FYI.

This story is over 5 years old.

'hat-trick' de farolillos rojos

La historia del ciclista que lo daba todo por quedar último

Si no puedes conseguir la gloria quedando primero, no tendrás más remedio que buscarla de otro modo. Así lo hizo el ciclista Wim Vansevenant, que pasó a la historia por terminar tres Tours consecutivos en la misma posición: la última.
Foto de Vincent Kessler, Reuters

Sigue a VICE Sports en Facebook para descubrir qué hay más allá del juego:

Perder está infravalorado. Quedar último sin perder la compostura es un arte mesiánico al alcance de unos pocos elegidos. Aquellos que aceptan la derrota con una sonrisa ancha dibujada en su rostro son seres superiores que no entienden de banalidades. Trascienden más allá del bien y del mal.

Nuestro héroe urbano es el dios de la derrota. Él encarna como nadie el espíritu del loser.

Publicidad

Más ciclismo: Así nació el mito de Jan Ullrich

Podría ser el resbalón de Terry en la final de la Champions de 2008, o la bota torcida de Roberto Baggio en el Mundial del 94; podría ser la cara de frustración de Raymond Poulidor después de cosechar 8 podios en el Tour de Francia y no vestirse nunca de amarillo en los Campos Elíseos, o Shaquille O'Neal fallando 5.000 tiros libres.

Podría ser todos ellos, pero no lo es. Wim Vansevenant es mucho más que un simple perdedor. Es el éxito de la derrota. Y si no, mira la cara, mezcla de orgullo y abatimiento, con la que sostiene el farolillo rojo del Tour de Francia del 2008, un 'honor' reservado al último clasificado de la Grande Boucle.

Imagínatelo llegando a casa después de tres semanas subido a la bicicleta y fundiéndose en un abrazo con su madre, una entrañable sexagenaria, mientras le hace entrega de este codiciado farolillo. Ella le suelta la frase protocolaria maternal que leyó en un libro de autoayuda hace unos años —concretamente, el Fotolog de un quinceañero: es 2008, no lo olvidemos— para este tipo de situaciones: "Tranquilo, hijo. Lo importante es participar."

Y Wim, recordando al niño que un día fue, llora. Pero su llanto no es de tristeza: es de pura emoción. Vansevenant es el perdedor más feliz de la Tierra. Nuestro amado ciclista acaba de conseguir un hito inédito: quedar último del Tour de Francia por tercera vez consecutiva. En la edición de 2008, concretamente, ha terminado en la 145ª posición a 3 horas, 55 minutos y 45 segundos de Carlos Sastre, el ganador.

Publicidad

Pero… ¿quién es exactamente nuestro héroe?

El pelotón en la quinta etapa del Tour de 2008. Vansevenant no aparece, por supuesto: el último no sale en la foto. Imagen vía WikiMedia Commons.

Wim Vansevenant es un ex ciclista belga nacido el 23 de diciembre de 1971. A pesar de dedicarse al ciclismo de forma profesional, el pobre Wim era mediocre como pocos; de hecho, no destacaba en ninguna especialidad. No tenía velocidad punta para los sprints, se le atragantaba la carretera cuando la pendiente se enfila más allá de los dos dígitos, y además era deficiente contra el reloj.

Pero si una cualidad tenía nuestro héroe es la persistencia. Wim era el gregario que todo líder quiere, sobre todo Cadel Evans, el jefe de filas en los años dorados de Vansevenant en el equipo Lotto. Wim se sacrificaba al máximo en pos del bien común: acudía a buscar los bidones, tiraba del pelotón cuando era necesario y creaba buen clima de trabajo. Era el José Manuel Pinto del equipo Lotto.

Su leyenda nació en el Tour de Francia de 2006. Por puro azar, Wim llegó el último clasificado a los Campos Elíseos. Paradójicamente, el belga descubrió que haber llegado en esa nada gloriosa posición hacía subir su caché subía como la espuma: de hecho, a Wim le entrevistaron en medios internacionales e incluso le invitaron a critériums post-Tour.

Ahí murió el ciclista y nació el mito. La máxima remasterizada que podríamos usar para Wim es "la gente no recuerda al penúltimo; sólo recuerda al último".

Vaya, un ciclista con el maillot amarillo. Seguro que Vansevenant está en el otro extremo de la carrera. Imagen vía WikiMedia Commons.

