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un año decepcionante

La temporada dislocada de Kevin Love

Kevin Love hizo lo que pudo en Cleveland... y fue un infierno para él. Visto con perspectiva, es lógico que una temporada de desdichas para el jugador californiano terminara con una lesión absurda.
Photo by David Butler II-USA TODAY Sports

La temporada de Kevin Love murió como había vivido: con un agudo gemido de dolor. Tras pasarse seis meses lanzando rayos al alero barbudo de los Cavaliers, Dios (o el destino, o la energía, o la fuerza cósmica que en su día envió a Kevin Love a Cleveland) se impacientó y mandó a Kelly Olynyk para que terminara el trabajo con su maligna torpeza. Justo cuando los Cavs estaban consumando la eliminación de los Boston Celtics, Love sintió que el brazo se le separaba del torso.

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Una multitud de bocadillos de cómic con interrogantes, calaveras y rayos danzó encima de la cabeza de Love mientras el jugador californiano se dirigía a los vestuarios. Kevin volvió a salir para responder las preguntas de los periodistas con el brazo en cabestrillo y aseguró que volvería a la pista antes de que los play-offs terminaran. Dos días más tarde, sin embargo, los médicos le informaron de que la probabilidad de que ello ocurriera eran bajas. Muy bajas. Desesperantemente bajas, de hecho.

Hasta la fecha, la estancia de Love en Cleveland ha sido bastante parecida a la típica historia del chaval que empieza a patinar con el skate, tropieza intentando bajar por una pendiente y termina cayendo de cabeza en un contenedor de basura orgánica. Desde una óptica teatral, una lesión en el hombro tan inoportuna como absurda a manos de un canadiense es un golpe de gracia aceptable para la temporada del californiano. Si yo fuese el guionista de esta historia también habría considerado otras opciones como un coma provocado por un 'high-five' demasiado fuerte con LeBron James o la aparición de un pájaro carroñero que se llevase a Love a su nido. Un año en el infierno no está completo hasta que termina de forma injusta, sin culpa alguna del desdichado protagonista. Kevin Love ha llegado exactamente a este punto.

Esta falta de culpa es seguramente el aspecto más destacado de la rápida metamorfosis que ha sufrido Love y que ha hecho que el californiano pasara de virtuoso a secundario en un lapso de tiempo récord. La clave del asunto es que él no ha hecho nada mal. Su decisión de cambiar los históricamente mal gestionados Timberwolves por el prometedor equipo de James y Kyrie Irving es totalmente comprensible. Ya en Ohio, Love hizo lo posible para encajar en un sistema ofensivo que no explotaba realmente sus talentos. Puede que se haya quejado en privado de esto, pero ante la prensa Love siempre ha ofrecido las declaraciones anodinas estándar sobre sacrificio y trabajo en equipo. El alero de Santa Monica sufrió un ataque pasivo-agresivo de LeBron que da pistas sobre la relación tirando a compleja que mantiene con el '23' de los Cavs. Love incluso jugó con una lesión crónica en la espalda durante toda la temporada. Lo único que se le puede recriminar son sus declaraciones en un programa de radio en las que dijo que creía que su antiguo compañero en UCLA Russell Westbrook merecía el título de MVP —la típica historia menor que los medios convierten en una montaña del tamaño del Everest cuando las noticias escasean.

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"Sí bueno, estoy jodido, pero los jugadores de hockey también juegan con el hombro dislocado. Y con armaduras. ¡Y cascos y todo!" — Foto de Bob DeChiara-USA Today

Sea como fuere, Love promedió 16 puntos y 10 rebotes por partido en Cleveland. Movió el balón y se movió él con criterio. Hizo claros esfuerzos por defender con una mínima convicción. En un conjunto, su año no estuvo nada mal si consideramos la novedad y toda la expectación a la que se enfrentó. Si decide quedarse en los Cavaliers la próxima temporada, es razonable que su rendimiento mejore. Acaben como acaben los play-offs para el equipo de Cleveland, LeBron dirá que necesita a Kevin en su equipo, y lo dirá en serio.

Aquí toca hacer un matiz, no obstante. Cuando LeBron diga eso, nadie tendrá claro lo que realmente significará. Mientras James ha vuelto a su casa y ha disfrutado de una cálida recepción (hasta el extremo de llegar a hacer de 'general manager' en los ratos libres), Love se ha encontrado con un entorno poco familiar y en general más incómodo de lo esperado. No solo es que sus números hayan caído o que tenga que aguantar las actividades absurdas que LeBron impone al equipo tras sacarlas de algún libro sobre liderazgo recomendado por Jay-Z. No; Love se ha pasado la temporada tratando de ser él mismo en un lugar que no le pertenece, haciendo lo posible por encajar sin perder su propia esencia. LeBron le dijo "cambia para mí", y Love se ha dejado los cuernos intentándolo. Nadie sabe qué jugador es Kevin ahora mismo. Es complicado saber qué es lo que James "necesitará" en su equipo.

Seguramente, lo que mejor explica la situación de Love en Cleveland es precisamente ese intento de hacer todo lo posible por modificar su juego y personalidad para adaptarlo a la visión de un compañero —y a la vez tener a todo el mundo preguntándole si le pasa algo raro. Kevin es un Sísifo incomprendido que intenta cumplir con exigencias extravagantes mientras aguanta críticas procedentes tanto de dentro como de fuera del vestuario. Esta circunstancia es más que suficiente para que cualquiera se ponga a la defensiva y sufra el archiconocido síndrome del "¿pero qué coño he hecho mal ahora?".

Está claro que los play-offs de Kevin Love terminaron debido a una fuerza que escapaba a su control. La metáfora se materializó en forma de lesión. No obstante, una vez el jugador se recupere, la auténtica pregunta será si Kevin estará dispuesto a volver a sufrir esta asfixiante presión alrededor de su figura una temporada más… y sobre todo, si será capaz de aguantarlo.