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Mujer

Hace 50 años Kathrine Switzer cambió la historia de la mujer en el deporte en el Maratón de Boston

"Así comenzó a correr, confiada a pesar del frío, entre risas y saludos a los que se admiraban de verla entre ellos".

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Hace 50 años Kathrine Switzer cambió la historia de la mujer en el deporte en sólo (o no) 42 kilómetros. Fue en una melancólica tarde en Boston, aquella en la que un oficial de carrera la empujó intentando sacarla de la competición. Nunca antes una mujer había corrido el Maratón de Boston. Switzer logró su hazaña con piernas, pulmones y, sobre todo, con corazón. Dicen que una carrera nunca se repite. La historia, sin embargo, tiene sus reencuentros: Kathrine volvió a correr el pasado lunes el Maratón de Boston a la edad de 70, junto a cerca de 32 mil corredores , casi la mitad mujeres, que la apoyaron y llevaron el mismo número que la convirtió en una mujer icónica. El camino hoy parece fácil, pero el trayecto, como todo en la vida, es y ha sido complejo.

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Cuando la corredora nació durante el frío enero de 1947, recién terminada la Segunda Guerra Mundial, en el hospital militar de Amberg, Alemania, la calefacción era tan escasa que tuvieron que meterla en una incubadora. El equipo de médicos que la recibió se asombró al ver que la bebé recién nacida pesaba poco más de cuatro kilos y medía 58 centímetros. Sus largas piernas enorgullecían a su padre, Homer, mayor de la armada norteamericana, quien llegaba al metro 98 centímetros de estatura y quien pensó pensó que sería genial que Kathrine fuera alta. "De hecho bromeaba diciendo que, como había sido concebida tras de una fiesta llamada The War is Over llevada a cabo en el Derby de Kentucky, quizá yo era un caballo de carreras… curioso", escribió Kathrine en el más famoso de sus libros: Marathon Woman: Running the Race to Revolution.

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Motivada por su padre cuando apenas era una preadolescente insegura para correr una milla al día (1650 metros), Switzer prefería luchar por un lugar en el equipo de hockey hierba de su escuela, en vez de pertenecer al equipo de atletismo. Kathrine cuenta que ese fue el inicio de todo. "El verdadero juego está en el campo. La vida es para participar, no para ser espectadora", eran las palabras convincentes con la que Homer solía llevarla a explorar otras posibilidades. Pronto, correr significó para ella un 'arma secreta', gracias la que pudo acercarse a otras actividades como el baloncesto, pertenecer a grupos de baile y escribir en el periódico de la escuela.

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Su madre, Virginia, coincidía con la actitud de su padre. Aquella mujer que se había atrevido a cruzar el Océano Atlántico en barco con su hijo Warren de dos años y con el embarazo de ocho meses de Kathrine para reencontrarse con su esposo en Alemania, era libre, no tenía miedo ni a la guerra ni a las arañas, según la describe Kathrine y da cuenta de su aplomo: "simplemente a su lado me daba pena ser miedica".

261 sin miedo

Veinte años después, la niña de largos muslos que en efecto era alta, volvió a sentir ese temor como una descarga eléctrica la tarde de abril de 1967, cuando se convirtió en la primera mujer en entrar y correr el Maratón de Boston. En una época de intensa agitación política y de movimientos sociales radicales, el carácter contracultural y la búsqueda de nuevas formas de vida se respiraba constantemente en la sociedad. Es por eso que Kathrine, al saber que no existía una regla que prohibiera la participación de una mujer en la carrera, decidió participar no sin antes convencer a su entrenador en la Universidad de Syracuse –donde estudiaba periodismo-, Arnie Briggs, de cincuenta años y veterano con 15 maratones en sus pies:

"Ninguna mujer puede correr el Maratón de Boston", insistía el entrenador ante la necedad de Kathrine, quien rechazaba la creencia de su entrenador de que la carrera era muy larga para la fragilidad femenina. "Primero tendrás que demostrármelo. Si corres la distancia en el entrenamiento, yo seré el primero en llevarte a Boston".

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Y lo hizo. Tres semanas antes del maratón ambos corrieron la prueba. Kathrine incluso quiso correr un poco más para ganar confianza, pero el entrenador tuvo suficiente. Al día siguiente apareció en su dormitorio para hacerla firmar la solicitud de inscripción.

A pesar de que Kathrine solía ver su nombre mal escrito en repetidas ocasiones, después de que su padre -emocionado al verla nacer- olvidara poner la 'e' en medio de Katherine en su certificado de nacimiento, la corredora decidió escribir sólo "K. Switzer". Las reglas de género no estaban escritas; tampoco su nombre.

A diferencia del Maratón actual, el de 1967 no pedía ninguna marca, por lo que con eso y el pago de tres dólares, ella, el entrenador, su novio (jugador de fútbol americano conocido como "Big" Tom Miller) y un amigo del equipo, John Leonard, se animaron a participar. A Kathrine le fue asignado el número 261 en el pecho y en la espalda. Todavía no lo sabía, pero se convertiría en un número icónico.

La corredora se sentía preparada, pero el mundo aún no lo estaba. Una rápida llamada a sus padres para avisarles de lo que haría y escuchar que le desearan suerte, así como unas cuantas instrucciones de su entrenador que le indicó lo impredecible que resultan los maratones al advertirle que hay a quienes les da diarrea, la mantenían sin descanso; su única preocupación era tener la motivación suficiente para terminar.