En el Tour de 2007, Vansevenant partió con un doble objetivo en su mente: ayudar a Cadel Evans y conseguir el farolillo rojo. Como observadores externos, podríamos cometer el espeluznante acto de menospreciar sus logros: "Quedar último es fácil", pensamos todos.

Publicidad

Si has caído en esa percepción, sácatela de la cabeza: en el caso de Wim, todo estaba calculado al milímetro. Vansevenant llegó a manejar una estrategia depurada para conseguir año tras año semejante hazaña.

"Las etapas de sprint masivo son fáciles para mí. En los últimos 15 kilómetros bajo el ritmo y puedo llegar a perder diez minutos con el pelotón fácilmente", explica el propio ciclista. "Sin embargo, si se te escapa el pelotón en la montaña puedes llegar fuera de control".

Sí, ahí lo tenéis. El bueno de Wim sentó las bases del "llegatardismo" como nadie. Rezagado en el pelotón pero avanzado a su época: un auténtico visionario.

El belga Mario Aerts fue quien descubrió el 'pastel' de Vansevenant con una broma no tan inocente como parecía. Imagen vía WikiMedia Commons.

Para el 'hat-trick', el triplete, faltaba el Tour de 2008. Wim consiguió ser el último desde la tercera etapa hasta la decimonovena; él restó importancia al… er, 'logro', y declaró que su gran objetivo era ayudar a Evans en todo.

Sin embargo, una broma de su compañero de equipo Mario Aerts puso al descubierto su intenciones reales: "Le engañamos diciéndole que Mathieu Sprick había acabado dieciocho minutos por detrás de él", explicó el propio Aerts. "Wim dijo que le daba igual la última plaza, pero se puso muy nervioso hasta que comprobó la clasificación".

Más allá de la anécdota, su triplete corría peligro en la decimonovena etapa. Bernard Eisel perdió más de 10 minutos respecto a Vansevenant y le arrebató la última plaza por 42 segundos.

Se mascaba la tragedia.

Publicidad

Afortunadamente, en la penúltima etapa el belga logró recuperar su… er, 'cetro'. La diferencia entre los dos en la última etapa por las calles de París fue de 53 segundos. Ritmo pausado como de costumbre: champán, fotos, glamour, risas. ¿Fiesta para todos? Para nada. Eisel y Vansevenant no habían venido a pasear a los Campos Elíseos.

Bueno, o quizás sí.

Wim encontró en el austríaco a un duro rival al que batir… o, mejor dicho, un duro rival por el que dejarse batir. En la última vuelta, el pelotón voló; Gert Steegmans consiguió contra pronóstico al sprint la prestigiosa victoria en la capital francesa.

Un minuto después de la victoria de Steegmans aparecieron dos ciclistas luchando contra su propia bicicleta, contra su propio organismo y contra la física entera para llevarse el ansiado farolillo rojo. Es el "tira tú que a mí me da la risa" de Perico Delgado en su máxima esencia.

Gert Steegmans, que al menos no corría para perder. Imagen vía WikiMedia Commons.

Eisel y Vansevenant, la extraña pareja, llegaron juntos. Nuestro Wim podía respirar: ya tenía el triplete de farolillos rojos. Nadie en las 102 ediciones del Tour de Francia había conseguido esta gesta tres veces. "Lance Armstrong tiene sus siete Tours, pero yo tengo mi récord", sentenció orgulloso tras la carrera.

Por aquellos entonces, el tejano aún no había sido desposeído de sus éxitos, aunque Wim casi acabó compartiendo otros 'hitos' con el estadounidense: años más tarde de su retirada, en el 2011, Wim admitió haber comprado unos botellines de TB-500, una sustancia prohibida que ayuda al crecimiento de los músculos.

Su palmarés, por llamarlo de alguna manera, quedó en tela de juicio; afortunadamente para nuestro héroe y para la gloriosa historia del ciclismo, en 2012 unos análisis demostraron que en los botellines sólo había aminoácidos, una sustancia no dopante. Wim estaba limpio y podía seguir presumiendo de los tres farolillos rojos consecutivos.

Te queremos, Wim. Bienaventurados sean los fracasados en el reino del falso éxito postureta. Amén.

Sigue al autor en Twitter: @DaniTerraa