Atletas que no son ni él ni ella: el problema de los JJOO con la intersexualidad
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Atletas que no son ni él ni ella: el problema de los JJOO con la intersexualidad

En Río 2016 sigue sin solucionarse el caso de los atletas intersexuales: ¿cuándo espabilarán las instituciones deportivas al respecto?

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En 2009, la sudafricana Caster Semenya obtuvo la mejor marca del año en los 800 metros femeninos y conquistó el oro mundial con la quinta mejor marca de la historia de la competición. La atleta, que entonces tenía 18 años, no alcanzó el radar mediático por su increíble rendimiento en el campeonato, sino por las dudas que generaba su aspecto físico.

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¿Era un hombre que se hacía pasar por mujer? Las sospechas surgían por tener el pelo corto, un pecho muy plano y, sobre todo, por su mandíbula cuadrada y su espalda robusta. Todo muy lamentable. Su voz tampoco escapó de la crítica por ser "demasiado masculina".

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En vez de aplaudirla por su tenacidad, metodología y disciplina, el mundo decidió juzgarla por su imagen poco femenina.

Foto vía PA Images

Caster Semenya fue registrada como mujer al nacer, fue criada como mujer por su familia, fue tratada como mujer por su comunidad y aplaudida como mujer por sus triunfos deportivos en Sudáfrica. En el mejor momento de su carrera —a los 18 años— comenzó a ser cuestionada y ridiculizada por algo que nadie debería poner en duda.

El recelo tomó tal dimensión que desencadenó unas pruebas de género que se revelaron meses después: se descubrió que sufría de una anormalidad conocida como pseudohermafroditismo masculino.

Tenía una vagina ciega —sin útero ni ovarios, y los testículos sin descender—, lo que le otorgaba el triple de nivel de testosterona en comparación con sus rivales; el cuerpo de Semenya no era el de un hombre —aunque sus cromosomas XY así lo sugirieran— ni el de una mujer.

Algunas organizaciones defensoras de los derechos humanos presionaron a las instituciones deportivas para abrir una discusión coherente acerca de esta problemática. La polémica era simple, teníamos frente a nosotros una deportista excepcional que no encajaba ni en las competiciones masculinas ni en las femeninas ¿Qué hacer en este caso y cómo evitar perjudicar a estos deportistas?.

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Semenya fue el caso más sonado de este debate y puso en liza la inclusión de estas mujeres en el deporte. El dopaje genético, implícito en sus cuerpos, hace de las portadoras unas superatletas desde pequeñas y las sitúa en el centro de la polémica.

En otras época, si se les descubría los cromosomas XY —a pesar de la incoherencia corporal y hormonal—, se las catalogaba como género masculino. Legalmente se convertían en varones, con todos los estragos que esto generaba en la vida personal y profesional de las deportistas.

Este fue el caso de María José Martínez Patiño. En 1986 era una atleta española que competía en los 60 metros valla. Minutos antes de una competición fue sometida a un test de género porque había olvidado el certificado de feminidad. Dos meses después se le informó que, según el registro oficial, ella era un hombre.

"Me expulsaron de la residencia de atletas, me retiraron la beca deportiva y mis marcas se eliminaron de los registros. Me sentí humillada y abochornada. Perdí a mis amigos, a mi novio, la esperanza y la energía. Yo sabía, sin embargo, que era mujer", explica ella en un artículo en la revista médica The Lancet.

Otro caso histórico fue el de la española María Torremadé. Ella destacó en baloncesto, hockey hierba y atletismo. Entre 1940 y 1942 consiguió buenas marcas en salto de altura y longitud. En 1942, Torremadé informó que quería cambiar de sexo debido al pseudohermafroditismo masculino. A diferencia de María Patiño, su psicología masculina coincidía con la genética; acabó operándose y convirtiéndose a todos efectos en Jorge Torremadé.

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Desde que las mujeres comenzaron a competir en los Juegos Olímpicos, las organizaciones deportivas introdujeron normas y controles para impedir que mujeres con genética masculina compitieran como mujeres.

El caso más sonado fue el de Dora Ratjen, una atleta alemana que participó en Berlín 1936 en la disciplina de salto de altura. En 1938, rompió el récord mundial, pero en 1950 su masculinidad fue descubierta por unos admiradores, lo que la forzó a admitir que era un hombre.

El caso de Ratjen es un poco más complejo: fue criada como una mujer, fue a una escuela de niñas y, aunque se dio cuenta que no encajaba con el resto de chicas, nunca se lo contó a nadie. Con una peluca y poco más 'engañó' durante años al régimen nazi, a sus familiares y al resto de atletas.

Por mucha igualdad que prodiguemos, es evidente que los hombres y las mujeres tienen resultados muy distintos en las mismas competiciones. Es una cuestión genética —y que respaldan los números—, más allá de las trabas sociales que siguen existiendo de por medio.

Si mujeres y hombres van en dos categorías por razones genéticas y hormonales. ¿Qué pasa, sin embargo, cuando un atleta no es ni hombre ni mujer?