Por fin, después de cinco meses de entrenamiento, comenzó el calentamiento: 741 personas registradas y sólo una mujer. Los corredores se desplazaban de un lado a otro, se trataba de la concentración previa al maratón, sin embargo, muchos no podían dejar de mirarla: "Eh, ¿lo vas a correr todo?", "¿Me podrías dar unos consejos para traer a mi esposa a correr?", "Dios, es grandioso ver a una mujer aquí", eran las preguntas y comentarios que le lanzaban y Katrhrine se sentía orgullosa.

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Así comenzó a correr, confiada a pesar del frío, entre risas y saludos a los que se admiraban de verla entre ellos, incluidos los periodistas y fotógrafos que iban en la camioneta de prensa. El revuelo fue más allá. Aproximadamente en el kilómetro seis, Kathrine pasó de una mención en las noticias a las portadas de los diarios gracias a una foto que resultaría icónica: Jock Semple, oficial y director de la carrera, intentando detenerla. La corredora relata que sólo escuchó las decididas pisadas con zapatos de cuero tras ella y antes de que pudiera reaccionar él la agarró bruscamente de la sudadera y al mismo tiempo que intentaba quitarle el letrero que decía K. Switzer, le dijo con la voz llena de cólera: "Maldita sea, sal de mi carrera y dame esos números". Kathrine sintió cómo el miedo le golpeaba las piernas, su entrenador valientemente se enfrentaba al intruso: "Déjala, yo la entrené, ella está bien, déjala", pero su novio Tom, jugador de fútbol americano y experto en placajes defensivos, reaccionó aún con más instinto y quitó al hombre con un fuerte empujón a la altura del hombro. El obturador captó las icónicas imágenes que siguen contando la historia una y otra vez. "Corre tan rápido como puedas", le dijo Tom a Katherine y junto con ellos el entrenador también apresuró su paso. "Corríamos como niños saliendo de una casa embrujada".

La secuencia de imágenes que se convertirían en un ícono. Fotos: AP

Pena y miedo invadían a Kathrine, su estómago sentía un vacío. Nunca antes había sufrido maltrato o algo similar, todo había sido tan rápido que la adrenalina aún recorría la calle. Por momentos deseó no haber estado ahí, ni ella, ni Tom, pensó que habían lesionado a Semple, que era su culpa y que había ido demasiado lejos.

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Los gritos de los fotógrafos al conductor de la camioneta se escuchaban cada vez más fuerte "ve tras ella, ve tras ella", pero aún entre los flashes, mareada y confundida Kathrine logró llegar más profundo a sus pensamientos: "Sabía que si renunciaba, nadie jamás creería que una mujer sería capaz de terminar una carrera de 42 kilómetros. Si lo hacía, pondría la historia de la mujer en el deporte en retroceso y no hacia adelante. Si renunciaba nunca más podría correr en Boston y Jock Semple –y la gente como él- ganarían". El miedo y la humillación se transformaron en coraje.

Kathrine Switzer sigue adelante. El prejuicio queda atrás. Foto: Boston Herald

El mundo presente seguía sin creerla, por eso la prensa no se despegaba de ella y le lanzaba preguntas: "¿Qué intentas hacer?", "¿Cuándo vas a renunciar?". "Pensaban que era una broma y no querían perderse la imagen de cuando yo me diera por vencida", dijo Kathrine. Lo cual nunca sucedió. Al contrario, kilómetros más adelante le dijo a su entrenador: "Arnie, no sé tú, pero no importa qué, voy a terminar esta carrera. Si tú no puedes, yo tendré que hacerlo como sea, como si es de rodillas…".

En cuatro horas y veinte minutos, Kathrine terminó la carrera. Nadie les aplaudió en su llegada a la meta, tampoco había una multitud, los periodistas indignados por haberla tenido que esperar, sólo anotaban en sus libretas y le hacían preguntas: "¿Qué te motivó a correr?", "¿Volverás a hacerlo?". Mientras esperaban que apareciera su novio Tom, un doctor le revisó los pies a Kathrine y casi se desmaya al quitarle las zapatillas y ver sus calcetines ensangrentados. El miedo había desaparecido, no hubo represalias por haber empujado al oficial, el maratón de Boston jamás volvió a ser el mismo. Ella tampoco.

Pocos metros después de que intentaran detenerla , Kathrine Switzer sigue en la carrera. Foto: Brearley

De regreso a Syracuse, Kathrine y su equipo pararon en una gasolinera a tomar café. Alguien cerca de su mesa leía el periódico y ahí estaba: En portada y contraportada su nombre y fotografías "mujer corredora", "mujer siendo atacada", "mujer salvada por su novio"… Todos se acercaron a verlo. El hombre terminó por regalarles el diario. Kathrine disfrutó aún más el regreso. Se quedaba dormida, se reía de las bromas que hacían sus compañeros, pero su mente estaba atrapada en una silenciosa reflexión: "He entrado en una vida diferente… para los chicos es un evento único, pero para mí era mucho más que eso. Mucho más".

Cincuenta años después, puede decirse que el poder de las piernas de Kathrine ha ayudado a que miles de mujeres fueran aceptadas en las carreras de larga distancia, a que haya maratones sólo para ellas y que incluso la prueba fuera incluida en los Juegos Olímpicos, a partir de Los Ángeles 1984. Su fundación sin fines de lucro, 261 Fearless, dedicada a que cientos de mujeres cojan el poder y el coraje necesarios a través de la carrera, estuvo de fiesta ayer, cuando el frío Boston volvió a sentir sus pasos y recordó que hace cinco décadas una mujer dejó atrás el miedo y cambió el atletismo para siempre.