservibles como rugby o remo, me habría esforzado y aplicado seriamente para Oxford o Cambridge.

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A final de cuentas, no pude entrar. La Universidad de Manchester no me aceptó, tampoco el Instituto en Bolton. El único lugar dispuesto a aceptarme fue el Edge Hill College of Higher Education en Ormskirk, un poblado a las afueras de Liverpool. No tardé en meterme en problemas en mis seminarios porque viajaba constantemente a Manchester para entrenar con el maestro Toddy.

Cuando uno de los tutores preocupados se me acercó para hablarme de mis asistencias en los seminarios, no tuve de otra más que confesar. Para mi sorpresa, soltó una carcajada. "El primer caso", dijo, "creí que sería por las drogas, el sexo o el alcohol".

Lo que es gracioso es que gran parte de lo que aprendí con Toddy a principios de los 90, me lo enseñaron después en el Rompo Gym en Bangkok entre el 2003 y el 2012 —incluso hasta cómo flexionar la pierna para bloquear golpes y a vendarme las manos como Tim, el peluquero—.

En la actualidad, existen bastantes críticos de sillón en internet que se quejan de las técnicas del maestro Toddy, pero en aquella época, en el Manchester sombrío, era como comer platillos tailandeses auténticos preparados por tailandeses en un restaurant tailandés. Nada estaba rebajado, ni digerido.

Siempre habrá un toque de somtam en el peregrinaje hacia el gimnasio del maestro Toddy en Manchester. Siempre.