En 1966, la Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo (IAAF) consideró que la mejor forma de tener la certeza de que las atletas eran mujeres era mediante una revisión sin ropa. Como si estuvieran en una pasarela, los genitales de las atletas eran examinados incluso con la ayuda de ginecólogos. Aquellas que pasaban la prueba recibían un "certificado de feminidad", un documento requerido en todas las competiciones oficiales.

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Por suerte, a alguien se le ocurrió que debía inventarse un método menos humillante y más apropiado para examinar a las atletas. En los JJOO de México 1968 se empezaron a usar las pruebas cromosómicas. La prueba reconocía al individuo XY como hombre y al individuo XX como mujer.

La genética tiene muchos matices y las mutaciones pueden ocasionar síndromes, enfermedades y maravillosas excepciones. Una condición "intersexual" es el término políticamente correcto para las personas conocidas como hermafroditas. Una condición de este tipo hace que se presenten características —genéticas y fenotípicas— propias del hombre y la mujer simultáneamente, aunque en grado variable.

Esto puede no tener sentido si se analiza las atletas adolescentes, pues estas tiene una hormonalidad diferente y pueden destacar deportivamente sin hacerlo genéticamente.

La velocista polaca Ewa Klobukowska —doble medallista en 1964 y plusmarquista mundial de los 100 metros en 1965— fue la primera atleta en 'fallar' el test cromosómico. Las hermanas Tamara e Irina Press, que acumularon la friolera 26 récords mundiales en los sesenta, también fueron borradas del panorama competitivo. Entre 1972 y 1985 hubo trece casos conocidos de atletas eliminadas por intersexualidad. En el caso Semenya, gracias a la historia de maltrato y olvido de sus predecesoras, las discusiones sobre el trato ético de las condiciones intersexuales en el deporte volvieron a exponerse y en mayo del 2011, la IAAF y el Comité Olímpico Internacional (COI) abandonaron las pruebas de verificación de género. Las normas para competir como mujer se dedicaron a señalar los niveles atípicos de testosterona endógena —segregada de manera fisiológica por testículos y ovarios— o hiperandrogenismo —excesiva secreción de andrógenos—.

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En otras palabras, a las mujeres con altos niveles de testosterona se les prohibía competir. El problema es que hay mujeres que podrían salirse de esos parámetros sin padecer pseudohermafroditismo. La norma, en todo caso, obligaba a no sobrepasar los diez nanomoles de testosterona por litro, el límite inferior establecido para el estándar masculino. De no ser el caso, para poder competir, debían pasar por un tratamiento hormonal y una intervención quirúrgica vaginal para extirpar las gónadas —los testículos—. Una cruel "mejora" paradójicamente reconocida por la medicina y la cirugía.

Dutee Chand. Imagen vía Wikimedia Commons

Para Río 2016, el reglamento ha vuelto a cambiar. La velocista india de 100 metros, Dutee Chand, considerada la mejor de su categoría, fue la primera atleta en apelar al reglamento respecto a su hiperandrogenismo ante el Tribunal de Arbitraje Deportivo (TAS), organismo considerado la mayor autoridad del mundo del deporte: no deseaba someterse a esas cirugías, y el tribunal falló a su favor.

En estos JJOO, "para evitar discriminación, si no fuese elegible para una prueba femenina, el/la atleta debe ser elegible para competir en las la competición masculina", informó el director médico del COI Arne Ljungqvist. ¿Sería eso justo? Tampoco.

Semenya se operó y tras la intervención participó en Londres 2012. Ganó una plata en los 800 metros y visto el rendimiento, quedó claro que el talento y méritos de la atleta no tenían nada que ver con sus distintos niveles hormonales.

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Me parece un paso valiente tratar de borrar el estigma que persigue la ambigüedad sexual de las atletas 'mejoradas genéticamente'. Esta nueva normativa es, a pesar de todo, una manera de salir al paso. Tras estigmatizar la vida de varias atletas, se busca alejar las polémicas y contentar a las minorías con decisiones que no son firmes.

La genética es vital para el deportista, pero no es una condición única y exclusiva para lograr el éxito. Por la misma regla, deberíamos descalificar a Usain Bolt. Salta a la vista que genéticamente está mejor dotado que la mayoría de sus rivales: es el más alto y tiene la zancada más amplia. Nadie pondría en duda sus triunfos, porque detrás del talento natural hay el talento deportivo y personal.

Lo mismo debería ocurrir con Semenya o otros deportistas intersexuales: quizás tengan una ventaja natural, pero eso siempre ha pasado en todos los deportes. Michael Jordan era una extraterrestre, y también en términos fisiológicos: sin embargo, jugaba con el resto de mortales. La pregunta es, ¿cabría la inclusión de un tercer género, una tercera categoría en los JJOO?.

El debate, a estas alturas, debería centrarse aquí. Caster Semenya y Dutee Chand han llegado más lejos que el resto, pero hay muchos deportistas que siguen en la sombra de este debate.

Sigue a la autora en Twitter: @MandrakoraMMA